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Mari contra la pobreza

Mari contra la pobreza

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Lo primero que hace cada mañana al despertar es mirar a su lado para comprobar que el dinosaurio siga allí. Suele encontrarlo a los pies de la cama, durmiendo plácidamente seguramente porque un dinosaurio no pierde el sueño por culpa de los mil problemas diarios. ¿Qué más le da a un lagarto del tamaño de un mastín si la luz ha vuelto a subir o si no se sabe nada todavía de la ayuda de emergencia que solicitó hace un montón de meses? ¿Qué le preocupa si Jaime tiene que pagar 50 euros para ir a la excursión del instituto o si se han vuelto a meter con Jorge en el cole?

El dinosaurio duerme plácidamente y solo cuando nota la mirada de Mari clavada en sus escamas es cuando se estira perezoso como un gato. Le devuelve la mirada a la mujer y ella, en esos ojos despreocupados, se ve reflejada y encuentra la fuerza que necesita para salir de la cama y empezar a bregar con todo lo que el día le tiene preparado. 

No es capaz de recordar dónde escuchó el cuento más corto del mundo por primera vez. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí”. Lo más probable es que fuera en clase. Tuvo que ser esa profesora de Lengua a la que tanto le gustaba mandar comentarios de texto. Todo el mundo habló del dinosaurio como si fuera un monstruo o la metáfora de algo malo. Pero ella sabía que no era así. Que el dinosaurio era algo bueno y que era una suerte que al despertar todavía siguiera allí. 

Para Mari, el dinosaurio representa las fuerzas de flaqueza que ella consigue sacar nunca sabe muy bien de dónde para seguir adelante. Es la motivación que encuentra cada mañana para enfrentarse a los problemas y obstáculos que la vida arroja en su camino. 

No le habla a nadie de su dinosaurio por miedo a que la tomen por loca, ya no tiene edad de tener amigos imaginarios y menos todavía si son del jurásico. Pero ella cuenta con verlo todas las mañanas para sacudirse la pena y el miedo que parecen calarle hasta los huesos durante la noche.

No le habla a nadie de su dinosaurio pero sabe que habría muchas mujeres que la entenderían. El dinosaurio es esa fuerza que Mari comparte con Olga, la madre del cole que ha organizado una asociación de trabajadoras domésticas porque están hartas de tanto abuso, o con Noelia, su compañera de turno de mañana en el bar, o con Fátima, la vecina del piso de arriba que acaba de conseguir, por fin, el permiso de residencia o con Tamara, su amiga del alma, que ha decidido no pasar por alto ni un solo comportamiento machista más ya sea macro, tamaño medio o micro. 

Enciende la luz de la habitación y el dinosaurio se desvanece. Volverá mañana, está segura, para seguir dándole la fuerza necesaria. Muerta de sueño porque todavía no se ha hecho al nuevo horario, se acerca a la habitación de los hijos a comprobar que todo esté en orden. Es una costumbre que tiene desde que nació Jaime. De vez en cuando, se acercaba a la cuna solo para comprobar que siguiera respirando. Con Jorge le pasaba lo mismo. Y le sigue pasando. Las madres parecen estar llenas de temores hacia sus criaturas: que dejen de respirar súbitamente, que esa tos ronca sea algo más que un resfriado, que no estén comiendo suficiente verdura, que se caigan de los columpios, que pasen muchas horas delante de las pantallas… 

Hasta no hace mucho, Mari se sentía capaz de hacer frente a todos esos temores. Incluso después de marzo de 2020, cuando tuvieron que pasar todas esas semanas en un piso de juguete de La Paz que ni balcón para aplaudir tenía y el ERTE fue una cosa ridícula porque el contrato que tenía en el bar de entonces solo le reconocía una parte de su jornada y el fin del mundo parecía estar un poco más cerca después de cada telediario, incluso entonces fue capaz de mantener a sus hijos tranquilos e infundirles seguridad cada vez que hacía falta. Mari siempre sabía qué cuento contar para distraerlos o qué receta cocinar para que no se notara que el dinero solo daba para comprar siempre los mismos ingredientes en el economato “Galilea”. Pero, desde hacía un tiempo, Jaime llegaba a casa con una tristeza contra la que ella nada podía hacer.

Después de mucho preguntarle y de usar su intuición de madre, había llegado a la conclusión de que a Jaime le hacía gracia un chico de su clase pero ese chico no le hacía ningún caso. Contra ese desamor preadolescente, Mari no sabía qué hacer. Sus hijos empezaban a tener problemas que se escapaban de sus poderes de madre todopoderosa. Su madre, la de Mari, muy dada a las frases sentenciosas solía decir eso de que tus hijos criaos, tus duelos doblaos. Miraba a Jaime, con una pena nueva en los ojos, y confirmaba que su madre, como siempre, tenía razón.

