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La ciudad despide sus últimas cabinas de teléfono: ¿las echaremos de menos?

Cabina reconvertida en biblioteca urbana en Las Palmas

Luis de la Cruz

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Aunque la noticia había sido anunciada en varias ocasiones, ahora sí que sí, las cabinas telefónicas desaparecerán definitivamente de nuestras calles. El pasado mes de noviembre el Consejo de Ministros aprobó un Proyecto de Ley General de Telecomunicaciones que elimina las cabinas (y las guías telefónicas) del catálogo de servicios universales de telecomunicaciones. Vamos, que hasta ahora Telefónica las mantenía porque estaba obligada y ya no tendrá que hacerlo. Cabría la posibilidad de que otras compañías quisieran hacerse cargo del servicio…pero es algo que no va a suceder. Cuando, a lo largo de 2022, la ley entre definitivamente en vigor, se habrá acabado.

¿Echaremos en falta las cabinas en nuestra ciudad? Es seguro que, en lo tocante a su función principal, pocas veces: según cifras de Telefónica, la media de llamadas por cabina es de 1,15 al día. Pero, repetimos, ¿echaremos de menos las cabinas en nuestras calles a partir del año que viene?

Me suelo fijar en las cabinas de la calle de Bravo Murillo, parte de Tetuán, y salvo una en plena glorieta el resto de tótems telefónicos –hace tiempo que de cabina no tienen nada, ya saben– son cáscaras vacías sin terminal telefónico. Y, como elementos urbanos sin aparente utilidad, la verdad es que tienen el interés de que cada uno las usa un poco como le viene en gana.

Además de resultar un palimpsesto publicitario (que si arranca un trocito de papel si necesitas hacer un porte, que si debajo hay un concierto de bachata, o que la pegata del cerrajero tapa de la otros tres) ocasionalmente sirven como cortafuegos informativos del transcurrir frenético de la ciudad. Las de mi barrio se han convertido en una suerte de periódico mural de un conspiranoico antivacunas, cuya caligrafía es bien conocida en la acera este de Bravo Murillo; en ocasiones he visto en internet que en otros sitios las han usado de forma más inspiradora –y cuqui–, como soporte de mini bibliotecas públicas y populares. En San Sebastián de los Reyes, de hecho, el Pleno Municipal ha aprobado su reconversión en bibliotecas y puntos de wifi gratuito.

No debemos engañarnos, las cabinas que se nos van no forman parte del paisaje urbano como las míticas cabinas rojas de Londres. En estas no podría cambiarse Supermán ni tendrían sentido como la metáfora del desasosiego del mítico mediometraje de Mercero. Por cierto, una cabina en honor de la peli sí quedará en Chamberí. En las antiguas cabinas, aquellos prismas acristalados que hicieron su aparición a principios de los años sesenta, uno podía imaginarse que estaba en la cabina azul de policía con la que el Doctor Who surca el espacio-tiempo; fabular de niño la cuenta atrás de un despegue, o alucinar al descubrir en alguna película de secuestros que ¡se podía llamar por teléfono a una cabina de la calle!

Pronto, las cabinas telefónicas pasarán a la historia y solo quedará algún resto arqueológico casual, como esos viejos letreros de teléfono público que permanecen desvaídos en las plazas de muchos pueblos de España. Hace años que, cuando un desconocido nos interrumpe en la calle con cara de habérsele caído el mundo encima, nos pide que le dejemos el móvil, y no una moneda para llamar; desde hace ya tiempo, nos hemos acostumbrado imaginar la circunstancias de quienes ríen o lloran mientras hablan con el manos libres –qué impactantes aquellas primeras veces que vimos a todo el mundo hablando solo alrededor–, y ya nunca mirábamos por la ventana el gesto del inquilino de la cabina al darse la vuelta y abrir la puerta abatible.

No usábamos las cabinas, para que engañarnos, así que si acaso echaremos de menos la idea de que hubiera un espacio más en el que la gente permaneciera quieta mientras el resto íbamos y veníamos, constamente, alrededor; de un agujero con colillas en los resquicios del suelo de naturaleza interclasista, o de una puerta a un mirador mágico en medio de la ciudad. Su recuerdo quedará aislado en medio de la nada para siempre, como la mítica cabina del desierto de Mojave. Que alguien descubrió décadas después de su abandono que funcionaba.

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