Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Chiquito y la RAE

José Daniel Espejo

Murcia —
Quis custodiet ipsos custodes?

Juvenal. Sátiras

La que sobrevuela estas líneas es una locución latina que también se cita en Watchmen, de Alan Moore, que es donde la conocí. Queda guai hacer referencias al mundo de los tebeos, pero hay más que el guiño por el guiño en esa cita, como trataré de explicar después. Se le suele atribuir a Juvenal (aunque hay discusión al respecto), y en todo caso remite a una paradoja expuesta por Platón en La República: cómo evitar los abusos de poder por parte de quienes detentan las posiciones superiores de las pirámides sociales. Todo esto lo sé por la Wikipedia -y hay más que el guiño por el etc-, y me ha encantado la solución que encuentra Platón al problema: convencer a los dirigentes de que son mejores que los demás, cargar sobre sus hombros la responsabilidad de protegernos, para que este deber les distraiga de la tentación del mal gobierno. ¿No es maravilloso? Convencerlos de que son mejores, envestirlos de la responsabilidad de protegernos, todo ello artificialmente, claro. Viene a decir Platón que nadie es mejor que nadie ni necesita guarda, pero que interesa mantener la ficción de la jerarquía para entretener a la casta gobernante y que robe menos. En 2017, en España, por menos que eso te sientan en la Audiencia Nacional, pero sigamos.

¿Quién nos protege de los protectores? es una idea que surge, platónica -y libertaria- ella, una y otra vez ante el rosario de casos de corrupción política y empresarial y manipulación del poder judicial. Cada vez que alguien recuerda la factura de nuestra cleptocracia (90.000 millones de euros al año, ahí es ná), el fragmento de Juvenal se proyecta un momento, de una u otra forma, en nuestra conciencia colectiva. Como es lógico. Pero a mí me viene a la mente también en otras ocasiones. En concreto, cada vez que abre la chancla un académico de la lengua. Sí. La institución, que acoge a ejemplares de lo más alto de la cadena trófica cultural española, limpia-fija-y-da-esplendor al poder de cada uno de sus miembros, custodios de la lengua en que redacto estas líneas y tesoreros de nuestra herencia escrita. Desde 1714 disfrutan de la condición de representantes del Estado, así como de diversos estipendios públicos (1,6 millones de euros anuales en la actualidad, de distribución opaca), pero es sin duda el capital simbólico que detentan, como ministros lingüísticos, el botín principal.

Aquí vendría la lista de agravios a que nos tiene acostumbrados la RAE: el machismo congénito (hay solo ocho mujeres académicas, seis de ellas de ingreso reciente, y hasta 1978 no hubo ninguna), el maltrato laboral vía subcontratas, la opacidad de sus cuentas, etcétera. Me la voy a saltar. Voy a quedarme con una queja, la principal: lo reaccionario de la nómina, las barbaridades que emiten sus señorías (o como se diga) desde sus púlpitos, la ideología que, sumando todo ello, transmite la institución en su conjunto. Todavía quedará por ahí alguien que no lo vea, que crea que la función de los académicos consiste en discutir infinitamente sobre el punto y coma y que después, ya en su casa en batín y pantuflas, cada uno opina sobre lo que le parece sin que una cosa tenga nada que ver con la otra. También quedará quien se sorprenda de las mezquindades de sus eminencias (o como se diga), desde ese Víctor García de la Concha vetando en Planeta el libro de Gregorio Morán a ese Francisco Rico trapicheando con ediciones infantiles del Quijote. O de lo bocazas que pueden llegar a ser. Un par de muestras -dejemos aparte por esta vez a don Arturo-: Félix de Azúa llamando pescadera (a modo de insulto) a Ada Colau, o Álvaro Pombo declarándose homosexual pero homófobo. No. Nada de eso es casual. No son deslices ni pecadillos privados, como no es casual sentar en sendos sillones a Luis María Anson y Juan Luis Cebrián, o a Vargas Llosa y Muñoz Molina, también compañeros de editorial. Como no es casual ir por la vida aprovechando tu condición de académico y tu apelativo de excelencia (o como se diga) para sentar bien remunerada cátedra aquí y allá. Como tampoco lo es aprovecharse turbiamente de la inmensa lanzadera académica y editorial que controlan tus socios en la institución. No. Tal es la funcion que cumple la RAE, al mismo tiempo parnasillo del mundo de la lingüística y literatura españolas y órgano de legitimación del estado, con sus consensos setentayochescos, su bipartidismo por cuotas, su hegemonía sociocultural y sus numerosas líneas rojas.

