Miro la foto del Corte Inglés presidiendo el yacimiento de San Esteban, en pleno centro de la capital del Segura, y me imagino que una empresa audaz y próspera como esta habrá donado al Consistorio murciano todo tipo de ayuda logística y económica con tal de que se excave, se documente y se realice allí un gran “centro urbano patrimonial” con el trazado visto, delimitado, protegido, revalorizado y con actividades alrededor. Un objetivo turístico y cultural de semejante magnitud no puede 'escaparse vivo' para ningún emprendedor.
Sin embargo, lo cierto es que El Corte Inglés solo ha empezado a interesarse ahora, cuando ya es un hecho que las ruinas medievales van a ser tratadas con algún tipo de Centro de Visitantes y circuito turístico-cultural alrededor. Ahora sí, ahora ha prestado sus instalaciones para celebrar conferencias y actos donde se habla, se considera y se expone el yacimiento de san Esteban. Ahora sí colabora, ahora el alcalde Ballesta le agradece y considera en acto público.
Pero durante los 10 años anteriores, el yacimiento de San Esteban fue ninguneado y dejado al albur de tormentas y erosiones, mientras solo los vecinos y vecinas de Murcia se las componían para defenderlo.
No es la única oportunidad de negocio perdida en nuestra Región, la energía solar y sus alrededores: investigación y fabricación de componentes, celebración de simposios y congresos sobre sostenibilidad, etc, tampoco son muy celebrados en el empresariado murciano. Ningún gobierno, además, ha inyectado ninguna ayuda en las empresas que desarrollen componentes ni ha promocionado la inclusión de energías limpias en la factura de la luz.
Los empresarios de la Región de Murcia parecen sufrir una ceguera patológica acerca de sus propios valores, incluso cuando ese valor se encuentra debajo mismo de sus logotipos.
Conste que he citado los valores del sol y del patrimonio arqueológico como ejemplos, hay muchos más y seguro que cada lector tiene el suyo preferido.
Esta aparente ceguera de sus élites económicas y políticas hunde a Murcia, desde hace décadas, en el “monocultivo del turismo” (feliz denominación del poeta José Antonio Martínez Muñoz, según tengo entendido), en la construcción de casas y en la agricultura/ganadería intensiva, degradante de suelos y animales. Una ceguera que nos retiene en el siglo XIX, cuando deberíamos liderar las energías renovables del siglo XXII y constituir, recuperando nuestro patrimonio histórico, una de las ciudades más cómodas y humanas para la vida cotidiana moderna.
Conectarse a internet, participar en una videoconferencia desde una muralla medieval o compartir un estado de Instagram desde una huerta milenaria, al frescor de las jaras y los mirtos, es algo que solo sucede en Murcia. Algo que estamos perdiendo mientras políticos y empresarios ciegos confeccionan la bandera más grande de España, seguramente con la intención de taparnos los ojos y olvidar las posibilidades de esta tierra.
Ah, amigos, pero nosotras y nosotros, los descendientes de Antonete Gálvez o Carmen Conde, no estamos ciegos. Ni ciegas.
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