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La manifa contra la mascarilla

Manifestación contra el uso obligatorio de mascarillas en la plaza de Colón de Madrid

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El pasado 16 de agosto se manifestaron en Madrid unos 2.500 ciudadanos en contra de las mascarillas y en contra de algo que llaman “plandemia”. Yo me pregunto, los que no creen en la enfermedad ¿también enferman?, ¿o quizás no? Porque sería casi poético enfermar de una enfermedad en la que no crees y que con tu inconsciencia has contribuido a extender, para mal tuyo, de tu familia y de tus conciudadanos, porque, claro, tu libertad es mucho más importante que la salud de todos, dónde va a parar, que nadie te quite tu sacrosanta, tu egoísta, tu jodida libertad de ir sin mascarilla. Si enferman, ¿van a los mismos hospitales y reciben el mismo trato y el mismo tratamiento que quienes sí creemos en la enfermedad y tomamos las medidas oportunas para no contagiar ni ser contagiados? Por supuesto que sí porque, afortunadamente, tenemos sanidad universal, una sanidad que también atiende a idiotas conspiranoicos sin hacer preguntas. Es la belleza paradójica de la democracia.

Dicen que las mascarillas matan y que la COVID es un invento… Este es un claro ejemplo de que la gente se cree lo que le da la gana. Si las mascarillas mataran significaría que contamos con una plantilla de personal sanitario muerto desde hace décadas, los auténticos walking dead. Los negacionistas deciden auto convencerse de que las mascarillas matan para no tener que usarlas y de que la COVID no existe para sortear el miedo que genera la pandemia: cierran los ojos y el problema ya no existe.

¿De dónde sale tanto covidiota?, ¿cómo se informan, qué tienen en las cabezas? Son ricos, pobres, de izquierdas, de derechas, analfabetos, universitarios, todos, todos coinciden en negar una enfermedad que ha paralizado el planeta. Su discurso es una extrañísima mezcla que culpa al Gobierno de muertes por una enfermedad, al parecer, inexistente, de la paralización de la economía, de negarnos los abrazos y de borrarnos medio rostro con una mascarilla. Claman por sus derechos y por SU libertad y dicen que esto no es una pandemia sino un genocidio, porque, por lo visto alguien tiene mucho interés en matarnos poco a poco. En un cóctel de datos fake chiripitifláuticos suenan juntos George Soros, Bill Gates, el 5G y un microchis alienante que irá incorporado a la vacuna. Y se empeñan en que quienes estamos desinformados somos todos los demás.

Las teorías conspiracionistas son fáciles de creer porque reconfortan, dan una explicación más que sencilla, maniquea, de lo que pasa a nuestro alrededor, de lo que acontece en el mundo: hay un malo (o grupo de malos) que gobierna el planeta desde Spectra, generando todo tipo de maldades para dominar el mundo y convertirnos en esclavos. Pero yo que soy muy listo, lo he descubierto. El resto de conciudadanos están atontados/abducidos por la información oficial. Venga ya, si es el argumento de casi cualquier súper producción de Hollywood.

El ser humano no es un buscador de verdad sino un dador de sentido. Mientras la explicación que yo me doy a mí mismo, como individuo o como grupo, para confortarme coincida con mis filias y fobias y tenga una mínima coherencia (e incluso sin tenerla), no necesito la evidencia para nada, los hechos constatados suelen ser más un estorbo que otra cosa. De manera que la alarma, las cifras de muertos, la paralización social y económica del país son un trampantojo para convertirnos a todos en esclavos y robarnos la identidad. Pero, ¿para qué iba nadie a molestarse en crear una enfermedad mortal e infectar con ella a todo el planeta con la intención de generar después una vacuna con la que inocularnos un chis que nos controle? Si ya llevamos encima de forma permanente un chis voluntariamente aceptado en el interior de nuestros ordenadores, tablets y móviles, que no soltamos ni para ir al aseo. Decimos: nos escuchan a través del móvil, nos espían. No, qué va, más fácil: dejamos un rastro a través de redes que hasta Torrente sería capaz de seguir. No hay cookies a las que no demos “acepto” para que no se interrumpa nuestro entretenimiento.

 Y luego hay quien se pone estupendo con las mascarillas, qué se habrá creído el Gobierno, a mí no me dice nadie cómo tengo que salir a la calle. Quienes ven la mascarilla como una represión de SU libertad son incapaces de interpretarla como lo que es, como una expresión de solidaridad: yo la llevo para no contagiarte, tú la llevas para no contagiarme.  Ojalá no fuera necesaria, pero mientras la necesitemos, por favor, cuidemos de los demás y de nosotros mismos. Por educación, por solidaridad, por ternura.

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