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Manual de instrucciones para recuperar la historia de las clases populares

Pobres del asilo de San Bernardino calentándose al sol | Pharamond Blanchard, 1835. Cuadro de la colección del museo

Luis de la Cruz

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La espectacular fachada barroca de Pedro Ribera atrae la mirada de los viandantes de la calle Fuencarral. Un foco luminoso y pétreo para la atención que ayuda a fijarse en los anuncios de la exposición temporal de turno (la actual, sobre la historia de la escuela pública, es muy recomendable). Dentro, espera al visitante un museo moderno, que alberga una gran colección dispuesta en 14 salas para recorrer la historia de nuestra ciudad, en buena medida construida a partir de reflejos de la cultura de las élites madrileñas de los últimos siglos. Como casi todos los museos, el espacio reservado para la cultura material de las clases populares es inferior (aunque no inexistente), circunstancia que se torna especialmente paradójica en el edificio del que fue el Real Hospicio de San Fernando.

El próximo viernes 3 de mayo a las 18 h. Álvaro París y Jesús Agua de la Roza, dos historiadores del Grupo Taller de Historia Social (UAM), guiarán una visita por el museo y su entorno que quiere ayudarnos a ponernos en la piel de nuestros vecinos de las clases populares madrileñas de los últimos siglos. Junto al grupo universitario, han colaborado en la organización de la visita gratuita este medio y el propio Museo de Historia de Madrid.

Hemos hablado con Hortensia Barderas, directora del museo, y con Álvaro París, para poner en perspectiva la actividad.

El Museo de Historia y el barrio de Malasaña

Barderas habla con convicción acerca de la necesaria inserción del Museo en el barrio en que está ubicado. El museo es historia viva y, a la vez, una de sus principales instituciones culturales.

Aunque tenemos una colección de cariz metropolitano, hay que tener en cuenta dos cosas:  la primera es que el edificio está muy presente en el barrio y está muy identificado con él, y, además, los museos hoy en día no son solo colecciones que cuenten una historia, sino son elementos estructuradores del tejido social y cultural. Un museo tiene que ser visible para todos sus vecinos, no solo para sus visitantes. Nuestra meta es que el barrio vea al Museo, no solo como un museo, sino como un lugar donde los vecinos tengan un espacio de actividades culturales, musicales, etc.

Hoy, cuenta la directora de la institución, tiene un público diverso y cambiante. “Por las mañanas hay muchos grupos de público jubilado, en su mayoría mujeres, y grupos de escolares; por la tarde estudiantes, sobre todo universitarios nacionales y extranjeros, y visitas individuales; y los fines de semana especialmente familias”. La asignatura pendiente: los visitantes provienen mayoritariamente de otros municipios.

¿Cabe la historia de las clases populares en un museo?

Álvaro París avisa de que, con todos los elementos en contra, los historiadores tienen las herramientas – y la obligación moral – de extraer de entre la producción cultural y material de las élites el rastro silencioso legado por la mayoría de la población en tiempos pretéritos:

Los museos tradicionales eran espacios de exhibición del poder y de la visión del mundo de las élites. Afortunadamente, hace décadas que existen corrientes museológicas preocupadas por mostrar aspectos de la vida cotidiana de los sectores populares, a través de la cultura material, las tradiciones y la memoria de la población.



En este sentido, el Museo de Historia de Madrid está organizado de una forma muy interesante, que es precisamente la que nos ha animado a organizar esta visita. Resulta inevitable que la mayoría de los cuadros, grabados y objetos cotidianos que se conservan estén ligados a las élites. Es el mismo problema que nos encontramos los historiadores en los archivos. La cultura de las clases populares era predominantemente oral, por lo que resulta difícil encontrar testimonios escritos que nos trasladen su visión de la realidad. Lo que hacemos los historiadores es utilizar las fuentes producidas por el poder (documentos judiciales, policiales, fiscales, etc.) o por las élites (memorias, correspondencia, literatura) para extraer de ellas retazos que nos permitan reconstruir unas voces que han dejado pocos testimonios directos. La cuestión es, por tanto, de perspectiva. Un cuadro concebido por y para el consumo de las élites, puede ofrecernos resquicios para estudiar el universo popular.

El museo, advierte Barderas incidiendo en la misma idea, está tratando de pelear a la contra de esta tendencia museística poco a poco, intentando “constantemente que la proporción de piezas de carácter etnológico y etnográfico tengan más peso en la colección” y con una política consciente de adquisiciones “muy relacionadas con la arqueología industrial y con la recuperación de la historia de la ciudad y sus vecinos, no de las élites. Por ejemplo, estamos intentando recopilar cajas de latas de empresas madrileñas, fotografías de particulares, carteles de fiestas, etc.”

¿Qué aprenderemos en la visita?



París nos deja algunos anticipos de la perspectiva de la visita de mañana:



Las piezas que alberga el museo constituyen una ventana que – iluminada con la luz indicada – nos permite asomarnos a la realidad cotidiana del conjunto de la población, lejos de los escenarios de exaltación del poderío de la Corte y de la metrópolis moderna.



En la visita os ofrecemos un punto de vista diferente. Queremos presentaros una historia de nuestra ciudad más allá de los discursos acartonados y el costumbrismo nostálgico, recuperando las experiencias de los artesanos, verduleras y reclusos que construyeron y habitaron Madrid.



  • El lienzo titulado Milagro de la Virgen de Atocha en las obras de construcción de La Casa de la Villa (entre 1676 y 1700) nos presenta una imagen de las obras del Ayuntamiento de Madrid en el momento en el que se produce un milagro. Sin embargo, detrás de la escena principal, encontramos a obreros de la construcción (uno de los oficios más importantes de la Corte), aguadores llenando sus cántaros en la fuente, mendigos, mujeres y animales de carga.


  • La Feria de Madrid en la plaza de la Cebada (1770 – 1780) de Manuel de la Cruz. Junto a los carruajes y los elegantes vestidos de las damas que dominan la escena, emergen las verduleras, los vendedores de loza y un puesto de "escofietas de París". El cuadro nos habla de dos de las principales ocupaciones laborales de las mujeres madrileñas: la venta ambulante de comestibles (perseguida por las autoridades, como en la actualidad) y la industria textil, impulsada por la introducción de nuevas modas – representadas aquí por las escofietas, tocados femeninos franceses - que dieron trabajo a una legión de costureras y modistas.




Dónde: lugar de reunión, Jardines del Arquitecto Ribera (Barceló), en las estructuras del Escenario Tribunal

Cuándo: viernes 3 de mayo a las 18 h.

Cuánto: asistencia libre (aforo de la visita 25 personas)

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