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“No escuché la voz de Lolita”

Lola López Mondéjar

Elisa Reche

Lola se quita las gafas y muestra su sorpresa por la agresividad de algunos comentarios de hombres en Internet en las noticias sobre su libro. “Me dicen cosas como malfollada”. Y es que las historias de siempre no desaparecen tan fácilmente. Pero cada noche y cada día se escriben otras.

¿Qué pensaría Nabokov si se levantara de la tumba y leyera su novela?

Aplaudiría porque me sumo a la lectura que él quería que se hiciese del texto. En una entrevista ya dijo que Lolita era una pobre niña inventada por Humbert Humbert.

Pero “Lolita” fue recibida como una novela de amor, hasta el punto de que surge el mito de la adolescente impúdica y provocadora llamada así.

La censura sí que entendió la pederastia de la novela, pero finalmente se publicó en el 1958 en Francia y poco después en Estados Unidos. La lectura mayoritaria fue que “Lolita” es una historia de amor con una nínfula que seduce a los hombres y esta interpretación es muy intencionada. 

Durante la revolución sexual de los sesenta por fin se acepta la sexualidad de las mujeres, pero el cambio incide en los mismos puntos de la sexualidad masculina, aunque se suma el tema de la elección. El imaginario social puede soportar la pederastia porque la niña lo desea. Creo que es una fantasía bastante frecuente en los hombres coger una niña virgen y convertirse en Pigmalion para moldearla a su antojo. Por eso triunfó esa visión de la novela.

¿Quiere decir que la revolución sexual de mayo del 68 fue machista?

Fue la revolución sexual de los hombres. Las mujeres nos subimos a un canon sin interrogarnos esa sexualidad que es muy genital, muy promiscua y donde la afectividad no estaba presente. Ahora es el momento en el que las mujeres jóvenes están apuntando en esa dirección y dicen que a lo mejor su sexualidad no es la misma que la de los hombres. Al igual que digo en la novela, ojo, que la sexualidad de los niños no es lo mismo que la adulta. No podemos proyectar una mirada adultocéntrica y antropocéntrica a la sexualidad infantil.

Los mismos hombres no siempre se ven reflejados en ese patrón de sexualidad imperiosa y promiscua.

Cada vez más hay hombres que se atreven a salirse de los roles de género asignados y a decir que su sexualidad no es imperiosa y que nunca han ido de putas. Al igual que la protagonista de la novela, que es asexual. Espero que cada vez más aceptemos la pluralidad de la experiencia sexual fuera de los patrones del heteropatriarcado.

La clave es la aceptación de la diferencia y este es el núcleo de la recepción de “Lolita”, lo que más nos cuesta soportar es la alteridad, percibir que el otro es otro, ajeno a nosotros tanto a nivel individual como social.

Dolores Schiller, la hija de Lolita en su novela, culpa de su falta de deseo al trauma sufrido por su madre.

Hay dos motivos por los que Dolores Schiller es asexual para mí como autora: uno es que en el interior de la novela me interesaba subrayar los efectos intergeneracionales del abuso. Lolita fue abusada y, aunque estrictamente esto no pudo pasarle a la hija, me gustaba que ella pensase que su aversión a la sexualidad tenía que ver con este abuso. Queda ese interrogante para el lector.

Por otra parte, quería tener en el interior de mi obra una protagonista asexual ya que la sexualidad ha estado muy presente en las protagonistas femeninas de mis novelas anteriores y quería mostrar a personas cuya pulsión se expresa a través de lo intelectual.

A pesar de que las mujeres han copado la lista de mejores libros de 2015, ¿cómo ve la aceptación de la mujer escritora?

El poder se resiste a ceder parcelas y eso está clarísimo en todas las instituciones, y las culturales son una institución más. El poder tiende a perpetuarse y el poder lo tienen los hombres, en general.

Por otro lado, creo que hay una educación estética impuesta por el poder. La educación estética de los varones tiene un canon masculino y no leen a mujeres. Hay estudios que dicen que un 25% de libros que se publican están escritos por mujeres y de ese 25% se reseña tan sólo un 18%. Y luego, los críticos lo tiñen de literatura de mujer y hacen un subgrupo. El objetivo sería que la literatura escrita por mujeres fuera sin más literatura o que las cineastas puedan producir sus películas igual que los hombres, no que exista un cine de mujeres.

¿Tuvo usted referentes de escritoras en su juventud?

Nada. Yo fui absolutamente patriarcal en mi formación estética. Leí muy pocas escritoras y ahí fue cuando tomé conciencia de esta discriminación. Leí el canon occidental, blanco y masculino. De ahí que asumiera la lectura oficial de “Lolita” y de reparar ese error viene mi deuda. No escuché a Lolita, participé de la lectura hegemónica y no me fijé en la ausencia de la niña. Fue posteriormente que pude leerla así y leer a escritoras.

¿Le dio miedo escribir una novela en respuesta a Nabokov?

Tenía una deuda con Lolita y me daba miedo ponerme a dialogar con esa novela, pero por otra parte pienso que la literatura es eso, está presente desde Cervantes hasta Coetzee.

