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Últimas compras de Reyes en la librería roja

Fachada de la Librería Pérgamo

Víctor Honorato

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Aunque estuvo muchos años especializada en la venta de libros de texto, a la librería Pérgamo de Madrid, que ha cerrado sus puertas definitivamente esta víspera de Reyes tras casi 80 años funcionando, las autoridades del Madrid franquista le abrieron un expediente por difusión de pornografía. Había en el escaparate una fotografía de una mujer con el culo al aire y aquello no se podía permitir. Tres días con la verja bajada supuso el desaire, certificado por un funcionario celoso tras la denuncia de una asociación de padres católicos por mucho que se le explicara que el trasero en cuestión era el de la Venus del espejo, de Velázquez.

“No te imaginas lo que era vivir aquí”, cuenta sobre el episodio Ana Serrano, hija del fundador del establecimiento, Raúl Serrano, republicano, catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad Complutense desposeído de la plaza tras acabar la guerra, de la que se libró por una miopía “salvaje”. El académico optó por dedicarse a los libros desde otra trinchera, visto que no podía dar clases ni ejercer de abogado. Unos familiares ricos de Asturias pusieron el dinero para la aventura, cuando la calle General Oraá, donde se ubica la librería, era casi extrarradio, y no el cogollo del barrio de Salamanca.

El profesor librero nunca abdicó de sus ideas. Todos los 14 de abril el negocio cerraba, los empleados recibían un aguinaldo y en casa se ponía en el gramófono, bajito, la Marsellesa, en la versión grabada por Miguel Fleta. Las hijas se la aprendieron, claro. La pequeña Ana se arrancó una vez en mitad de la calle con los primeros versos. “Mi madre se quedó blanca”, recuerda.

Pero Serrano también tenía amigos con influencias, que le pudieron proteger de episodios más desagradables. Tenía mucha relación con la familia el cura Manuel Mindán Manero, profesor del colegio Ramiro de Maeztu, autor de manuales de filosofía con gran circulación. “Todo el mundo sabía que éramos rojos”, insiste Ana, que recuerda como muchos vecinos se acercaron a felicitar al dueño cuando los socialistas ganaron las elecciones en 1982. Felipe González le restituyó la cátedra a Serrano. “Hizo muchas cosas buenas… Pero la pasta es la pasta”, señala Ana sobre la trayectoria reciente del preboste.

Fallecido Serrano padre en 1988, el negocio lo regentaba desde entonces, con la ayuda ocasional de Ana, su hija mayor, Lourdes. Tras pasar el coronavirus y cumplir 80 años, ha decidido retirarse. “Claro que estoy convencida”, dice, aunque su hermana menee la cabeza con escepticismo, mientras despacha a los últimos clientes sentada junto al mostrador de madera de castaño, que había costado, junto a las estanterías, 60.000 pesetas en 1944.

Los muebles no se han abombado, pero están cada vez más vacíos, tras dos semanas liquidando el catálogo que han coincidido con la campaña navideña. Junto al cartel de 'se alquila' del escaparate hay 16 ejemplares de La soledad sonora, pero no la de Juan Ramón Jiménez, sino la del autor Francisco Álvarez de Mendoza. En el interior se puede encontrar hasta una guía Campsa de 2004 o versiones reducidas de la Biblia que comparten estantería con un ejemplar de la ley de arrendamientos rústicos. La liquidación va en serio.

Siempre en guardia ante el cliente impertinente

La pena por otro comercio clásico que desaparece ha atraído a mucha gente a Pérgamo. Lourdes —Lulú le llama su hermana, que quiere saber el precio de un libro para un cliente— no tiene ordenador y cita la información editorial de memoria, bien ejercitada tras décadas de “lectura compulsiva”. Se acabaron las contemplaciones para quien pregunta por preguntar, como una estudiante que inquiere sobre materiales acerca de las relaciones entre España y Japón. “Te sugiero que vayas al Ministerio de Exteriores o a la embajada”, zanja Lourdes. A una señora, que aparece con una lista manuscrita, le afea: “Es que esto está todo descatalogado”. Luego especifica, cuando la clienta ya se ha ido, dando las gracias y deseando lo mejor para el futuro: “¿Misericordia, de Galdós, en el año del centenario? Imposible”.

El teléfono suena cada poco en esta víspera de Reyes; la mayoría de la gente quiere saber el horario. Entra José Luis Guglieri, que viene desde Ventas y concuerda con la dueña en que el libro físico no va a desaparecer y que lo digital “se pierde fácilmente”. Se lleva, precisamente, una biografía del cura Mindán, que fue profesor suyo. Librera y visitante no se conocían, pero se han caído bien. “Me he permitido poner el sello de la librería”, explica Lourdes sobre el ejemplar recién despachado. 

“Qué pena, ¿no?”, resume otra clienta, que se ha acercado a despedir el establecimiento. Quienes vienen se llevan libros casi como recuerdos. Una habitual entra a preguntar si Lourdes ha encontrado un compendio de cuentos para su nieta. Dice que volverá por la tarde. “Yo te busco algo, no te preocupes”, asegura la dueña. En la Pérgamo se trata bien a los clásicos, sean libros o clientes. Había quien venía de Vigo o Gijón y llamaba para encargar ejemplares en las visitas a Madrid. O los ‘pergamantes’, un grupo de afines a la librería que se comunican —cesión a las nuevas tecnologías— por WhatsApp. Entre ellos está Alonso Álvarez de Toledo, que fue embajador en la RDA hasta la caída del muro y ha presentado aquí algún trabajo. También hay un grupo de poetas veinteañeros que celebraban tertulias hasta hace poco en la trastienda. Ahora se han desperdigado por el mundo, cuenta la dueña, que señala una fotografía donde posan sonrientes. “Uno está por Perú”, apunta.

Vuelve a sonar el teléfono. Ana dice que ya no responde a ese número, que es de alguien que se interesa por el local. “Que llame a la inmobiliaria”, resuelve. Lourdes tiene palabras de despedida para la clientela, con quien ha tenido “una relación muy cordial y muy grata”. También celebra la “proximidad” con el vecindario. “Se dice que en este barrio hay mucho nivel económico, pero es más importante el cultural. Por aquí viven muchos profesionales liberales, que son buenos lectores”, defiende. De los últimos fenómenos editoriales destaca a Irene Vallejo o María Elvira Roca. “Aquí se ha vendido mucho a Javier Marías, también a Ken Follett, aunque no es lo mismo, que me perdonen”, sentencia.

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