No puedo evitar que se me encoja el estómago cuando veo día sí y día también al consejero Díez de Revenga en los medios de comunicación, haciendo ruedas de prensa acompañado por las altas esferas eclesiásticas, anunciando que un número determinado de familias de la Región de Murcia han recibido una cantidad de dinero en ayudas de auxilio social para no tener que abandonar sus viviendas.
No puedo evitar indignarme con esta forma de hacer y concebir aún la política en estos tiempos.
Es conveniente recordar que el auxilio social era una organización oficial del régimen franquista, cuya finalidad era la de prestar asistencia a los necesitados y difundir el modelo educativo imperante en España. Fue la institución asistencial más emblemática y una de las principales señas de identidad de la dictadura franquista.
Se trataba de una institución dedicada a cobijar y a alimentar a los desfavorecidos, especialmente a las mujeres e hijos de los que ellos denominaban la «Anti-España». Pero los grandes protagonistas de la historia del denominado auxilio social fueron los niños, a los que presentaban ante la sociedad española como las «víctimas» de la «barbarie marxista» y que el auxilio social rescataba, convirtiéndose en los objetos que el aparato propagandístico del régimen utilizaba para conseguir sus propios fines.
Este retroceso en el lenguaje político, no se está utilizando de forma inocente por parte del Gobierno de nuestra Región. Yo diría que, muy al contrario, se insiste en usar esta denominación acuñada en tiempos oscuros, con la clara intención de alcanzar unos objetivos concretos. Y estos objetivos no son otros que buscar en quienes reciben estas ayudas, el agradecimiento eterno y el servilismo político, que luego deberá de traducirse en votos para seguir manteniéndolos en el poder.
Díez de Revenga se presenta ante la prensa sin el más mínimo escrúpulo, dando la imagen propia del señorito que evita con su esfuerzo personal y su dinero, que estas familias tengan que abandonar su hogar, como si lo pusiera de su propio bolsillo.
Han pasado muchos años desde la práctica de aquel tipo de beneficencia, han sido muchas las personas y los políticos que a lo largo de la historia reciente han trabajado sin descanso para avanzar hasta conseguir que la sociedad interiorice que tenemos derechos únicamente por el hecho de ser ciudadanos.
Tenemos derechos sociales e individuales al margen de la bondad y de la caridad de nadie.
Me niego a claudicar y a entrar en el juego de un consejero que no cumple con las obligaciones que tiene encomendadas por su cargo, y que son las de trabajar para garantizar el derecho a la vivienda de forma digna a los ciudadanos de su comunidad; que miente y oculta que el dinero con el que se financian esas ayudas de auxilio social, como le gusta llamarlas, lo recibe del Plan Estatal de Vivienda del Gobierno de España y no de sus propios presupuestos.
Un consejero cuya gestión está siendo tan pésima, que, en vez de aumentar el parque público de vivienda, se deshace de él. Tan mala, que solo ha ejecutado de los presupuestos regionales del año 2020 la ínfima cantidad de 8 millones de euros, de un total de 57 millones que tenía consignada la Dirección General de Vivienda que depende de su Consejería.
No me cansaré de reivindicar que la vivienda digna tiene que estar garantizada por los poderes públicos como un derecho humano y fundamental, como un derecho que está recogido y amparado por las leyes de mayor rango de nuestro ordenamiento jurídico. Como tampoco me cansaré de ponerme frente a esa clase de políticos que se empeñan en hacer creer a los ciudadanos que sobreviven y mantienen su techo gracias a su generosidad.
No estoy en política para resignarme a vivir en una Región donde unos pocos, durante muchos años, manejan el cotarro, utilizando sus redes clientelares, esparcidas como si de una tela de araña se tratara, para hacer y deshacer a su antojo, sin ningún tipo de pudor.
No me voy a resignar ante el retroceso en el lenguaje político que quiere volver a la beneficencia del auxilio social, propia de épocas pasadas que afortunadamente hemos superado.
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