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'Así nos ven': una mini serie sobre cómo opera el mito del violador negro en la sociedad estadounidense y en sus tribunales de (in)justicia

Cartel de la serie 'Así nos ven'

Carla Boyera

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El premio Primetime Emmy a la mejor miniserie fue dirigido por Ava DuVernay, también guionista, productora y actriz afroamericana. En cuatro episodios, DuVernay desbroza magistralmente no sólo qué pasó, sino también (y esto es muy importante) qué supuso aquel 19 de abril de 1989. El impacto que tuvo el estreno de la miniserie en junio de 2019 forzó a la que fue fiscal asistente del caso y abogada principal del equipo de la fiscalía, Elizabeth Lederer (Vera Farmiga), a dimitir de su puesto como profesora en la Universidad de Columbia debido a la polémica.

Pasadas las 9 de la noche, hace hoy exactamente 32 años, Patricia Meili, una chica blanca de 28 años, salió a correr por el parque de la zona norte más cercana a Harlem cuando fue salvajemente atacada y violada. La encontraron inconsciente, con hipotermia y con el 75% de su sangre fuera de su cuerpo. Una lesión cerebral grave la tuvo en coma 12 días. El caso se bautizó en prensa como los Cinco de Central Park y su resolución podría resumirse con esta frase de la fiscal Linda Fairstein (una rubia blanquísima interpretada por Felicity Huffman):«buscadme a todos los negros que hubiese aquella noche en el parque». No acabo de hacer spoiler; el spoiler lo hace la vida: cualquier persona que haya vivido lo suficiente en este planeta como para haber desarrollado cierta consciencia de cómo funcionan las cosas puede intuir que el asunto no acaba bien.

En el primer episodio, DuVernay reconstruye la noche de los hechos y del montaje policial. Interrogados por la policía, los cinco menores estuvieron hasta 42 horas esposados a las sillas sin presencia de sus madres ni abogados. ¿Qué vemos? Familias desinformadas y vulnerables son víctimas de una ficción policial que se volverá real. Vemos negligencia y estupidez policial y judicial con fortísimo e innegable sesgo racista y a títeres recitando el Manual de las Lógicas Coloniales de peligrosidad, salvajismo y violencia de los negros.

Es muy frecuente (lo vivimos en España con La Manada) y lamentable que el ataque al cuerpo (siempre sagrado) de las mujeres nos traiga discursos que ensalzan valores punitivistas. El empeño de la fiscal porque se haga «justicia» al cuerpo de Patricia ejemplifica a la perfección lo que curiosa y feministamente siempre se reclama: cárcel. Digo curiosamente porque me parece que las lógicas carcelarias están bien alejadas de la defensa de los derechos humanos. Pero vuelvo. Poco importaba que no encajaran los tiempos, los lugares, los hechos, el semen que no era, la sangre en la ropa que no estaba: lo relevante al montaje policial era tener nombres que fueran cabezas de turco que dieran a la audiencia ávida de seguridad la certeza de que se había encontrado a los culpables, se había reparado el daño a Patricia Meili y se estaba haciendo justicia; es decir, que se restauraba el orden (blanco) gracias a la actuación y a la investigación policial y se recuperaba la fe en la justicia, en sus estructuras y en sus instituciones. El final del primer episodio («Nos hicieron mentir»/“Por qué nos hacen esto”/“De qué otra manera nos han tratado siempre?”) nos deja un diálogo de referencia histórica (a pesar de la juventud de los protagonistas) sobre la memoria del racismo.

El segundo episodio narra el juicio. Con abogados diferentes, los adolescentes obtuvieron sentencias dispares, estando entre 6 y 13 años cumpliendo sentencias en reformatorios (los cuatro menores negros y el chico hispano: Antron McCray (Caleel Harris), Kevin Richardson (Asante Blackk), Yusef Salaam (Ethan Herisse) y Raymond Santana (Marquis Rodriguez) y en prisión el único del grupo que tenía 16 años, Korey Wise (Jharrel Jerome). La criminalización mediática no tuvo que esforzarse mucho cuando los que compran los periódicos tienen en el imaginario bien vivos y aprendidos los relatos de terror del negro violador, la doble pesadilla blanca: amenaza de raza y amenaza sexual.

En el tercer episodio, DuVernay visibiliza y denuncia con su trabajo lo que todo el proceso de injusticia le hizo a estas cinco personas. Imágenes y planos contrapicados nos dan cuenta del adolescente que entró y el adulto que sale: han pasado en algunos casos 13 años y el cuerpo, incluso sin libertad ni espacio, ha crecido. Se suele hablar de la cárcel en términos falaces de rehabilitación, pero, ¿cómo se rehabilita uno después de pasar por la cárcel cuando tu familia, tus amigos, tu barrio, tus ganas de encontrar un trabajo, siguen siendo una extensión de la propia prisión y la sombra del estigma es más larga que la que proyecta tu propia silueta?

