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De las vacas a las Meninas: una década de cultura “hortera” en las calles de Madrid

Dos personas miran una 'Menina' en la Gran Vía de Madrid.

Peio H. Riaño

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Un inmenso conejo hinchable, blanco, tumbado a los pies del monumento ecuestre dedicado a Carlos III, en bronce, frente a la Real Casa de la Moneda. Una Menina de poliéster decorada con los colores de la marca de una cadena de restaurantes con nombre italiano, en la plaza del Callao. Otra en una plaza más allá con el logotipo de unas tarjetas de crédito. Nadie puede decir de Madrid en estos momentos que sea una ciudad sin espectáculo: hace unos días se celebró en las calles el Festival de la Luz, definido por Andrea Levy como “una propuesta cultural de enorme atractivo turístico”. La responsable del área de cultura del Consistorio insistió en que seguirá apostando “por este tipo de eventos culturales que sitúan a nuestra ciudad en la referencia y en la vanguardia en los acontecimientos culturales y siendo pioneros en este tipo de eventos para atraer turismo”.  

“No llega a ser caspa como las películas de Esteso, pero son igual de pobres”, así resume la experiencia luminosa Jaime Brihuega, profesor de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid y ex director general de Bellas Artes y Archivos del Ministerio de Cultura (desde 1988 a 1991). Para el historiador, la calle es un lugar privilegiado para llegar a todos y “educar en el criterio estético a una sociedad emputecida por Telecinco”. “Es un festival imbécil. Colocar Meninas o conejos gigantescos en las plazas es montar una cultura del espectáculo para que la gente este contenta. Pero carece por completo de rigor y de dignidad y es propio de este Madrid distinto, alegre y cañero, de tomar cañas”, añade Brihuega al otro lado del teléfono. 

La primera invasión sucedió en 2009, con la “cow parade” que dispersó por las calles de Madrid un centenar de vacas a escala real de fibra de vidrio y un peso de 60 kilos, decoradas por artistas y famosos. El alcalde entonces era Alberto Ruiz Gallardón (PP) y desde aquel batallón del mal gusto, cada alcalde ha planteado su propia ocupación de la vía pública, con elementos escultóricos que, en realidad, son soportes publicitarios. Y alcaldesas. Manuela Carmena sacó a la vía pública, en 2018, las Meninas de las celebridades, que se sumaban a una retahíla infinita de gallinejas y entresijos turísticos que había sacado de paseo por las aceras, junto con soldados de Star Wars y los trastos y los tristes de las películas de Harry Potter. 

Del meme al memo

Detrás de la iniciativa llamada “Meninas Madrid Gallery” está el empresario venezolano Antonio Azzato, que asegura que ha llevado el arte a las calles y que ha convertido a Madrid en el museo al aire libre más grande del mundo. El padre de estas criaturas diseñadas por personalidades como Antonia Dell'Atte, Marta Sánchez o Asier Etxeandía también hace hincapié en el escaparate que esta iniciativa supone a la hora de atraer turistas y que sus ediciones son ya “un acto de peregrinación” y de me gustas en Instagram.

“La cursilería es el efecto producido cuando los medios (económicos, culturales y sociales) son insuficientes para alcanzar los fines deseados”, escribe Noël Valis en el magnífico ensayo La cultura de la cursilería. Mal gusto, clase y kitsch en la España moderna (Machado Libros). El popularmente conocido como “un quiero y no puedo” se desveló, sobre todo, en las consecuencias que traería el complejo de retraso cultural a la salida del franquismo. La catedrática de literatura española en la Universidad de Yale investigó cómo España imitó el comportamiento y las ideas de otras culturas nacionales, especialmente la francesa y la inglesa, para suplir una carencia de identidad propia y de cursilería desbocada, que no ha desaparecido en nuestros días con la importación de la mayoría de estos eventos callejeros. 

