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Dos historias y una catástrofe: la Talidomida

El presidente de la asociación de víctimas de la talidomida de España (AVITE) / EFE

José Gálvez Muñoz

Murcia —

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Estoy pensando que la historia de la investigación biomédica está repleta de dificultades, y solo en ocasiones se consigue rozar el éxito y se logran avances duraderos. Algunas veces en la vida y también en la farmacología, la inteligencia y la humanidad se alían con el esfuerzo, y éstos con la fortuna. Otras veces no.

En mayo de 1937, Kendall y sus colegas aislaron en la corteza suprarrenal una hormona que ellos denominaron compuesto E y que después se conoció como cortisona. Ya iniciada la Guerra Mundial se corrió el rumor de que a los pilotos alemanes se les inyectaba extracto de glándula suprarrenal para aumentar su capacidad, y eso intensificó los estudios. Pocos años más tarde se había sintetizado la cortisona y se producía cantidad suficiente para los ensayos iniciales.

Clínicos atentos observaron que pacientes con artritis reumatoide, mejoraban con el estrés quirúrgico que se sabía estimulaba la glándula suprarrenal. En el otoño de 1948, Hench administró cortisona por primera vez a una paciente que estaba gravemente enferma por artritis reumatoide y mejoró espectacularmente. Solo meses más tarde Kendall, Reichstein y Hench recibieron el Premio Nobel de Medicina. Por entonces ya se iban haciendo evidentes los efectos adversos de los corticoides; el aumento de peso, el acné, las estrías, la dificultad para la cicatrización, la interferencia con la curación de las infecciones… Y el extraordinario entusiasmo inicial comenzaba a flaquear.

Con el tiempo se observaron otras complicaciones: la diabetes, la hipertensión, la osteoporosis. No obstante, los corticoides son actualmente una herramienta poderosa y necesaria en multitud de situaciones, pero solo la prudencia y el conocimiento consiguen a duras penas mantener en su sitio a la cortisona.

Otras veces los problemas no son los efectos secundarios, sino que nos vienen por los métodos que se escogen para favorecer la comercialización y el consumo de productos farmacéuticos, y en este sentido resultó muy ilustrativo el “caso neurontin” (N Engl J Med, Jan 8, 2009).

El neurontin es un fármaco que fue utilizado para el tratamiento de la epilepsia y esa era su indicación aprobada. Sin embargo, la compañía farmacéutica que lo comercializaba pronto comprendió que su uso en otras indicaciones sería más provechoso, sobre todo en las relacionadas con el dolor, y emprendieron una campaña que incluyó el uso sistemático de desinformación para manipular las creencias de los médicos y sus hábitos de prescripción.

Se hicieron campañas de educación médica, se utilizaron tácticas de marketing y estrategias de publicación para favorecer el uso fuera de indicación de neurontin. En mayo de 2004 Warner-Lambert pagó más de 430 millones de dólares para resolver su responsabilidad en este caso.

En otras ocasiones, sin embargo, es la conjunción de efectos adversos inesperados y terribles, la falta de controles estrictos y un ambiente favorecedor para el uso de algunos fármacos, lo que resulta fatal. La talidomida fue comercializada para tratar el insomnio en 1957 y poco después se inició su utilización en mujeres embarazadas para tratar la ansiedad, el insomnio y las náuseas. La publicidad incidía en la inocuidad del producto, pero no fue suficiente para convencer a la Dra. Frances Oldham Kelsey, de la FDA, que se opuso a la aprobación del fármaco en Estados Unidos y pidió más estudios. Su posición queda como un ejemplo de perspicacia y entereza y desencadenó reformas perdurables en la aprobación de nuevos fármacos.

El medicamento se distribuyó, sin embargo, ampliamente en Europa y algunos años más tarde se pudo relacionar con la aparición de graves e invalidantes malformaciones, con falta de desarrollo y acortamiento de los miembros. El fármaco comenzó a retirarse por Grünenthal en 1961 y España fue uno de los últimos países en ser retirado.

La campaña de comercialización que resaltaba las bondades del producto, junto a que el fármaco estuviera dirigido a una población frágil como son las mujeres embarazadas, las terribles malformaciones que se produjeron y el que fueran necesarias numerosas víctimas antes de poder descubrirse el origen de la catástrofe -víctimas que finalmente sirvieron también para salvarnos a los demás-, hace que no sea solo justicia judicial e indemnización lo que merecen las víctimas, sino comprensión, socorro, devolución y reconocimiento.

En la Región de Murcia más de 100 de nuestros conciudadanos sufrieron las consecuencias devastadoras del medicamento. Grünenthal no puede obviar su responsabilidad, su deuda con los afectados. Es una compañía líder en el tratamiento del dolor, no puede ser insensible al dolor de las víctimas, esa falta de sensibilidad en un caso tan extraordinario nadie podría entenderla.

 

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