Karl Marx denunció la doble alienación del trabajador: por una parte ni posee ni controla los medios de producción, teniendo que someterse a dinámicas laborales que le son impuestas. Por otra, los frutos de su trabajo no le pertenecen, sino que son propiedad del capitalista que dispone de ellos en el mercado. Posteriormente, Henry Ford popularizó la cadena de montaje con la construcción de su Ford Model T, sustituyendo trabajadores cualificados por obreros sin formación al simplificar al máximo sus funciones. Esto aumentó la productividad, pero las tareas se hicieron más mecánicas, anulando el margen de libertad y creatividad propio del trabajo del artesano. Charles Chaplin, en su película 'Tiempos Modernos' mostró el impacto negativo que esta dinámica laboral tenía en los obreros. Todo esto conecta con la maldición bíblica (ganarás el pan con el sudor de tu frente) y con modelos socio-laborales como la esclavitud y la servidumbre, situando el trabajo en un lugar de destrucción del sujeto, que queda alienado y rutinizado, convertido en un objeto productivo, equiparable a, y sustituible por, una máquina.
El movimiento sindical surgió como respuesta a este modelo de trabajo alienante y a las condiciones en que se llevaba a cabo. El sindicalismo luchó (y de alguna manera aún lucha) por mejorar las condiciones laborales de los obreros, tratando de aumentar los salarios, reducir los horarios, mejorar la estabilidad contractual y la seguridad en el puesto de trabajo, etc. Sin embargo, todas estas luchas sindicales parten de la aceptación del modelo de trabajo alienante, cuyo ámbito de aplicación no es universal.
Hay trabajos (y entre ellos incluyo el mío como psiquiatra cuando las circunstancias permiten hacerlo bien) que facilitan que el trabajador que los realiza aprenda y crezca como persona. Mediante el trabajo, el hombre pone en juego sus facultades y las desarrolla. Puede influir sobre su entorno y 'hacer un mundo mejor', desplegarse social y espiritualmente, sentirse útil y evitar la dañina molicie. Esto provoca que determinados trabajos sean 'vocacionales', que el trabajador desee hacerlos e invierta años de formación para lograrlo. Esta dimensión constructiva del trabajo necesita ser cuidada, protegida y potenciada. Creo que es un error grave del movimiento sindical el no reconocer la existencia del trabajo constructivo para el trabajador y promover las circunstancias que lo faciliten.
Entiendo que no todos los trabajos pueden ser igualmente constructivos. Incluso, que sea inevitable el mantenimiento de trabajos cosificantes. Ford entendió esto y dobló el sueldo a los trabajadores de sus cadenas de montaje para compensar las circunstancias laborales. Sin embargo, también hay trabajos edificantes.
En estas circunstancias la acción del sindicalismo debe ser doble: mejorar las contrapartidas por el trabajo y mejorar las condiciones para que el trabajo tenga sentido para el profesional, minimizando la alienación. Hay algunas iniciativas en esta línea, como montar coches teniendo en mente al usuario final, teniendo a la vista una foto o una carta de la familia que lo va a utilizar. Esto es más la excepción que la norma, pero creo que es muy importante avanzar en esa dirección.
En cuanto al trabajo del psiquiatra (y del médico en general), lo que vemos es que un trabajo que muy fácilmente sería edificante para el profesional, se ve arruinado por una gran presión asistencial, por la inseguridad jurídica en la relación con el paciente y por la explotación en la relación contractual con la administración. En la práctica, es un trabajo que difícilmente puede responder a los estándares de calidad que el profesional espera de sí mismo y que la sociedad le demanda. Un trabajo que conduce frecuentemente al 'burn out' profesional y a altas cotas de alcoholismo, divorcio y suicidio.
Mientras generaciones de profesionales van pasando por la trituradora y generaciones de pacientes van siendo abandonados a una atención burocratizada, la administración se preocupa por las listas de espera, los sindicatos por mejoras salariales y las asociaciones de pacientes por la lucha contra el médico que no satisface sus demandas. Todo esto constituye un gran esfuerzo concertado en coger el rábano por las hojas, que tenemos la desdicha de compartir con muchas otras profesiones.
Dignificando el trabajo, o al menos aquellos puestos que puedan ser dignificados, se puede optimizar el desarrollo de los profesionales, desarrollar ciudadanos más comprometidos con la sociedad, lograr mayor productividad en los resultados y atender mejor a las personas para las que se realiza la labor. Sólo hay que cambiar el foco con el que miramos a la actividad laboral.
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