Otra de las sentencias favoritas de su madre era la inscripción que, según ella, estaba en el pozo de los deseos: lleva cuidado con lo que desees porque se puede hacer realidad. Mari mira el reloj y se da cuenta de que no le va a dar tiempo ni de tomarse un café antes de irse a trabajar. A su madre, hablando sobre este tema, le dijo el otro día que, en sentido estricto, encontrar un trabajo no era un deseo, era una necesidad urgente. Si al menos hubiera podido pedir el Ingreso Mínimo Vital. Pero la administración es algo así como una máquina absurda e inhumana que para ayudarte a pasar la crisis de la covid y sus consecuencias te pide que presentes tus ingresos de antes de la pandemia. Como si a Mari le sirviera de algo en 2021 lo que ganaba en 2019. 

No quiero volver a trabajar en un bar, le dijo a su madre desahogando en ella su rabia. ¿Crees que quiero aguantar a todos esos babosos que no saben pedir un café sin faltarte al respeto? ¿Crees que quiero que me vuelvan a despedir a las primeras de cambio en cuanto falte algún día porque alguno de los hijos se ha puesto malo? ¿Crees que quiero pasarme el día sin verlos por cuatro euros de mierda?

Su madre no creía nada de eso pero dejó que diera rienda suelta a su enfado. Cuando acabó, Mari se disculpó y su madre le dijo que no había nada de qué disculparse. Recuerda, añadió su madre, lo que decía tu abuela: al final de todo se sale. A veces, Mari piensa que su madre también tiene un dinosaurio del que sacar fuerzas de flaqueza al igual que lo tenía su abuela.

Mari sale de casa con el corazón encogido. Le parece un crimen dejar solos a los hijos pero no le queda más remedio. A mitad de camino, llamará al móvil de Jaime para ver si les ha sonado la alarma y si ya están levantados. Les ha dejado el desayuno medio preparado y, por suerte, ese día se podrá pasar su madre por casa a la hora de comer. Si la cosa no se complica en el bar, llegará a tiempo para echarles una mano con los deberes y podrán cenar juntos. Tal vez, ese día Jaime tenga algo de suerte con el chico de clase. Tal vez, Jorge consiga sacar un sobresaliente en el examen de Matemáticas para el que tanto se ha esforzado.

Al salir a la calle, rebusca en el bolso para ver si lleva una mascarilla de repuesto. Al meter la mano para buscarla, descubre que el dinosaurio está ahí dentro, esta vez en forma de nota de papel. Lleva la firma de los dos pero la ha escrito Jorge. Dice así: Que pases muy buen día y que la gente no sea muy pesada y nos vemos pronto, te queremos, mándanos mensajes si puedes. 

Mari dobla el dinosaurio con cariño, se lo guarda con cuidado en el bolsillo para tenerlo todo el día bien cerca, toma aire, levanta la cabeza, como siempre le dice su madre, y acelera el paso para no llegar tarde al trabajo. 

* * *

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” es un cuento de Augusto Monterroso. A pesar de su brevedad, da para muchas interpretaciones. Un grupo de mujeres de El Campico (Alcantarilla) dijeron, en un taller en el que se habló de este cuento hace ya algunos años, que para ellas el dinosaurio representa la fuerza que encuentran cada mañana para seguir luchando a pesar de todas las dificultades que se les vienen encima a diario. Mari, la protagonista de la historia que hemos presentado, es como una de esas mujeres de El Campico o como una de las 234.637 que están en riesgo de pobreza y exclusión social en la Región de Murcia. Una mujer que, a pesar de estar sola al frente de su familia (8 de cada 10 hogares monoparentales son en realidad monomarentales y, en ellos, el riesgo de sufrir pobreza y exclusión infantil es 20 veces superior al de la media en España), a pesar de tener que ayudar a sus hijos con los deberes usando un móvil porque no se pueden permitir un ordenador ni una wifi en condiciones (el 32,2% de familias en riesgo de pobreza en la región utilizan el teléfono móvil como medio de apoyo para la realización de las tareas escolares), a pesar de haber empezado a trabajar de camarera con un sueldo por debajo del SMI sale adelante con valentía y dignidad porque cada mañana, tal vez en forma de dinosaurio, encuentra las fuerzas necesarias. Este texto es el homenaje de EAPN-RM a todas ellas.

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