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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El desarrollo de instituciones políticas globales

Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra

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Muchos de los problemas que afrontamos en nuestros días son de naturaleza global, planetaria. Pandemias como la del COVID-19, catástrofes ecológicas, crisis de refugiados causadas por guerras, hambrunas o represión política, relocalizaciones de empresas y grandes fortunas a paraísos fiscales, crimen organizado a nivel internacional, etc, no pueden ser manejadas adecuadamente por un estado de forma aislada y, frecuentemente cuando un gobierno toma medidas para afrontar estos problemas repercute negativamente sobre territorios vecinos, desplazando el problema en vez de solucionarlo.

El abordaje de problemas globales requiere enfoques globales, dirigidos por instituciones supranacionales, idealmente con capacidad de movilizar recursos de todos los estados. Este tipo de institución ya se ha intentado, inicialmente con el fin de evitar guerras (Sociedad de Naciones, Organización de Naciones Unidas), pero también para cuestiones sanitarias (Organización Mundial de la Salud), atención a la infancia (UNICEF), alimentación (FAO), educación (UNESCO), etc.

El problema es que estas organizaciones tienen poca capacidad de actuación independiente, estando supeditadas al acuerdo de los estados que las forman, y los estados suelen entender sus intereses como enfrentados, considerando que su soberanía consiste en preservar objetivos particulares cortoplacistas y enfrentándose sistemáticamente al bien común. Falta solidaridad a nivel global porque falta conciencia de fraternidad entre los seres humanos. La “fraternité” de la Revolución Francesa es sólo un llamamiento al nacionalismo de una nación-estado enfrentada a su entorno (como quedó claro con las invasiones napoleónicas).

Es necesario construir instituciones políticas con poder efectivo, capaces de demandar sacrificios a estados concretos por el bien global del mismo modo que los estados demandan sacrificios a individuos concretos por el bien común. Además, para que esto funcione, es preciso desarrollar una cultura de pertenencia a una especie, a una comunidad global, construir una identidad humana, no española, francesa, etc.

Los estados modernos se han ido haciendo cargo de la educación de la población, logrando grandes avances en alfabetización y difusión de conocimientos. También han utilizado la educación para adoctrinar a los ciudadanos en modelos de convivencia e ideologías acordes con las sensibilidades de los gobiernos. En esta línea, el nacionalismo ha figurado como un elemento central en los modelos educativos. Los estudiantes llegan a conocer la geografía, historia y distintos aspectos de la cultura considerada como propia del terreno acotado por unas fronteras y a identificarse con la comunidad vinculada a ese territorio. Igualmente, los medios de comunicación focalizan la mayor parte de sus contenidos en los sucesos vinculados con el país en cuestión y los periodistas deportivos transmiten el deseo de que venzan los deportistas nacionales frente a los extranjeros. Así, el ser humano situado al otro lado de una frontera se convierte en un “otro”, en un extraño, al que incluso se le puede hacer la guerra si es preciso. Este proceso educativo conducente a los nacionalismos puede ser redirigido hacia la construcción de una identidad global.

Trascender las identidades nacionales y construir instituciones políticas globales son procesos sinérgicos, que se potencian mutuamente. En la Unión Europea podemos ver un intento de avanzar por este camino y aprender algunas lecciones sobre su desarrollo, comenzando con la ya citada, la necesidad de construir una identidad colectiva sin la cual es difícil sostener una convergencia política.

El proceso de integración ha de ser gradual, dando tiempo a la población a digerir diferencias culturales y económicas. La rápida ampliación de la Unión Europea a países con economías más débiles (Rumanía, Bulgaria, e incluso se planteó la posibilidad de incorporar a Turquía) provocó movimientos migratorios y tensiones sociales que crearon el caldo de cultivo para el Brexit. Es bueno ampliar los vínculos y ayudar a países con economías más débiles a incorporarse progresivamente al nivel económico del resto (España se ha visto particularmente beneficiada por la Unión Europea), pero los gradientes que se establecen necesitan regularse para evitar “torrentes” difíciles de manejar.

Igualmente, con las fronteras exteriores, hay que avanzar, mediante un proceso de solidaridad global, al acercamiento a otros países y la movilidad de personas, bienes e ideas. Pero este ha de ser un proceso regulado en el que se planifique cuántos inmigrantes puede asumir un país sin desestabilizarse a nivel económico, social, etc y se protejan las fronteras para que los flujos sean controlados. Es imposible poner puertas al campo y la emigración desde los países pobres hacia los ricos es inevitable (además de deseable), pero es conveniente regular la velocidad a la que ocurre.

Otra cuestión importante en el establecimiento de grandes organizaciones políticas es la de evitar un excesivo centralismo en la gestión. Las cuestiones globales deben centralizarse pero las cuestiones locales deben gestionarse localmente. Como caso extremo de centralización, Felipe II tomaba personalmente decisiones menores (como la celebración de matrimonios) de todo su imperio, lo que resulta enormemente ineficiente y lento. Además, Tocqueville ya avisó del despotismo inherente en la centralización de la gestión.

Yo consideraría dos excepciones al principio de descentralización de la gestión: la inadecuación manifiesta y la deslealtad. Aunque la toma de control de la gestión de un territorio argumentando la incapacidad para la autogestión ha sido abusada hasta la náusea en el colonialismo, no deja de ser cierto que en momentos concretos ciertas poblaciones pueden “descarrilar” y necesitar que una autoridad superior las devuelva a sus raíles. Este principio sería aplicable a situaciones que varían desde la Alemania nazi o la Ruanda del genocidio a gestiones económicas desastrosas conducentes a hambrunas y endeudamiento descontrolado. En cualquier caso, habría que evitar que la gestión de un territorio violentando su autonomía produzca beneficios para el gestor que actúen como un incentivo perverso para perpetuar su dependencia.

En cuanto a la deslealtad de un territorio hacia el conjunto encontramos ejemplos de competición fiscal desleal (paraísos fiscales), agresiones bélicas (que fue lo que originó el proceso de agrupación supranacional) e incluso intentos de secesión unilateral que dañen al conjunto.

Más allá de la descentralización de la gestión, hay que descentralizar la cultura: el mundo es un entorno multicultural cuya diversidad no debe perderse. Aún así hace falta un entorno común, unos principios generales compartidos que determinen las reglas de juego. Afortunadamente, los derechos humanos, aunque estén contestados desde la antropología que los considera etnocéntricos, pueden desempeñar esta función.

El desarrollo de instituciones políticas globales resulta complicado, chocando contra los intereses económicos de los más ricos cuando se promueve la convergencia económica, planteando el riesgo de explotación de los más pobres en repeticiones de dinámicas coloniales, enfrentándose a identidades nacionales que se sientan amenazadas, etc. Sin embargo, los problemas que afrontamos a nivel global lo hacen necesario y la historia está llena de alianzas aparentemente imposibles frente a un enemigo común.

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