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El Ayuntamiento de Madrid permite a una promotora de pisos acabar con un huerto vecinal suspendiendo su concesión

Uno de los carteles que están adornando la huerta del Zuloaga en protesta por la suspensión de la concesión

Luis de la Cruz

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“¡Sin huerta me quedo muerta!” Así comenzaba el mensaje que empezó a correr como la pólvora el pasado jueves a través de los grupos de WhatsApp de Tetuán. En plena glorieta de Rocío Durcal, con entrada por la calle de Francos Rodríguez, hay una huerta esplendorosa de unos quinientos metros cuadrados a la que acuden los alumnos del CEIP Ignacio Zuloaga y muchos vecinos y vecinas –las hortelanas– del barrio.

Junto al huerto y al colegio se están llevando a cabo obras en un solar de propiedad municipal para construir pisos de alquiler asequible para jóvenes. Actualmente, ha sido vaciado de vegetación y se aprecia perfectamente su situación, encallada entre el edificio que alberga la biblioteca y la escuela de música municipal, el patio del colegio y el huerto Zuloaga. Hortelanas, escolares y usuarios de la instalación pública esperaban con resignación que pasaran rápido las molestias asociadas a la construcción –polvo, ruidos, etc.– pero no contaban con esta sorpresa: del día a la mañana, el huerto, que cuenta con una concesión del propio Ayuntamiento al AMPA del colegio, deberá cesar su actividad para dedicar el espacio a labores auxiliares de la edificación.

El color amarillo de la pala excavadora aparcada en la parcela donde se levantan los pisos recuerda al de la que en 2014 destruyó el primer huerto del Zuloaga. Los padres y madres del colegio habían acondicionado entonces una parte de la parcela pública junto a la valla del colegio –donde hoy se produce la obra– para que los alumnos lo usaran como huerto escolar. La máquina, contratada por el Ayuntamiento para arrasar la pequeña franja, instalada sin permiso, llegó precisamente a la hora del recreo, puntual para que los pequeños pudieran contemplar la destrucción de sus plantones. Aquella actuación municipal dio bastante que hablar en el distrito de Tetuán y, poco después, se cedió al AMPA del centro la parcela en la que ahora está la huerta del Zuloaga. Los reflujos de la historia a veces tardan en llegar una década.

Las alarmas saltaron hace dos semanas, cuando alguien preguntó a un operario a pie de obra y este le dijo que había un pequeño problema de linde, que la parcela del huerto, al parecer, se metía un poco en el solar edificable. Se pusieron en contacto entonces con el Área de Medio Ambiente y Movilidad y la Red de Huertos Urbanos Comunitarios, de la que forman parte. En ese momento, se enteraron de que no era el único problema.

 En Medioambiente acababan de tener conocimiento de que el Ayuntamiento había negociado, a través del Área de Obras, con la constructora que esta pagara por usar la parcela del huerto para ejecutar labores relacionadas con las labores de edificación. La comunidad del huerto Zuloaga no tuvo conocimiento de este hecho hasta que se reunieron el lunes 5 de febrero con el Departamento de Educación Ambiental del Ayuntamiento, la dirección del centro, la promotora y la constructora. Entonces se les explicaron los detalles por los que el Ayuntamiento suspenderá, en principio por un año, la concesión del huerto, que tendrá que ser desalojado (más otro año más en la franja colindante con la obra).

 La constructora aduce motivos de seguridad. Tienen que excavar diez metros para bajar las dos plantas de garaje y otra que queda por debajo de la cota cero; necesitan asegurar el lado con un muro de contención y acceder por el solar del huerto.  Sin embargo, entre los usuarios del huerto y miembros del AMPA del colegio hay no pocos arquitectos que coinciden en que los procedimientos habituales de la arquitectura permiten asegurarlo sin desalojar el huerto y sospechan que quieren ganar comodidad y, quizá, una zona de almacenaje y acceso a la obra.

