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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El caso Keira Bell

EFE/ Raúl Bobé

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El 1 de diciembre de 2020, el tribunal supremo británico condenó a la clínica Tavistock (del sistema público de salud) por “permitir la hormonación cruzada, el bloqueo de la pubertad, y las intervenciones de ”reasignación de sexo“ en menores de edad”, en los casos de Keira Bell y una adolescente autista cuyo nombre no ha transcendido.

Los jueces consideraron que la clínica no había facilitado a las demandantes información suficiente sobre las consecuencias de estas intervenciones y que, en cualquier caso, los menores de 16 años difícilmente pueden tener la capacidad de comprender sus consecuencias a largo plazo, y por tanto, de dar un consentimiento válido para su realización. Además, el tribunal dictaminó que para jóvenes a partir de los 16 años, dado el carácter experimental de estas intervenciones, se debería obtener autorización judicial antes de su realización.

La propia Keira Bell señaló que un problema de confusión de identidad puede llevar a la convicción de ser “trans”, y que la reasignación de sexo en estos casos puede resultar muy dañina para quien la sufre. El apuntalamiento protésico de una identidad insuficientemente constituida mediante la adscripción a una “bandera”, como el colectivo trans, un nacionalismo, una religión, una profesión, etc, es un fenómeno que se aprecia con frecuencia. Debajo de esa confusión de identidad puede haber circunstancias tan heterogéneas como la inmadurez propia de la adolescencia o una psicosis, entre otras posibilidades, y no es sencillo distinguir unas de otras, especialmente si ni siquiera se intenta.

Resulta especialmente relevante, tal como señaló el tribunal supremo británico, que una proporción bastante alta de las personas remitidas a clínicas de reasignación de género (hasta el 50% según algunas estimaciones, aunque dicho tribunal pidió que se estableciesen registros para clarificar esta cuantía) sufren problemas del espectro autista. Es decir, tienen dificultades en la constitución de su identidad que pertenecen al ámbito de lo psicótico, que van mucho más allá del aspecto sexual de la identidad, y pueden sufrir un daño catastrófico si se interviene sobre lo real del cuerpo sin tener en cuenta la complejidad de su problemática.

En el caso del fenómeno trans resulta importante la influencia de un movimiento político que presiona para defender los derechos, especialmente el de autodeterminación sexual, de este colectivo. La influencia de este movimiento ha favorecido el reconocimiento social de la condición trans, ha conducido a la realización de intervenciones de reasignación sexual en sistemas públicos de salud y ha eliminado en algunos sitios (entre los que se encuentra la Región de Murcia) el requisito de una valoración psicológica/psiquiátrica previa a la transformación. También ha contribuido a la glamourización de un fenómeno tradicionalmente denostado y a la represión de voces críticas con el modo de actuación imperante en la actualidad.

Esto ha llevado a una situación de desinformación en la opinión pública, que generalmente ignora que la cirugía de reasignación de sexo es experimental, y que puede llegar a creer que la medicina es capaz de conseguir un cambio completo de sexo. Una persona nacida como hombre no puede llegar a convertirse en una mujer capaz de quedarse embarazada, lo mismo que una nacida como mujer no puede producir semen y fecundar. Además, la cirugía de reasignación de sexo conlleva importantes disfunciones sexuales y efectos secundarios que no suelen tenerse en cuenta en el debate público.

Una cosa es que la sociedad revise los roles de género tradicionales, o que repiense las categorías de género y su relación biunívoca con el sexo, pero reestructurar la biología para resolver un problema de identidad resulta bastante más complicado, y además es arriesgado. Estos riesgos se multiplican cuando ni siquiera se examina detenidamente lo que implican estas intervenciones en las personas que se someten a ellas. No digo que una evaluación psiquiátrica vaya a resolver el problema, pero su ausencia sugiere un desprecio por los riesgos calificable como negligencia. 

En una cultura consumista puede parecer que toda persona tiene derecho a hacer consigo misma lo que le salga de los pilares del patriarcado. Sin embargo, la sociedad no sólo tiene derecho a defenderse de sus miembros, sino la responsabilidad de proteger la seguridad de éstos, aunque ello suponga restringir libertades como cuando la ley obliga a ponerse el cinturón de seguridad. Creo que la sociedad debe ofrecer unos referentes que ayuden a los individuos a construir su identidad, aunque luego los individuos se rebelen contra estos referentes. Ha habido épocas en el pasado en que dichos referentes eran tan rígidos que constreñían la individuación, pero actualmente son tan indefinidos que abocan a algunos sujetos al vacío identitario, y a tratar de rellenar éste de manera forzada.

La transexualidad constituye un fenómeno complejo que plantea muchas cuestiones y que debe ser examinado cuidadosamente. Creo que la mayoría de las respuestas a estas cuestiones han de ser halladas en el caso por caso, resultando probablemente inadecuada cualquier generalización. La sobresimplificación de este asunto en el discurso público (y en algunas leyes) puede resultar muy perniciosa para las personas que lo viven en sus carnes. Mi propuesta al respecto no es original: pensar y debatir mucho, mantener una perspectiva abierta y plural, y actuar con mucho cuidado para evitar errores que no se puedan reparar, especialmente cuando se trate de menores de edad. Creo que la sentencia del tribunal supremo británico va en esta misma línea.

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