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Sobre este blog

La Meseta es un nuevo blog en el que Castilla y León se abre a la red, sin cortapisas, sin presiones y con un único objetivo: informar, contar, relatar. Informar lo que ocurre esta Comunidad Autónoma sin que nadie imponga sus criterios. Contar lo que habitualmente no se encuentra ni en la Red ni en papel. Relatar opiniones de los que tengan algo de qué opinar. Todo ello pensado para una tierra mesetaria, en la que apenas hay sobresaltos, y con la pretensión de aportar un grano de arena para el avance intelectual y material de esta región.

De cómo la derecha utiliza a la izquierda

Fernando Gil Villa, profesor de la Universidad de Salamanca.

Fernando Gil Villa. Sociólogo y escritor

Si hace doce años usted se hubiera topado en una librería con títulos como Los ricos se hacen más ricos mientras los pobres se hacen con la cárcel, o Encarcelad a los pobres, tal vez pensara que sus autores exageran. Si los encontrara ahora, tal vez ya no lo pensaría tanto. Otro título ilustrativo sería el de Zygmunt Bauman: Daños colaterales: desigualdades sociales en la era global. Los pobres encajan bien en la categoría de bajas colaterales de las políticas de ajustes de nuestros gobiernos sureños. Se descartan porque su escasa importancia no justifica el coste de su protección. En los países más pobres y desiguales de Europa la metáfora se escenifica en los suicidios y otros actos de desesperación como el del ciudadano italiano desempleado y separado, el cóctel explosivo favorito de la exclusión social que disparó contra los carabinieri.

Usar términos marciales para hablar de política social no parece tan descabellado. Y es que la retórica del enemigo tanto puede aplicarse al que nos invade desde fuera como al que nos invade por dentro. De hecho, la figura intermedia del inmigrante extranjero encarna eternamente la sensación de amenaza en sociedades con escasez de recursos. Tampoco está fuera de lugar comparar la lógica económica con la militar. En realidad, la seguridad que busca todo sujeto de derecho es doble, física y económica. La segunda no es menos preocupante que la primera. Si no puedes comer estás igualmente muerto. El hambre sigue siendo la primera causa de muerte en el mundo.

Las políticas de-presoras económicas, son compatibles con las políticas re-presoras del orden público. Si el médico receta austeridad a quien tiene sobrepeso, puede que le haga un favor. La receta podría tener, sin embargo, un efecto fatal para un desnutrido. De la misma forma, llega un punto en el que la cantidad de cosas prohibidas es tal, que la libertad se ahoga.

Ahora bien, en este punto, es especialmente interesante observar cómo parte de los discursos de los partidos de izquierdas justifican inconscientemente esta doble y mortal política basada en la presión. Por un lado, piden a gritos crecimiento, lo que supone en el fondo volver a la locura del capitalismo voraz de consumo, en su insensata huida hacia delante. Sobre todo cuando existe un terreno cultural abonado para ello. Uno en el que la acumulación se convierte en ley no sólo en la dimensión económica sino en la moral: tantos viajes has hecho, tantas idiomas hablas, tantas relaciones has tenido, tantas visitas tienes en Facebook, tanto vales. Los supuestos defensores de las clases humildes olvidan en más de una ocasión que la única solución verdadera, es decir, no provisional, ante una crisis que no es sólo económica, sino de civilización, pasa por educar en un nuevo estilo de vida alejado de la sociedad de consumo, basado en los valores comunitarios de la austeridad y la solidaridad. Pero a veces confunden los objetivos, creen que luchar por la igualdad social es darle al desnutrido el derecho de atracarse de los mismos alimentos materiales y espirituales que los ricos.

De otro lado, si bien es cierto que las políticas neoliberales son a grandes rasgos las causantes de la crisis, se corre el riesgo de acalorarse en la interpretación y acabar confundiendo aquellas políticas con la propia libertad. Convertidas en dos hermanas míticas que dan lugar a la fundación de la democracia –como Rómulo y Remo en el caso de Roma-, se inmortaliza sólo una, dejando la puerta abierta para asesinar a la otra. Insensiblemente, se van colando en nuestras tertulias de café veladas acusaciones a la libertad como responsable del estado lastimoso en que se encuentra su hermana. Andando coja la democracia de la pata de la igualdad, podemos hacer dos cosas para recuperar el equilibrio, centrarnos en vigorizar ese miembro o cercenar el otro para que queden igualados. La tentación de aplicar este último tipo de soluciones es grande porque, en situaciones de desesperación, cortar por lo sano es más rápido, aunque sea doloroso.

Este tipo de creencias más o menos explícitas sobre la austeridad y sobre la libertad, en la medida en que emanan de posiciones ideológicas de izquierdas, tienen la consecuencia no deseada y paradójica de servir de apoyo a una política social conservadora. Hay que ver qué suerte tengo, -debe pensar el gobernante de derechas-, que mis adversarios van a portar mi pancarta favorita, la de “crecer o morir”. Así puedo jugar al despiste y aplicar medidas económicas de-presoras y contar las bajas que causaré como daños colaterales. Y qué bien que las gentes crean que la raíz de la crisis está en el exceso de libertad y en la falta de regulación de las conductas de los banqueros y otros gremios de las finanzas, lo que, por cierto, viene a coincidir felizmente con el aumento de la demanda social de mayores penas para los delincuentes civiles y políticos, aunque sean menores. Así tengo el terreno abonado para mis políticas de control social represoras.

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