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Una mañana con los voluntarios del PP en las elecciones más difíciles: “Mis hijos votaron a Vox”

Carpa instalada en el distrito de Retiro por el PP. / S.P

Sofía Pérez Mendoza

“Mire, estas son las tres papeletas del domingo”. Un voluntario del PP con amplia sonrisa y gesto cercano aclara a una señora de no menos de 80 años qué se vota el 26M. Le acaba de repartir un folleto electoral con tres sobres listos para meter en las urnas. En una caseta colocada a unos metros, en el corazón del barrio de Salamanca, varios afiliados preparan unos packs que incluyen también una pulsera con la bandera de España, caramelos blandos recubiertos de azúcar, globos y una piruleta. Están en territorio amigo y casi nadie rechaza los folletos. “Se lo damos a la abuela”, le dice una mujer a su hija pequeña cuando recoge el suyo. 

Los antiguos “esquineros”, ahora “comunicadores” según la formación, son propagandistas de base. Militantes que, por amor al partido, dedican sus horas a convencer a los viandantes de que el PP es su opción. Incluso en el momento más delicado. Suelen moverse por dos o tres puntos al día y ponen la mejor de sus sonrisas, aunque muchos reconocen que las bases están “desanimadas”. “Arrimamos el hombro, si no creyéramos en esto no lo haríamos”, dice una voluntaria valenciana. 

Ella, que prefiere no dar su nombre, se presenta como una afiliada curtida en las plazas más difíciles: en 2015 pidió en las calles de Valencia el voto para el PP tras estallar el caso Gürtel. “Mucho peor aquello”, admite. En Madrid las reacciones no fueron muy distintas. “De vez en cuando todavía nos gritan cosas como corruptos, pero ya mucho menos”, relata el chico remangado de la caseta, que explica, mientras mete papeletas en sobres, que la gente se queja de que no les llegan a casa y por eso aquí se las dan. 

El 9,5% de los votantes del PP en 2015 no sabe a quién votar el domingo, según la última encuesta publicada por El País. Captar y convencer a ese porcentaje es la primera misión de los “comunicadores”. Se mueven, admiten, por estereotipos. “Es más fácil entrar a una persona mayor que a un joven sin mangas, aunque a veces te sorprendes”, indica Juan, afiliado del distrito de Retiro desde hace décadas. Es su mañana libre en el trabajo y ha venido a echar una mano.

Tiene, cuenta, al enemigo en casa: sus hijos votaron a Vox el 28A. Y antes, en 2015, a Ciudadanos. “Yo no les digo nada, les cuento lo que se propone y que decidan”, se resigna. En su distrito, tradicionalmente conservador, esos dos partidos han mordido muchos votos al PP. “Ese es el mayor enemigo, la fragmentación”, dice Juan. El resto de voluntarios entrevistados para este reportaje achacan el mismo mal. “Ya no hay miedo a no votar al PP. Y bueno... habría gente más radical que votaba con la nariz tapada y ahora...”, afirma otro afiliado. Todos piensan, o eso dicen, que el votante desencantado que dio una oportunidad a Vox para castigar al PP va a volver al partido al desinflarse las expectativas de la formación de extrema derecha. 

Pero en ese tramo del camino, entre la transición de Rajoy a Casado y el batacazo del 28A, las bases, dicen los que las conforman, se han removido. “Creo que el giro a la derecha, y luego recular, fue un error. Sobre todo hacerlo en tan poco tiempo”, apunta Juan. Otro afiliado, que reparte folletos en la plaza de Callao, considera que “el PP tiene un conflicto de identidad” a raíz de tanto traqueteo ideológico. “Hacia adentro y de puertas hacia afuera”, añade.

“¿El Corte Inglés, por favor?”, le pregunta una viadante despistada. A menos de un metro de la carpa, en la esquina anexa, han colocado su stand unos testigos de Jehová que se alejan sin hacer mucho ruido. “No tenemos miedo a pegarnos a nadie, eh. Pero es que no se oye cuando hablamos con la gente con la megafonía”, se justifica uno. 

“Entendemos que ha sido una decepción para todos ustedes y la preocupación”. La voz viene de un pequeño escenario en medio de la calle Preciados. Una chica con gafas, que va en los últimos puestos de la candidatura a la Comunidad de Madrid, pide el voto para Isabel Díaz Ayuso, para José Luis Martínez-Almeida y para los candidatos del PP en todos los municipios de Madrid.

“Yo voy muy al final de la lista”, cuenta al bajarse del estrado y dejar el micrófono. Poca gente se ha parado a escucharla. La zona, probablemente el punto de la ciudad con más trasiego, tampoco ayuda. “Con esto queremos hacer ver que somos gente normal. No somos gente de alta alcurnia, pero quiero llevar a mis hijas a un colegio concertado y que nadie me lo impida”. 

¿Estamos ante la campaña más difícil para el PP? La mayoría considera que no, que en 2015 defender las siglas se puso mucho más cuesta arriba. “En cuanto veían que eras del PP te llamaban ladrón. ¿Yo? Que no he robado nada. Ahora la cosa de la corrupción ha bajado mucho”, dice un afiliado que lleva más de 20 años vinculado al partido y es también asesor. “La regeneración ha contribuido a eso”, afirma. 

Por regeneración se refiere a los candidatos elegidos por Pablo Casado para conservar la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y recuperar el Ayuntamiento, José Luis Martínez-Almeida. Sobre el segundo, los afiliados consultados no tienen dudas pero la candidata genera opiniones encontradas. “Yo la veo un poco verde todavía pero valoro mucho la valentía de atreverse”, admite un militante de Retiro. El hombre levanta los hombros y pone cara de resignación cuando se le plantea una posible derrota.

El escenario ajustadísimo pronosticado por las encuestas mantiene a todos los partidos en vilo. Y ante la amenaza cierta –e inédita– de obtener un mal resultado y dejar su bastión en manos de la izquierda, el PP de Pablo Casado moviliza a sus soldados hasta la batalla final: el 26M. Empezando por el líder, que lleva dos días de gira hiperactiva por Madrid, y hasta la “última hormiga del hormiguero”, dice de sí misma la militante valenciana. 

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