La noticia pronto llegó la comunidad del CEIP Ignacio Zuloaga, que se reunió el pasado jueves en el colegio para tratar el asunto. Susana, que es madre del cole desde hace cuatro años, se enteró en la reunión y se ha involucrado en la respuesta de la comunidad hortelana. Explica que la inquietud del centro por el destino de la parcela no es nueva. “Cuando entré en el colegio se hizo una comisión para pedir el cambio de uso de la parcela pública de residencial a otro tipo que permitiera la ampliación de las instalaciones del colegio, que no son muy grandes”. Y no era entonces tampoco una novedad, cambiar la naturaleza del solar público por otra más compatible con la inmediata vecindad del centro era una vieja aspiración del Zuloaga, que verá ahora crecer siete pisos pegados a su colegio.

Este sábado, la comunidad se reunió en el huerto a pesar del mal tiempo para articular una respuesta. Llegaban allí titubeantes, con ganas de verse las caras físicamente, decidir qué hacer, inventariar, repartirse plantones y, por qué no, festejar. El horizonte era conseguir obtener por escrito la continuidad de huerto después de las obras, que la devolución se produjera con todo en orden, el respeto de la mayoría de los árboles (lo del fondo, tocantes con la obra, están condenados) y, quizá, ganar tiempo para poder preparar la salida.

Sin embargo, el diálogo llevó a la decisión compartida de hacer una contrapropuesta que evite el cierre del huerto. Como la promotora de la obra aduce problemas de seguridad para el cese de actividad, el huerto propone dejar una franja vallada de seguridad de entre cinco y siete metros y medio al final del solar, donde actualmente no hay bancales sino una caseta y zonas estanciales.

Susana, hortelana y arquitecta de profesión, explica que la obra se podría hacer igualmente sin dicha área de seguridad, “continuamente se llevan a cabo este tipo de operaciones en obras pegadas a un edificio, además, por el otro lado se llega a tocar en un punto la valla que da al patio del colegio, que no se va a desalojar”. Aún así, creen que la propuesta conservadora que ofrecen es razonable y puede solucionar el problema.

Uno de los grandes afectados por la suspensión de la cesión será, por supuesto, el colegio. Adolfo es el director del CEIP Ignacio Zuloaga y tiene mucho aprecio al huerto como recurso educativo. “Soy el coordinador, el encargado de coordinarse con las hortelanas para las visitas de los alumnos entre semana, entre otras cosas”.

Se queja de la falta de información. “En su momento ya nos enteramos de que iban a construir en el solar porque vi por allí un topógrafo, luego apareció el cartel de los pisos y ahora esto…Las familias de los colegios son especialmente sensibles, con razón, y hubiera estado bien estar bien informados en cada momento. Yo tengo que hacer las programaciones con un año de antelación”. Precisamente, este año el colegio inicia un proyecto transversal de clases en el huerto, que se podrá realizar en mesas altas con semilleros. Pero ni habrá compost ni será lo mismo que la huerta.

La sensación de haber sido ninguneados es transversal a toda la comunidad del Huerto Zuloaga. Los hijos de Marianna ya son mayores –estuvo en los inicios del espacio– pero continúa siendo hortelana. Es un buen ejemplo de cómo el huerto se ha convertido en la última década en un punto de referencia vecinal más allá del cole. Ella también expresa a este medio la desazón de que los concesionarios del espacio hayan sido los últimos en enterarse del movimiento, casi por casualidad y con las puertas del huerto casi cerradas, pues parece ser que la notificación de suspensión de actividad es inminente. “Es increíble, claro que si no se ha contado con Medioambiente con nosotras…”, expresa con mezcla de incredulidad y hartazgo.

En el mismo momento en el que se redacta este artículo, la comunidad del Huerto Zuloaga acaba de presentar al Ayuntamiento de Madrid un escrito, al que ha tenido este medio, que abunda en razones técnicas que cuestionan la versión de la promotora sobre las razones de seguridad del talud y la imposibilidad de llevar a cabo la obra sin desalojar el huerto, como no se desalojarán la biblioteca y el colegio. Además, han puesto en marcha una recogida de firmas. Son conscientes de que un año (al menos) de parálisis de un proyecto comunitario ligado a un espacio son mucho más que 365 días sin meter las manos en la tierra y están dispuestas a luchar juntas porque las máquinas no atraviesen el umbral de la huerta.

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