Ahora que Izquierda Unida-Verdes (IU-V) vuelve a la Asamblea Regional, como consecuencia del relevo del diputado de Podemos, Víctor Egío, por José Luis Álvarez-Castellanos, merced al acuerdo electoral de ambas formaciones en las autonómicas de 2023, me viene a la memoria el último parlamentario que tuvo IU en la cámara legislativa: José Antonio Pujante Diekmann, fallecido el primero de enero de 2019 de un infarto, en Murcia, a la edad de 54 años. La muerte segó la trayectoria vital de un político honesto y cabal, de los que peleaban por lo que creían desde el trabajo denodado, el respeto hacia el adversario y la crítica constructiva.
Pujante, que dejó la primera línea de la vida política tras no ser reelegido en las autonómicas de 2015, en las que encabezó por tercera vez consecutiva la lista de su formación, fue un trabajador incansable en los ocho años que permaneció como único diputado por IU en la Asamblea Regional. Y alguien que se multiplicaba para asistir a ponencias y comisiones, como si estuviera dotado con el don de la ubicuidad. Resultó implacable con lo que consideraba desmanes de los gobiernos de turno, crítico en grado sumo hacia la megalomanía gubernamental y el despilfarro en el erario. Pero, siguiendo el ejemplo de otros como Gerardo Iglesias o Julio Anguita, supo hacerse a un lado cuando consideró que ya no era útil para encabezar el proyecto y volver a su oficio, a las clases de Filosofía en un instituto de Lorca, en la enseñanza pública, por la que tanto luchó y en la que creía firmemente. Como también creyó sin ambages en la sanidad o -de ello puedo dar fe en primera persona- en la radio y televisión públicas.
Un caluroso mediodía del mes de mayo, hace diez años, en el barrio murciano de Santa Eulalia, en la terraza de El Mallorquín, nos citaron a unos cuantos periodistas el propio Pujante y el entonces líder regional de Podemos, Óscar Urralburu, para exponernos su idea de aproximación de la izquierda, a cubierto por un toldo y con unas reparadoras cervezas de por medio. Ambos eran políticos que hablaban claro y no precisaban de los servicios de un logopeda para que su mensaje llegara diáfano a la gente. Aquello no cuajó entonces, pero me consta que los dos siguieron conectados en un intento por buscar puntos de concordancia. Pujante peleó y bregó como pocos por la reforma de la ley electoral que acabara con la injusticia de que un diputado costara a una formación como la suya casi el triple de votos que al PP o al PSOE, algo que le impidió volver a la cámara legislativa en 2015 por unos pocos sufragios. Y obtuvo el compromiso de los socialistas, de Podemos y de Ciudadanos para que así fuera en la legislatura siguiente.
En las redes sociales, la repentina muerte de José Antonio Pujante originó en su día multitud de gestos de reconocimiento a su labor e integridad desde todo el arco parlamentario. Y de quedarme con uno, yo me quedé con el calificativo de “llanero solitario” en la Asamblea Regional que alguien le otorgaba a las pocas horas de conocerse su partida, recordando así las dos legislaturas en las que en aquella cámara se batió el cobre por los más desfavorecidos. Alguien, que hoy milita en Vox, lo calificó de “caballero de la política”.
Hombres y mujeres como Pedro Antonio Ríos, Elvira Ramos, Joaquín Dólera y Cayetano Jaime Moltó fueron también parlamentarios en su momento, tanto en el PCE como en IU. Todos han sobrevivido a Pujante. Y trabajaron con ahínco. Álvarez-Castellanos me aseguró esta semana que intentará mantener el listón de sus antecesores. Todos formaron parte de esa izquierda idealista y combativa, situada en el extrarradio del PSOE, que siempre creyó que el primer paso para alcanzar un sueño era despertar a la gente del letargo.
0