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Gaza y los cuatro de Murcia

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“¡Pero, papá! ¿es que no puede ir otro?”, preguntó preocupado el mediano de sus tres hijos a Enrique González, cuando éste le comunicó a su familia que se uniría a la marcha global por Gaza, la cual llegará el 15 de junio a la frontera entre Egipto y Rafah. Su objetivo: desbloquear la entrada de ayuda humanitaria independiente que el ejército israelí ha impedido desde hace casi tres meses ante los ojos de todos y la inacción de muchos. El cerco ha provocado hambruna a dos millones de personas que llevan resistiendo año y medio de bombardeos, sumados a ocho décadas de ocupación y sistemática deshumanización.

Conozco a Enrique y su historia cuando, aprovechando que tenía una cita a unas calles, me acerco al campamento de la huelga de hambre por Palestina, instalado en un rincón de la Glorieta de España. “Vengo por dos cosas: a agradecerles —porque somos muchas personas en Murcia que, aunque no podemos venir, sí los vemos, estamos juntos en esto— y a preguntarles por la próxima marcha.”

Serenas y muy afables, las seis personas que a esa hora conforman el grupo, me invitan a sentarme a su lado y no dudo en aceptar la oportunidad de poner en común nuestro dolor, que lo hace más llevadero. Presenciar un genocidio en streaming cansa. Desmoraliza. Te borra la sonrisa y te quita el sueño, sobre todo cuando se toma la decisión de no dejar de mirar, aunque se ponga la propia salud mental al límite.

Su acción solidaria frente al ayuntamiento los ha llevado a ser receptáculos de testimonios que cimbran y conmueven. “Cada vez que colgamos, nos despedimos como si fuese la última vez, pero que hablemos con ellos y que se sepan mirados desde afuera es lo que los mantiene con esperanza”, les compartió una enfermera murciana que ha regresado hace poco de Gaza, quien diario hace videollamadas con sus compañeros y amigos que sobreviven y siguen contando con internet.

Junto a Enrique, profesor de secundaria retirado quien dice no tener miedo porque “la vida vale en la medida que la das”, viajan también otros tres murcianos: Jose, psicólogo; Víctor, profesor de la Universidad de Murcia (UMU); y Mario, quien parte desde Galicia, donde desde hace un tiempo reside. Los cuatro se han organizado para sumarse al contingente que hoy parte de El Cairo y que suma ya comitivas de 51 países organizadas por canales de Telegram. Cada persona paga sus gastos, sin financiación institucional de ningún tipo.

Mediante una resistencia civil pacífica y multitudinaria, pretenden conseguir lo que ni gobiernos de otros Estados ni organismos multilaterales han podido: que el Estado de Israel respete el derecho internacional. Para ello, dependen de la presión mediática y de un comprometido soporte diplomático. ¿Lograrán lo que la Flotilla de la Libertad con la visible Greta Thunberg tampoco pudo?

“El ser humano que vive sin esperanza está muerto en vida”, me expresó Enrique con la templanza de quien convierte su impotencia en acciones. Y le doy la razón, porque en medio del horror y desolación que atestiguo desde la pantalla de mi móvil, también contemplo admirada la resiliencia y dignidad del pueblo palestino: en la voz de Bisan Owda, periodista aferrada a su profesión a pesar del asesinato de más de 200 colegas; en los rostros sonrientes de Ahmed Anwar y sus cuatro hijos que diario suben una foto para hacernos saber que siguen vivos “Good morning. We don’t give up. Freedom for Gaza!” y hasta hace nada lo pude ver en la ternura y vocación de Yaqeen Hammad, la niña voluntaria asesinada a finales de mayo por un bombardeo israelí.

¿Cuántos palestinos y palestinas quedarán vivos cuando pare todo esto? ¿Netanyahu quedará impune? ¿Habrá un mínimo de justicia y reparación para las víctimas? ¿Los olvidaremos? El genocidio sigue en curso, por lo que no hay conclusión posible. Solo estas preguntas que resuenan en mi cabeza y mi corazón que acompaña a los cuatro de Murcia y a las miles de personas que pondrán el cuerpo en la frontera de Gaza para gritar: ¡que pare ya!