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“La hermosa samaritana”: De amos y obreras en la Murcia del primer franquismo (III)

Obreras en Cehegín

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En Murcia, al parecer, para algunos resulta una ofensa plantear una perspectiva divergente del pasado. Aquellos que defienden la lógica del poder pretenden hacernos creer que nuestro pasado debe reflejar un relato idílico sin tensión entre las clases sociales, un relato naif respecto la dominación masculina que han vivido nuestras mayores. En esta serie de artículos no pretendemos imponer una idea determinada de la memoria colectiva, somos más humildes, nosotros pretendemos dar luz a la experiencia de algunas de las obreras que vivieron las tramas de las fábricas de conserva vegetal durante el primer franquismo.

 En este tercer capítulo nos centraremos en algunos de los abusos sexuales recibidos y como reaccionaron ante ello el colectivo de las obreras. Los acontecimientos que mostraremos a continuación son extraídos de lugares dispersos, los cuales no debemos imputar a un amo u otro en concreto, sino como una dinámica bastante generalizada.

Según el testimonio de algunas obreras, la exhibición de los amos no quedaba en la disciplina mediante los abusos verbales, algunos de ellos llegaron a cometer abusos sexuales. Una de nuestras informantes nos explicaba: “Y [...], no tenía una o dos, todas las que pillaba y las que tiraba a la acequia y la que se cayó a la acequia huyendo... Y como no quiso en un brazal, en una acequia chica, en la acequia mayor no, en una acequia chica, huyendo de él, para que no la atrapara porque quería estar con ella y ella no quiso, porque tenía su novio. La [...], esa que era tan guapa.”

La total desprotección de las trabajadoras las llevaba a situaciones extremas. Una lotería que se vivía con temor, una entrevistada nos contaba: «Yo tuve suerte, no ves que estaba enrobinada». Algunas nos explicaban que había compañeras que se “dejaban” meter mano para seguir trabajando en un sitio u otro. La transgresión respecto los cuerpos de las obreras no era un cosa puntual, sino que se trataba de una disposición social violenta que dejaba a muchas mujeres como víctimas de una situación imposible de solventar: o someter tu cuerpo a la voluntad de quien ejercía el poder en un marco de cierta interioridad (ya sea un amo, un encargado u otro rol de poder) o quedar expulsada del trabajo, humillada y expuesta a la pobreza más extrema.

Delante de este tipo de dinámicas parecía crearse una especie de silencio sobre hechos concretos, movido probablemente por la empatía y por un sentido de colectividad. En esta tendencia, siempre había ojos que atrapaban estos sucesos y se acababan deslizando las palabras entre las trabajadoras de lo que sucedía entre los muros de la fábrica. Esta hoya a presión que vivían muchas obreras encontraba una pequeña válvula, una plegaria que era cantada todos los viernes: “La hermosa samaritana”. Así me la cantaron Encarna «la rayera» (1932), quién nos dejó hace unos años y María Orenes (1936):

El viernes partió el señor

a la ciudad de Samaria,

fatigado de calor,

fatigado de calor,

todo el mundo lo admiraba.

Y desde allí vio venir

a la mujer que esperaba.

Llegó al pozo y lo llenó

y a la ciudad se marchaba,

y el señor le dice atiende,

el señor le dice atiende

hermosa samaritana,

por tu santa despedida

dame una bebida de agua.

En cambio yo te daré,

una de mayor importancia,

que jamás tendrás tú sed,

que jamás tendrás tú sed,

si llegaras a probarla.

Tanta virtud es la que tienes,

dame señor de ese agua,

vete y busca a tu marido,

vete y busca a tu marido,

y ven con él en compaña,

no está bien que una mujer,

de la ciudad sola salga.

Señor no tengo marido

ni tampoco soy casada,

y esos siete que te adoran,

y esos siete que te adoran,

dando el cantar en Samaria,

te has quedado sin ninguno,

hermosa samaritana.

Acaso eres profeta,

que mis pecados declaras,

no soy profeta le dice,

no soy profeta le dice,

que soy de esferas más altas,

soy hijo del padre eterno

vengo a redimir tu alma.

Al decir esas palabras,

al mundo volvió la espalda

así la volvamos todos,

así la volvamos todos,

hermosa samaritana.

El que cante esta oración,

todo los viernes del año,

sacará un alma de pena,

sacará un alma de pena,

y la suya de pecado.

Quien la sepa y no la diga,

quien la oiga y no la aprenda,

a la hora de la muerte,

a la hora de la muerte,

le darán lo que convenga.

La historia que narra la hermosa samaritana en la Biblia muestra una mujer de mala reputación que había tenido cinco maridos -en la versión que tenemos registrada nos hablan de siete-, y en el momento de encontrarse con Jesús en el pozo de Jacob ella admitió sus pecados y tras su conversación, ella fue testimonio de su palabra, transmitiéndola a los samaritanos (Juan 4:5-6). Esta plegaria se mueve entre la aceptación de un ideario y su réplica. Aceptación de ser portadora del pecado y de la conveniencia de su situación subalterna, «no está bien que una mujer, de la ciudad sola salga».

Pero también plasma una réplica: «acaso eres profeta, que mis pecados declaras». Reivindicando de ese modo su autonomía y su libertad, dejando entrever la idea de que nadie está por encima de otro para rendir cuentas de sus acciones. Pero esa actitud queda aplastada por otra lógica, «no soy profeta le dice, que soy de esferas más altas», es decir, no te impongo ciertas conductas morales al seducirte con una argumentación, sino que impongo una orden porque tengo el poder de redimir tu alma. Todo ello para recordar que hay una jerarquía social y los que están en esferas más altas son los que pueden redimir las almas con una compensación, en este caso con el dinero que era más que necesario en el contexto del primer franquismo. Esta plegaria visualiza el juego de relatos y réplicas que se daban en las fábricas mediante el canto colectivo.

Llama la atención que se cantara momentos antes de cobrar, esto nos lleva a tener en mente la idea que esboza Foucault (1975: 280) cuando nos explica como a los obreros se les intenta dominar mediante el dinero, enseñándoles una recompensa cuando lo hacen bien. No deja de tener cierta coherencia una plegaria todos los viernes referenciando el viernes santo antes de cobrar, ya que es un momento donde no se produce la eucaristía y sí una oración-colecta. A través de estos símiles ellas mostraban en apariencia una redención colectiva para expiar sus pecados. Unos pecados que les eran otorgados a través de una imposición violenta en el orden simbólico del poder. La disposición social en las que se veían enmarcadas las obreras les hacía imposible sobrevivir a la dicotomía entre la virtud y el pecado, esta plegaria se hacía necesaria para buscar una solución digna a una situación a la cual se veían arrastradas.

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