El cuarto episodio se centra en la figura de Korey Wise: el único de los cinco que ni siquiera fue arrestado esa noche y que sólo fue a comisaría para acompañar a su amigo Yusef. Imposible no trasladarse al 4F en Barcelona con lo sucedido a Patricia Heras en otro caso, esta vez marca 'expaña', de montaje policial. No dejéis de ver el documental Ciutat Morta para comprobar cómo lo que pensamos que no puede ser existe.

Korey Wise fue la pieza del puzle que les faltaba para montarlo todo. En este último episodio también se descubre quién atacó realmente a Patricia Meili y por qué circunstancia del azar confesó su crimen precipitando, por fin, la puesta en libertad de los adolescentes inocentes.

En las proyecciones sociales racistas y coloniales los hombres negros se convierten en bestias que devoran a las mujeres blancas. Tal y como documenta Mithu M. Sanyal en su obra “Violación. Aspectos de un crimen de Lucrecia al #MeToo” (…) la palabra “violación” se usó por primera vez en 1883 en la National Police Gazette en referencia a un “violador negro”. Thomas Nelson Page, abogado estadounidense descendiente de aristócratas asentados en el condado de Virginia (condado, por cierto, que debe su nombre a la reina Isabel I de Inglaterra, apodada, qué cosas, “la reina virgen”), fue también embajador de los EEUU en Italia y alguien tuvo que hacerle las comidas y limpiarle y gestionarle bien la casa para que él pudiera escribir las más de veinte novelas que llegó a publicar entre 1884 y 1914.

Pareciera que de tan ínclita boca fueran a salir sólo pensamientos refinados, pero lo cierto es que este personajo-que-rima-con-escupitajo aplaudía los linchamientos a la comunidad negra indicando que ellos eran los únicos culpables de haber sido asesinados y que forzar mujeres era un crimen “que se circunscribe casi por completo a la raza negra”. El buen señor elevó así a la máxima potencia lo que hoy conocemos como victim blaming (culpabilización de la víctima). Encontrar las siete diferencias entre este inmundo ser humano blanco de principios de siglo y la escoria Donald Trump que, además de usar parte de su inmensa fortuna en pagar una campaña de odio contra los cinco adolescentes, escribió una carta a los medios rezumando racismo, poniendo el foco en la seguridad y pidiendo que volviera la pena de muerte al estado de Nueva York muchos años antes de que sus repugnantes discursos e ideas lo encumbraran como presidente de EEUU, no es tarea fácil. Para justificar los linchamientos (el término nace en el S.XVIII y las prácticas de asesinato y tortura llegan hasta mediados del S.XX) de tal manera que fuesen socialmente aceptados se echó mano, explica la activista feminista antirracista Angela Davis en “Mujer, raza y clase”, de la acusación de violación: es así como nace, en un contexto de fuertes tensiones raciales, el mito del violador negro.

Quizás ayude a entender el desamparo político al que se enfrentaron los cinco adolescentes racializados el hecho de que en esas mismas fechas rompía ya en la orilla social estadounidense la Segunda Ola Feminista en cuya agenda, además de las desafortunadas luchas internas por temas como la pornografía o el trabajo sexual, no estuvo el desacreditar las narrativas racistas que alimentaban la imagen del negro como amenaza para la mujer blanca. Sobra decir que el movimiento feminista era (es) predominantemente blanco. Es lo que Nerea Barjola en su “Microfísica sexista del poder. El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual” explicaba sobre las dinámicas de poder que hacen del relato del peligro sexual un mecanismo eficaz para disciplinar los cuerpos de las mujeres, sólo que en este caso hay un plus de raza y los cuerpos a disciplinar son negros como grupo subordinado al poder blanco, por supuesto también a las mujeres blancas.

De las 3.254 violaciones denunciadas en los cinco distritos de Nueva York en el año 1989, sólo el caso de los Cinco de Central Park atrajo la atención de la prensa, ¿por qué? ¿Por qué no ese otro caso, sucedido casualmente también ese mismo día, en Brooklyn, en el que dos hombres blancos (el color es mío, en los medios de comunicación no dieron cuenta del color de piel de los violadores y cuando no se nombra el color o el origen de uno o varios agresores, siempre son patriotas marca local) violaron a una mujer negra y la tiraron desde el tejado de un edificio de cuatro plantas? La respuesta seguramente pueda estar contenida en esta pregunta que se hace la gran activista chicana Gloria Anzaldúa: “Cómo nos atrevemos a salirnos de nuestras caras de color. Cómo nos atrevemos a revelar la carne humana bajo la piel y sangrar sangre roja como el pueblo blanco”.

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