Si el perfil tipo del académico es un señor de algo más que mediana edad, escritor y periodista de opinión, amigo de todo tipo de polémicas en cualquier campo (sin importar los conocimientos previos necesarios) y poseedor de una generosa idea de sí mismo, que normalmente se considera una especie de espíritu libre sin pelos en la lengua, la realidad de sus numerosos posicionamientos devela una heterodoxia e independencia política nulas. No es posible dar con ninguna declaración de ninguna de sus ilustrísimas (o como se diga) saliéndose un palmo del discurso bienpensante de un casino de pueblo: monarquía, liberalismo económico, europeísmo berlinés, inmaculada transición y unidad de la patria. El carácter vitalicio de los nombramientos y lo endogámico del sistema de elección convierte a la RAE en la institución semipública menos plural del país. El Senado es un CSO a su lado, un festival Pachamama, una rave. Como casi cualquier cosa lo es, comparada con (uy, perdón, otra vez el mismo símil, vaya) un casino de pueblo.

Por si faltara alguna pata para el -precisamente- banco, desde 2005 la RAE anda embarcada en negocios con una institución financiera: la Fundación del Español Urgente (Fundeu) BBVA se dedica a limpiar, fijar y dar esplendor al idioma que emplean las redacciones, y tiene a la cabeza de su patronato a Darío Villanueva, y como vicepresidentes al presidente de la Agencia Efe y al director de comunicación -nada menos- de la entidad bancaria. En su consejo asesor aparecen nombres conocidos del periodismo actual, como Jorge Bustos, Montserrat Domínguez, Juan Soto Ivars, Sol Gallego, Victoria Prego o Mario Tascón. Llamadme malpensado, pero ¿no parece algo sospechoso este interés del BBVA por suplantar a la RAE en una función que por sus estatutos le corresponde -la de emitir recomendaciones de buen uso de la lengua- en un espacio, el de la prensa, potencialmente crítico con los actos del sector financiero a lo largo de estos lustros de crisis? ¿Cómo afecta esta vinculación laboral a la independencia periodística de los miembros del consejo y de sus redacciones de referencia? ¿Qué es más urgente en la prensa nacional, sacar brillo a su castellano o dejar de tocar fondo cada año en ventas y credibilidad (la más baja de la UE según la universidad de Oxford)? Lo digo porque igual estamos desnudando un santo para vestir otro. Llamadme lo que queráis, pero igual el santo ése que tanto vestimos trafica con ropa luego.

Las Academias Nacionales europeas precedentes de la RAE datan de la época de la Contrarreforma (la italiana se fundó en 1582 y la francesa en 1635) y responden al interés, por parte de las casas reales, en extender su influencia cultural, unificando las lenguas de su dominio. La idea motriz (la decadencia del idioma, la necesidad de implantarle guías para reconducirlo) es un correlato de los esfuerzos eclesiásticos en la Europa católica para exorcizar el fantasma luterano. Todo ello no había terminado de quedar atrás para cuando nació la hispana, en 1713. A diferencia de la gramática de Antonio de Nebrija (1492), de carácter humanista y descriptivo, las obras de la Real Academia adquieren como es lógico el cariz fuertemente prescriptivo que anticipa el lema “limpia, fija y da esplendor”. La idea de que es necesario un tribunal lingüístico para emitir juicios sobre lo que está bien dicho y lo que no, en ausencia del cual el idioma se desintegraría y tendríamos que comunicarnos por signos, parece haberse aposentado durante siglos en nuestro inconsciente colectivo. Evidentemente, ese poder judicial lingüístico se extiende, de una forma que casi estoy por llamar wittgensteiniana, al de definir el marco de lo aceptable en nuestra sociedad. Por citar al viejo Ludwig, los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Solo que tal vez no son tan estrechos como los pintan. No sé, piénsalo.