Me llevó cinco años y hubo un momento en el que me tuve que autorizar porque la literatura es el territorio de la libertad. También me protegía el maestro porque es la versión que él hubiera querido. Toda la literatura es intertextual. Creo que los escritores escribimos porque leemos y sentimos esa necesidad de un diálogo inconsciente con esas lecturas.

¿No ha temido que se la malinterpretase como inquisidora de la literatura?

He sido muy cuidadosa porque era uno de los que más me importaban en la novela. En realidad, la conversación que tienen Dolores Schiller y Humbert Humbert en Suiza era muy importante porque quería mostrar la diferencia entre personaje y creador. Allí donde en Nabokov es una obsesión que recorre su obra, en Humbert recorre su vida. Esa capacidad que tiene la literatura de dar vía libre a nuestras obsesiones de una manera inocente en la ficción a través de los personajes me parece muy interesante.

¿Cuándo se autorizó a sí misma para ser escritora?

Me hice escritora mayor, aunque lo deseé desde pequeñita. Quería ser Marguerite Yourcenar. Leí mucho de las bibliotecas de mis amigos, enseguida tuve la suerte de dar con en este mundo de intelectuales de provincias muy formados y anónimos que han sido los primeros lectores de mis novelas.

No empecé a mandar manuscritos hasta los 23 ó 24 años y como me los devolvían, me desanimé. Así que estuve diez años formándome como psicoanalista con mucha intensidad y a los 35 empecé a escribir en La Opinión crónicas de viajes y tuve buena acogida. Eso reforzó de nuevo el deseo y a partir de ahí encontré una editorial. Y me autoricé al tiempo que leía a mujeres escritoras y vi que tenían palabra.

¿Qué hacemos con el canon literario masculino, blanco y burgués?

Cómo no leer a Nabokov, Flaubert o Tolstoi. Hay que leerlos. No tenemos que hacer juicios ideológicos a la literatura ya que es el terreno de la libertad y ellos se han expresado como hombres de su tiempo, pero sí que hay que particularizarlo, no hacerlo hegemónico.

Ahora mismo ya se está produciendo esa multiplicidad de voces por la democratización de la cultura junto con la pérdida de autoridad de las instituciones académicas y la crítica canonizada.

Mucha gente en Murcia ha pasado por sus talleres.

Han pasado más de 400 personas durante once años. Están saliendo algunos autores muy buenos y todos agudizan su capacidad de lectura. Los talleres son revolucionarios y enseñan a pensar. Educan el gusto literario. Muchas personas llegan al taller con malas fuentes para ir a la lectura y cuando leen autores sólidos ya no pueden volver atrás.

¿Qué le diría a una lolita?

Es muy difícil en esta etapa de tanta plasticidad, pero que cultiven la rebeldía y no se dejen invadir por discursos que los colonizan sobre una sexualidad que seguramente no será la suya.

La sexualidad es muy pornográfica, un campo de dominio del poder y ahora mismo del neoliberalismo. El neoliberalismo quiere una sexualidad más mercantilizada, quiere que usemos a los otros como objetos de usar y tirar, sin compromiso ni lealtades. Ahora estoy viendo esta posibilidad de dejar a una pareja de dos o tres años mediante un mensaje de `whatsapp´. Es muy doloroso porque el otro se convierte en una mercancía que puedo coger mientras vaya bien y funcione la relación calidad-precio y luego lo puedo abandonar como objeto, no como una persona cara a cara.

La cita amorosa cuesta mucho dinero desde llevar una ropa interior determinada, pasando por un buen restaurante o un vino. Esta hipersexualización de las relaciones está impregnada de mercantilización.

¿Fue Lola una lolita?

No. Fui una niña del Opus. Mi familia es muy católica. Salí a través de la lucha antifranquista al entrar en la Universidad. No era una lolita, era bastante inhibida y llegaron los sesenta con la revolución sexual y fui revolucionaria.

Mis amigos me llamaban Lolita y me pareció cariñoso hasta que leí la novela y me di cuenta de las connotaciones y no me gustó más, pero se los perdonaba.

Otro tema importante presente en la novela es el suicidio voluntario asistido.

Somos una generación que creía tener una esperanza de vida de más de 80 años, y que está siendo azotada por el cáncer, lo que hace que nos replanteemos la vida sin cesar, ante cada pérdida. También, como personas autónomas que luchamos por la libertad, muchos preferimos abandonar la vida cuando deje de parecernos que merece la pena.

En su libro apunta que mucha de la literatura que se publica hoy es banal.

La pregunta sería, ¿hoy se publicaría una novela tan compleja como “Lolita”? Las exigencias del lector común han ido bajando, como dice José Carlos Mainez, porque competimos con la atención que le prestamos a los teléfonos móviles, el ordenador, que están configurando nuestro cerebro. Y los escritores que quieren competir con eso han ido bajando sus expectativas y hace que tengamos una literatura menos compleja, aunque hay resistencia.

Hay textos literarios que esperan ser convertidos en guiones de cine porque es donde hay más público. Pero la literatura que a mí me interesa tiene como único recurso la palabra y el lenguaje, de manera que podemos penetrar en la mente de los personajes de forma única.

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