'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Un rompeolas de palabras contra la erosión del mundo: sobre 'Ronda de Solos', de José Luis Carrasco
El punto de partida de “Ronda de solos” es el momento en que su protagonista aterriza en la ciudad de Avilés, donde hay previsto un concierto del cuarteto de jazz del que forma parte, y se da cuenta de que le han robado el saxofón. A partir de ahí siente que ha perdido mucho más que su instrumento y comienza a disolverse por las calles de la ciudad (“[…] siento que me abandona, escalón por escalón, cada partícula de mi persona”), mientras, en un ejercicio de introspección, nos va mostrando su mapa interior en una reflexión con la música como hilo conductor y la ciudad extraña como vehículo.
Escrito en primera persona y con una prosa clara y precisa, la trama argumental de “Ronda de solos” tiene un hilo muy frágil: no pasan cosas, todo lo que ocurre, ocurre dentro del protagonista. Es un relato que no te urge a que llegues al capítulo siguiente sino que te permite que te lo tomes con calma, que vayas y vuelvas. Tiene el ritmo y la cadencia del jazz. Uno no puede (o no debe) andar apresurado por las calles de una ciudad que desconoce. El protagonista del libro, como músico de jazz, tiene experiencia en esa relación demorada con las cosas que le faculta para detenerse a contemplar paisajes urbanos en los que probablemente nadie repara. Los sonidos de la ciudad forman parte de ese diálogo con el entorno: “privado del instrumento soy más consciente del paisaje sonoro.”
El protagonista es aquí un flâneur clásico. Según Beaudelaire el flâneur es el artista-poeta de la ciudad moderna, un “botánico de las aceras”. Un tipo que deambula por las calles de una ciudad sin rumbo fijo, que no busca experiencias que se encuentren fuera de sí mismo, solo impresiones, imágenes. En un mundo apresurado en que no hacer nada es una rareza cuando uno viaja (hay que comprar, ver sitios, hacerse selfies, subirlos a redes, comer en restaurantes famosos, hacerse más selfies…), ser un flâneur es un atrevimiento y una extravagancia. También un ejercicio nostálgico. Walter Benjamin distinguía al flâneur del mirón. El flâneur está siempre en completo dominio de su individualidad mientras conversa con el paisaje urbano en tanto que el mirón se olvida de sí mismo y para él, el entorno es un decorado; hoy lo encontraríamos haciendo fotos con su móvil sin parar.
En “Ronda de solos” el autor expone pormenorizadamente su amor por la música. Por ello este libro es al mismo tiempo una valiosa guía musical para los amantes del jazz: Miles Davis, Sonny Rollins, John Coltrane, Thelonius Monk, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong. Y en especial Pedro Iturralde al que dedica un capítulo en el cual describe uno de sus conciertos. “El concierto acaba pero el músico permanece” dice José Luís Carrasco al final de este capítulo, como permanecerá el saxofonista en la memoria y en el corazón de los amantes de la música.
Nos reconocemos en el autor en su conversación con las calles, con la música y consigo mismo. Nos hemos sentido así en cualquier otra ciudad y con otro leit motiv como hilo conductor. Reconocemos esa reflexión sobre la vida, sobre lo que quedará de nosotros cuando no estemos. En la pérdida del instrumento y en la sensación de abandono en una ciudad extraña hay un esquema de nuestra propia vida y de nuestro paso por ella. Un músico sin instrumento como una vida sin objeto y que nos hace preguntarnos qué queda de un arte que es efímero, como nosotros mismo. Las tareas a las que nos entregamos cotidianamente nos distraen de esa fatalidad. Al igual que la vida, ciertos lugares son “un sitio de paso, no de permanencia donde recordar que las cosas importantes se construyen en entornos hostiles.” Los recuerdos de infancia van surgiendo de ese hilo, emergiendo de la memoria como pompas de jabón que conservan imágenes en su interior y explican el primer contacto del autor con la música: “todavía no me ha llamado la música pero estoy vendido. He entrado y nunca más voy a querer salir.”
Hay algo aforístico también en bastantes momentos: “el tiempo es la materia prima del músico”, “una página en blanco puede contener el universo o la nada.” Hay muchos más ejemplos a lo largo de todo el libro. En uno de esos aforismos encontramos una declaración de lo que probablemente el autor persigue con este libro y es al mismo tiempo una bella definición de Literatura: “Un rompeolas de palabras contra la erosión del mundo.”
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