Este año hemos celebrado el centenario de Gloria Fuertes, hablando de ensanchamientos de lo decible. “Parece que la Real Academia es como el coñac, cosa de hombres”, dijo nuestra poeta en 1975. Hace unos meses, uno de esos hombres, en concreto el de la erre mayúscula (no sabemos si con el concurso de cierta cantidad de coñac), le dedicó unas palabras bien agrias, en las que mezclaba como suele varias de sus fobias, como la corrección política, o la mayor de ellas, el feminismo. Sigo a Marías desde que empecé a leer en serio, llevo zampándome sus diatribas semanales en prensa desde mediados de los 90 y sé reconocer cuándo no se ha tomado la pastilla. De hecho, sé en qué momento empezó a necesitar esa pastilla. A principios de esta década. Antes de eso, y a semejanza de muchos otros de sus reverencias (o como se diga), como Reverte, Azúa, Muñoz Molina, Vargas Llosa o Pombo, sus intervenciones en el debate público eran serenas, elegantes -si bien algo presuntuosas-, divertidas a lo oxoniense, digestivas. En mi época de lector de español siempre recomendaba a mis alumnos sus artículos, su lenguaje me parecía accesible, equilibrado, pero al mismo tiempo rico, de prosodia agradable y estimulante, hermoso. Nada que ver con la acritud y esclerosis que percibo ahora.

Como si hubiesen tocado a rebato, y sus santidades (o como se diga) tuviesen que emplearse a destajo en la tarea de limpiar, fijar y dar esplendor a la sociedad española -esa plebe malhablada que vive en una “realidad degenerada”, no hay día que no salgan a martillear herejes. Feministas, artistas, dramaturgos, políticos de izquierda o de movimientos municipalistas suelen ser los objetivos con nombres y apellidos de sus diatribas, que se completan contra los más difusos males de “la corrección política”, “el buenismo” y “la persecución de quien llama a las cosas por su nombre”. El país está al borde del colapso por “no valorar el talento” -de sus magnificencias (o como se diga) de la RAE, por ejemplo-; y premiar en cambio “la mediocridad y la estupidez” de las masas embrutecidas de internet. Vamos mal. Hay que dar la vuelta. Leer más (a ser posible, sus libros). Desconfiar de experimentos sociales o políticos. La juventud está perdiHOSTIA COPÓN LA PELIRROJA DE MAD MEN. -COPÓOON. -SUJETARME QUE ME PIERDO.

A veces trato de imaginar cómo se leían, a lo largo de los Siglos de Oro, las obras que ahora son objeto de veneración académica y -Borges dixit- obscenas ediciones de lujo. Qué sentían los adinerados lectores de las primeras ediciones del Quijote, por ejemplo. Personas privilegiadas y cultivadas, recordemos, educadas en la escolástica y que aún veían en el latín la lengua de cultura, acostumbradas a las elevadas formas literarias del Renacimiento, inspiradas en la antigüedad clásica, como el género pastoril o el de caballerías. Intuyo que debió de ser una especie de guilty pleasure ver zascandilear, en Cervantes o Mateo Alemán, a pícaros y plebeyos, encontrar sus bizarras y escatológicas expresiones en negro sobre blanco, por primera vez. Además del resto de sus inacabables méritos, el Quijote o el Buscón fueron, en origen, un carnaval literario, donde el protagonismo lo tomaban seres de baja estofa que traían consigo su idioma (esto es: su mundo), y que parecían empeñados en ensuciarlo, desanclarlo y restarle esplendor de formas tan calamitosas como irresistibles.

Estos días, hablando de desanclar, nos ha dejado Chiquito de la Calzada. Imposible recordarlo sin una sonrisa, pero no deberíamos olvidar que estamos ante uno de los mayores contribuyentes individuales al acervo lingüístico español de toda la historia del idioma. No voy a caer en la, digamos, tentación de abrir un change.org para que la RAE incluya fistro o algo parecido. Para la RAE, Chiquito es una anécdota, claro. Está bien que sea así. A nuestros poetas, mejor tenerlos cerca, pecadores.

Sobre este blog

Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Etiquetas
stats