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'I am Mother', la madre cíborg y la metáfora de la maternidad futurible

Madre e Hija en 'I am Mother'

Carla Boyera

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Un lenguaje inequívocamente computadoresco nos pone en contexto. Nos encontramos en el interior de las instalaciones del Centro de Repoblación, en el Día 1 desde la Extinción, compartiendo espacio con 63,000 embriones y donde la Ocupación Humana asciende a un total de 0. La madre cíborg aparece sentada en su trono. Se encienden las luces como se encenderían las primeras luces de una fábrica al empezar un nuevo día. Su única trabajadora se dispone a cumplir su única misión: la conservación de la humanidad por venir, la humanidad porvenir; la humanidad sin guerras, sin violencias, sin Hobbes, sin autodepredación, la humanidad sin errores. Este es el relato invertido de I am Mother, donde una suerte de micelio tecnológico, una red androide, es la encargada de preservar la vida y el ser humano de destruirla.

La tecnología posibilita la desaparición de la madre biológica como única biomáquina capaz de engendrar, reproducir, cuidar y proteger la vida. Unas falopinzas escogen un feto con forma de tarjeta gráfica para insertarlo en una máquina tecnouterina que 24 horas más tarde traerá un ser humano en un parto metalizado, aséptico e indoloro. Cinco minutos más tarde, el fetochip es una criatura a la que vemos crecer hasta metamorfosearse en una joven (Carla Rugaard). En este film, el trabajo sexual y el trabajo reproductivo/gestacional se sacan del marco esencialista del cuerpo-mujer para ser trasladados a los cuerpos-máquinas. Me interesan enormemente estas narrativas donde se desnaturaliza la maternidad y se recodifica el Edén como una habitación llena de luces, cables y botones gestionada por esta Nueva Madre: un ser sin sangre, sin carne, sin culpa ni dolor que no obstante desprende calor incandescente cuando acaricia a su nueva criatura y que sabe que cantar calma el llanto. ¿Qué es Madre? es el primer interrogante que nos va a acompañar durante toda la película. Vemos a Madre jugar, coger a Hija de la mano al andar, mirarla bailar, es decir, vemos a Madre performando a la madre.

La trama se complica cuando entra en escena la Fugitiva (Hilary Swank): la lucha por asumir la apropiación de Hija lleva a la competitividad por el afecto y la confianza entre la Fugitiva y Madre. Ambas se postulan como espacios de verdad, protección y cuidado. Pero no puede haber dos verdades contrapuestas. ¿Miente la Fugitiva? ¿Miente Madre? Esto nos lleva como espectadores a preguntarnos qué está sucediendo fuera de ese recinto hermético al tiempo que también nos inquieta el objetivo que se persigue desde dentro. ¿Es esperanzador el afuera? ¿Dónde reside realmente el peligro y la amenaza? En este escenario de desnaturalización de la maternidad, tanto la madre cíborg como la Fugitiva reconstruyen el mito del parentesco dejando abierta la posibilidad de re-escribir los guiones del trabajo materno: cualquiera puede cuidar, no importa de qué cuerpo hayas salido -y más en este caso donde no hay biocuerpo. No es novedoso que la reproducción y el futuro de la humanidad sean el eje vertebrador de una película de ciencia ficción, pero sí lo es que no hagan su aparición estelar los hombres-machos guerrilleros/salvadores.

La aparición de la Fugitiva va a desencadenar la excusa de la seguridad que siempre acompaña a las narrativas autoritarias. Poco a poco, la película evoluciona de un relato de cuidado y protección hacia un relato de dominación y exterminio. La metáfora de la maternidad se extiende hasta límites insospechados. Sus contradicciones se van desvelando hasta dejar desnuda la mentira: la falacia de destruir para cuidarnos, de matar para preservar, de controlar para proteger, de encerrar para liberar. Se precisa el cero cuestionamiento de las órdenes y una obediencia ciega. La consecución del humano perfecto pasa, paradójicamente, por el poder tecnomilitar, las armas, las tierras baldías, el hambre, la miseria y las violencias extremas: las máquinas preparan la Tierra para alumbrar una nueva raza humana, superior, una nueva ‘familia’. Nacimiento es aniquilación. Una tiene la sensación de estar pasando los ojos por las líneas que escribió George Orwell: la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud… paradojas sociopolíticas que nos hacen un efecto batidora en la cabeza, un ajo mental que tiene la pretensión de amalgamar lo inamalgable. Las narrativas manipuladoras y los personajes expertos en tergiversación siempre se sirven en escenarios apocalípticos que favorecen simplismos. ¿Acaso de un determinismo biológico (ya felizmente desmentido por Margaret Thatcher que nos enseñó que la vulva con poder no es sinónimo de final feliz) la alternativa pasa por un maniqueo determinismo tecnológico (las máquinas nos van a gobernar y a destruir como especie)?

En este caso, la propuesta fílmica juega con los lenguajes de control de la población como ya lo hicieran los nazis en su pretexto por la optimización del ser humano como especie. La paradoja de destruir para conservar la vida sigue siendo una realidad distópica no deseable como hemos visto recientemente con las lógicas de la COVID19: no se puede preservar la vida cancelando la vida, no sin pagar el peaje de la salud mental y la represión de nuestros derechos y libertades. En el diálogo final entre la Fugitiva y Madre resuena aquello tan perturbador que escribió Viktor E. Frankl, superviviente de campos de concentración: “los mejores de entre nosotros no regresaron a casa”.  

Esta película nos abre a conversaciones sobre la supervivencia de la especie humana y su inevitable alianza con las máquinas planteando los clásicos dilemas éticos y morales de los relatos de ciencia ficción de tintes eugenésico-apocalípticos sobre quién merece vivir y quién no. La codificación de las estrategias de supervivencia son comunes en los relatos de ciencia ficción, pero en este caso el darwinismo ha sido reformulado en términos de rectitud moral: es la ética lo que te hace más fuerte y lo que consigue invertir el dualismo jerárquico ser humano vs. cíborg, pero, ¿hasta cuándo vamos a seguir citando a Maquiavelo? Dice Donna Haraway: “No está claro quién hace y quién se hace en la relación entre el humano y la máquina. No está claro qué es la mente y qué el cuerpo en máquinas que se adentran en prácticas codificadas” y añadiría: quizás la capacidad de tomar decisiones legitimadas en defensa de la vida (de todas las vidas, porque todas las vidas importan) ya no sea lo que diferencie la biointeligencia de la tecnointeligencia. Quizás podamos asistir a la humanización de la máquina. Y es que la ciencia ficción, siguiendo a la jefa Haraway, es teoría política.

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