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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Las invasiones visigodas

Rescate de los migrantes a bordo de una patera a unos 800 kilómetros al sur de El Hierro

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Los pueblos germánicos que invadieron el territorio del Imperio Romano no eran, en su mayor parte, hordas destructivas que lo arrasasen todo a su paso como los hunos. Eran grupos de refugiados huyendo de circunstancias adversas, en busca de un medio propicio donde vivir.

Los visigodos, en concreto, establecidos al norte del Danubio, participaron de la estrategia diplomática de defensa fronteriza romana pactando una alianza con el imperio mediante la que se comprometían a defender a este de invasiones a través de su territorio. Posteriormente, afrontaron lo que hoy llamaríamos una crisis humanitaria causada por los ataques de los hunos y pidieron permiso a los romanos para cruzar el Danubio, adentrarse en territorio del imperio, y vivir a salvo. Los romanos les dieron permiso para hacerlo, exigiéndoles dejar sus armas para ello.

Algunos romanos corruptos aprovecharon la situación para abusar de los visigodos. A cambio de transportarlos a través del Danubio exigieron sobornos y relaciones sexuales con las mujeres visigodas. Como compensación suplementaria, les permitieron cruzar con sus armas. Los recién llegados afrontaron el rechazo social de los romanos, molestos con la irrupción de contingentes de grupos armados. Los visigodos, que veían en los romanos a sus salvadores, fueron cambiando su visión de estos, e incluso acabaron desarrollando odio ante el maltrato.

La posición política del imperio frente a los visigodos fue inconsistente. Hubo reacciones hostiles contra ellos. Un ataque mal preparado en Adrianópolis llevó a que los visigodos derrotasen al ejército romano, y a la muerte del emperador en el campo de batalla. Sin embargo, no hubo una acción militar sostenida orientada a sojuzgarlos o eliminarlos. Tampoco se les dio lo que estos pedían: un reconocimiento, un marco legal en el que orientarse, y un espacio en el que asentarse. Los visigodos quedaron en un limbo legal que fue enconando los ánimos hacia sus anfitriones, sin poder integrarse en el imperio.

La división del imperio empeoró aún más las cosas cuando el imperio de oriente, para encontrar una solución al problema local, envió a los visigodos hacia el imperio de occidente. Para persuadir a los visigodos de que se trasladasen al oeste les dio armas. El problema se desplazó, pero se agrandó.  

Otra estrategia que utilizaron los romanos para manejar a los pueblos invasores, dada la escasez de romanos dispuestos a alistarse en el ejército, fue utilizarlos como mercenarios. De esta manera, contingentes armados y entrenados militarmente, sin sentimientos de lealtad hacia el imperio, fueron detentando un poder cada vez mayor. Así, Estilicón, un general romano de origen vándalo llegó a hacerse cargo de las hostilidades contra los visigodos, adquiriendo un poder que hizo sentirse amenazado al emperador del imperio de occidente, Honorio, que le hizo matar. 

Al final, los visigodos de Alarico saquearon Roma en el año 410 y Odoacro puso fin al Imperio Romano de Occidente en el 476.

Resulta inevitable establecer un paralelismo con el modo en que Europa maneja el problema de la inmigración, también marcado por la inconsistencia. Siendo un continente rico en relación a su entorno, millones de inmigrantes vienen a Europa huyendo del hambre y de la guerra. Algunos lo hacen siguiendo las normas establecidas por Europa para acogerlos, otros muchos lo hacen de manera ilegal.

Europa ha intentado abordajes diplomáticos del problema de la inmigración ilegal, pagando la alianza de países fronterizos para que detengan el flujo de personas. Algunos de estos países, particularmente Marruecos y Turquía, utilizan su capacidad para “abrir el grifo” de emigrantes que presionen las fronteras europeas como medida de chantaje para lograr nuevas concesiones, con lo que se produce un equilibrio muy inestable.

Europa no ha establecido una defensa militar estructurada de sus fronteras frente a estas invasiones, y en España se polemiza sobre el uso de concertinas en las vallas o la utilización de pelotas de goma ante los asaltos a la frontera. No se detiene el flujo de inmigrantes y se provee a los que llegan de una experiencia de hostilidad por parte de su nueva tierra.

Las políticas de integración de los inmigrantes, incluso de aquellos que lo hacen por vía legal, son casi inexistentes. Sí se realizan acciones de ayuda frente a las necesidades materiales, con subsidios y otros apoyos, que enconan la hostilidad por parte de los pagadores de impuestos locales. Esto facilita la perpetuación de grupos marginales de inmigrantes, marcadamente segregados, que varias generaciones después de su llegada siguen constituyendo un grupo no integrado, y a veces hostil a la tierra que les “acoge”.

El rechazo social a los inmigrantes es manifiesto, por mucho que oficialmente se niegue bajo el tabú del racismo, con lo que el problema se excluye del diálogo público y fermenta alimentando populismos y hostigamientos. En vez de afrontar el problema de base, se desplaza el foco a cuestiones como el uso del velo en las mujeres o el gasto sanitario.

También compartimos con los romanos la estrategia de “pasar la pelota” de unos estados a otros, enzarzándose los distintos estados en peleas de patio de vecinos para discutir cuotas de acogida y desplazando a los llegados de un lugar a otro.

El bajo sueldo del ejército que favorece el reclutamiento entre las clases más desfavorecidas, junto a la negación del problema que supone la desafección al estado (y no sólo de la población inmigrante) permite incubar nuevos problemas.

La historia tiende a repetirse: la primera vez como tragedia. La segunda como farsa.

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