Según explica Fernando Castro Flórez Madrid, Madrid ha sido “cuna hortera” y señala los ochenta, con la Movida, como un momento “hiperhortera”. “Luego vino un giro horterísimo con las cabalgatas de los Reyes Magos y las Meninas de Manuela Carmena. Así pasamos de aquellas vacas sórdidas a esto que es mucho peor porque es el arte de la celebrificación, el que hacen las celebridades de los reality shows. Es un virus que ha venido para quedarse”, vaticina el filósofo y crítico de arte, autor de Estética de la crueldad. Enmarcados artísticos en tiempo desquiciado (Fórcola). Por supuesto, no es un fenómeno exclusivamente madrileño y ahí está Vigo y su festival de luces para demostrarlo, indica Castro Flórez. “La excusa es que son esculturas que transmiten alegría y positivismo. No son más que cachirulos. Bajo ese rol acrítico se ha quedado en la plaza de Colón, por ejemplo, la cabeza de Julia, de Jaume Plensa, que iba a ser pasajera y ya nunca nadie más se ha planteado quitarla y es más mala que el dolor. Madrid ha tenido muy mala suerte con los monumentos: vamos del meme al memo”, resume el crítico de arte. 

La excusa que permite la invasión de lo cursi es la recaudación de fondos para organizaciones sociales. Pasó durante la pandemia, con la instalación en Callao de una enorme escultura-muñeco que homenajeaba a los enfermeros y, sobre todo, hacía publicidad de la marca de esos muñecos. La empresa puso a la venta ese muñeco para recaudar fondos para las fundaciones del Hospital La Paz de Madrid y el Clínic de Barcelona. Los colectivos de enfermería mostraron su malestar porque este tipo de campañas sólo logran diluir responsabilidades ante la falta de recursos públicos. 

El arte de la propaganda

Andrea Levy concluyó tras su Festival de la Luz que “un gran número de madrileños y visitantes” salieron a la calle a ver la ciudad de otra manera. “Iluminada por artistas visuales”, aseguró. ¿Puede el arte resistirse a formar parte de las iniciativas políticas que hacen de las calles un parte de atracciones? “No todos aceptamos este tipo de propuestas. Se siguen usando artistas para gentrificar la ciudad, con acciones como 'Pinta Malasaña”'. Ningún artista con criterio va a participar en algo así, porque ayudamos a mercantilizar la ciudad“, responde el artista Eugenio Merino, que expone en CentroCentro Cibeles una pieza en la que reflexiona sobre los monumentos al odio, con ocho placas conmemorativas de bronce, cada una con la geolocalización de un monumento franquista aun existente en España. 

Merino cita al crítico cultural Terry Eagleton, que en su libro Cultura (Taurus), aclara que el arte muerde la mano de quien le da de comer. El ensayista británico también explica en ese libro que la cultura se ha convertido en “una conveniente forma de desplazar a la política”. Merino cree que Madrid se ha convertido en un centro cuyo único interés es el turístico, en el que a las autoridades ni siquiera les interesa proponer cultura a la comunidad, “simplemente atraer turistas porque la cultura por sí misma no da dinero”. El atractivo en ese sentido es el selfie y el parque de atracciones, dos de las más altas cumbres de la cultura cursi. 

En este conflicto “no hay que dinamitar la opción de intervenir en la vía pública, pero sí hay que reconducirla”, en opinión de la artista Sandra Gamarra, con exposición en la sala Alcalá 31 titulada Buen gobierno. Está convencida de que el arte necesita abrirse, conquistar nuevos espacios y salir a la calle a entrar en contacto con los públicos más allá de los lugares que tradicionalmente habita. “Se corre el peligro de espectacularizar la vía pública, pero la calle es una puerta de entrada siempre y cuando sean propuestas rigurosas. Hasta el momento siento que las iniciativas adolecen de profesionales que se dedican a la mediación en estos espacios. Creo que hay un temor contra el arte que va más allá del miedo a la libertad de expresión y es el miedo a que no lo entienda nadie. Este prejuicio existe y puede tener parte de verdad. Tiene que haber un mea culpa por nuestra parte también”, asegura Gamarra. Sin embargo no olvida que las ciudades han encontrado una veta turística para activar la economía y que Madrid se ha convertido en una empresa turística. Pero España ya no es tan “diferent”. 

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