Durante la segunda ola del feminismo se puso de moda una frase que ya forma parte del imaginario activista contemporáneo: “lo personal es político”. A través de esta expresión se pretendía poner de manifiesto las conexiones entre la experiencia personal y las grandes estructuras sociales y políticas. Este lema, popularizado en 1969 en un ensayo de Carol Hanisch, parece haberse pervertido por la actual dinámica de la política regional, en la que, mediante la inversión del orden de los factores, su formulación original ha quedado rectificada en la forma de “lo personal es lo político”.
En efecto, las noticias llegadas de los últimos plenos celebrados en los ayuntamientos de Murcia y Cartagena constituyen algo más que una triste anécdota inflamada por los medios de comunicación; se trata de un alarmante síntoma de la deriva lamentable que ha adquirido la política de la Región de Murcia. Los enfrentamientos personales entre representantes de diferentes formaciones políticos -trufados de gritos e insultos de toda índole- ha venido a demostrar que, para muchos de los que ejercen un cargo público, “lo político es lo personal”. El espacio público se ha convertido para ellos en una magnífica caja de resonancia en la que amplificar sus rencillas personales y los odios más cenagosos. El personalismo en el que se ha precipitado la política regional es sintomático de la falta de argumentos que condena a muchos de sus representantes. Es evidente que nos encontramos ante el periodo de mayor mediocridad en el desempeño público de todo el relato democrático. El insulto y el ataque personal se ha convertido en la única arma dialéctica de quienes no disponen de resortes intelectuales suficientes para blandir la autoridad de las ideas. El interés colectivo se ha ido desvaneciendo paulatinamente hasta convertir la eliminación del enemigo en el único objetivo de su acción política. Los egos hiper dopados vacían de empatía a quienes nunca serán de capaces de servir a la comunidad. Porque para contribuir a los intereses generales uno tiene que estar más preocupado del progreso social que de la supervivencia personal. La profesionalización de la política ha conducido a que su ejercicio se lleve a cabo desde el agonismo de que solo sobrevive el más zafio y conspirador, el que con mayor estridencia exhibe su masculinidad -ya se trate de un hombre o de una mujer.
Y lo más preocupante de todo es que estos comportamientos vergonzosos y vergonzantes no solo no son penalizados por la masa crítica que apoya a cualquiera de las formaciones políticas, sino que es espoleada y recibida con satisfacción. Los partidos políticos se han transformado, por lo general, en ejércitos de hooligans que prefieren la humillación del adversario al bienestar social. Los perfiles demasiado intelectuales son señalados de inmediato bajo el argumento de que se trata de personalidades “demasiado blandas”, que prefieren ganar al adversario a través de argumentos en lugar de por medio del improperio y del acoso personal. La cantidad cotiza más que calidad; entendiendo por “cantidad” el volumen en el que se expresan las opiniones, el reciclaje continuo de chascarillos y lacerantes juegos de palabras que ni siquiera llegan al noble nivel del retruécano. Durante mucho tiempo, en esta región, se ha aplaudido a quienes han traspasado todos los límites éticos admisibles y han tomado la vida personal de su contrincante como fértil campo para el escarnio. Nadie ha afeado el comportamiento de quienes así se han comportado. Es más, hurgar en la intimidad del adversario constituía un síntoma de inteligencia y destreza política. Los infundios y leyendas urbanas que se han creado como consecuencia de esta forma de gestionar la labor política han creado un excelente caldo de cultivo para que, en la actualidad, resulte imposible detener la gigantesca bola de bilis que ha aplastado la esfera política de la Región de Murcia. La prueba está que aquellos que intentan articular una crítica constructiva y de amplio calado intelectual no logran escapar a la marginalidad demoscópica. Se les reconoce su validez, pero no reciben el apoyo mayoritario de las urnas porque no resultan lo suficiente ultras como para calmar la sed de sangre que se ha instalado entre la sociedad. Lo sucedido, durante la semana pasada, en los ayuntamientos de Murcia y Cartagena no es una excepción, sino la incontenible fuga de mierda que, por toneladas, yace condensada en el interior de las estructuras políticas.
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