No nos amilanemos. Ni tampoco seamos agoreros. Tras el fiasco sonado y esperado de Madrid 2020, nos queda Salamanca 2018. Ahora bien, no dejemos que los sueños hermosos y proyectos entrelazados por la efeméride histórica señalada sean manoseados por la mediocridad gobernante y por la banalización mediática.
En medio de tantas mentiras y frustraciones, hagamos una apuesta seria por el conocimiento, por la cultura universal, y por nuestras universidades, que bregan estos días frente a las cuchillas de la “estabilidad y austeridad presupuestaria” e intentan aclararse ante las confusas y continuas trampas burocráticas. Para este reto común y creíble se necesita bastante menos inversión que para seguir endeudando a Madrid hasta límites insoportables para los españoles y convertir a la ciudad en una marca olímpica de atractivos más que dudosos.
Recordemos una vez más la fecha que figura en todos los anales de la historia del saber y del conocimiento: en el año 1218 nace en el Oeste peninsular la primera universidad ibérica, bajo el símbolo del saber. Hace, pues, casi ochocientos años que el Estudio General de Salamanca viene mirando más allá de las orillas del río Tormes y de las disputas dogmáticas que atenazaban el discurrir del conocimiento y el descubrimiento del mundo. Naturalmente que han existido momentos de zozobra y de incertidumbre. Y así nos lo dejaron plasmado inteligentemente Fray Luis de León o Miguel de Unamuno, por citar a dos de los más ilustres símbolos de esta universidad.
La península y España tienen una oportunidad histórica de fortalecer un nuevo modelo de país, y sustituir especulación, corrupción y despilfarro por cultura, conocimiento y crecimiento integrador bajo pautas de consideración y respeto social y ambiental. Lo que está sucediendo actualmente es la de un país en almoneda, incluidas las alharacas lanzadas otra vez este verano a favor del turismo redentor que nosotros calificamos más bien de depredador.
Tomemos, pues, 2018 como punto de encuentro y proyecto común a escala ibérica, europea y universal, entroncando particularmente con los países iberoamericanos y lusófonos. Y hagamos de las ciudades medias como Salamanca una referencia territorial de calidad humana y cultural, en la que el alma de la universidad fortalezca los vínculos de ciudadanía y sabiduría universales. Estaremos construyendo de nuevo el futuro bajo parámetros de cordura, autoestima cívica, tolerencia y sensatez.
Nadie de nuestros “líderes” políticos y económicos, emponzoñados en sus comportamientos por arteros asuntos de corrupción, ha dedicado la más mínima reflexión a la realización de esta utopia, ni siquiera nuestro ministro de Educación, Cultura y Deporte ha mostrado una brizna de sensibilidad al respecto, dejando, en cambio, nuestro pabellón olímpico y a nuestra marca España por los suelos, precisamente en un lugar, Buenos Aires, que nació bajo el impulso de los sueños y descubrimientos ibéricos.
Ante tantos entuertos y batacazos, tenemos una respuesta y alternativa: 2018. La enseñanza de calidad y la ciencia figuran en el frontispicio de la celebración del VIII Centenario de su fundación por parte de de Salamanca. Pero en Madrid y en Valladolid mantienen los oídos sordos. Y a nuestro rector, injustificadamente, no se le escucha, ni se le recibe. No sé si los responsables políticos de la ciudad, de la provincia y de la región que estos días se llenan la boca por los buenos datos agrícolas, merecen tanto desdén del Gobierno Estatal, de Salamanca, la decana de España, desde luego no. Más allá de las declaraciones y apoyos retóricos, se necesitan compromisos reales y bien integrados en la ciudad y en el país. No pedimos más edificios y cemento, reclamamos más conocimiento, intercambio cultural y trama científica.
Junto al entusiasmo y trabajo volcado hasta el momento en el proyecto por el equipo de Gobierno de y por los responsables del VIII Centenario, reivindicamos el apoyo y compromiso institucional, y un verdadero sentido de Estado en la valoración y defensa de las fortalezas que encierra nuestra universidad a escala nacional e ibérica. De lo contrario, caminaremos hacia la decrepitud y el desánimo. El país sí necesita este proyecto, y demanda esta apuesta colectiva con ilusión, con pasión razonable y con espíritu universal.
