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Sobre este blog

Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Un trocito de cielo

Un perro paseando por el campo

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Hace poco más de diez años adopté un cachorro de mastín blanco, espumoso, muy pequeño, torpe e inocente. Como toda vida que nace sin deseo ni culpa de hacerlo. Abandonado nada más nacer. Huérfano. Lo abandonaron en una localidad del sur de la Región de Murcia, zona de ganadería donde es práctica común echar al contenedor los desechos, vivos o muertos.

Me costó pocos días sentir que quería darle todo lo que estuviera en mi mano. Yo fui su suerte: la suerte de poder elegir ese camino de la supervivencia. Él fue la mía: la suerte de poder ver la fortaleza abrirse paso en el momento más vulnerable de cualquier ser vivo.

Sé que en este mundo nuestro cuidar, querer y priorizar a un perro no es lo más aceptado socialmente, aunque cada vez más personas les reconocen la valía que tienen. Hay quienes los usan como harapos, los miran y no los ven, que no sienten nada. Muchos se ofenden por la comparación con los hijos —y lo entiendo; no hay nada como la maternidad—, pero el sentimiento de amor, entrega y duelo son absolutamente afines en ambos casos.

Esta semana nos despediremos de él para siempre. El tiempo se impone a todos nosotros, también a ellos. Soltar y dejar ir es un acto de valentía, de amor puro.

Gracias a mi abrazo constante, respiró los días; ladró al viento y a los intrusos, a los amigos, a los vecinos, a la soledad, a mi llegada, a cada luna. Corrió por grandes prados. Huyó de vacas enfadadas y viajó a grandes montañas. Acompañó con elegancia cada mala decisión que tomé y escuchó todo lo que yo le contaba, como si mis palabras fueran sonidos relevantes en su vida.

Me vio en los peores momentos. Me vio disfrutar de los mejores. Incluso me vio parir, amamantar, ser la mamífera que habría deseado trepar como cachorro. Me ha visto dormir cero, crecer mil y, por soberbia, me he sentido protagonista del orgullo de cualquier perro enamorado de su dueña tras diez años de intensa compañía.

Nunca se asustó del animal que veía en mí —aunque sí le asustaban los ruidos inexplicables, el agua y los escarabajos—. No puedo decir eso de nadie más, por eso es irremplazable.

Todos los años en que se tambaleó mi vida y mi hogar, él me regaló uno. Como dice Elvira Sastre: “Mi casa es mi casa porque tú estás. Mi casa es la tuya porque siempre vuelvo”.

Él hizo una casa bajo un cielo cubierto solo con el hecho de aportar presencia, respiración, ronquidos y paseos.

Hay mucha dulzura en haber compartido vida con un ser tan grande e insignificante para el mundo en el que vivo. Porque es algo que solo puedes expresar con quien lo ha vivido. Con el resto te sientes ridícula, excesivamente sensible y descontextualizada.

Lo cierto es que, en este mundo tan poco sensible, yo siempre me sentí irrelevante —como ese cuadrúpedo al que tanto quería—, y por eso con él disfrutaba de una afinidad tranquila, proyectada a través de sensaciones que no tenía que explicar a nadie. Real, tangible y llena de paz.

Lo malo de los humanos es que necesitamos explicaciones constantes. Yo soy quien más las necesita. Y eso pesa. Pero a él nunca se las tuve que pedir.

Creo que es valiente criar (un hijo, un perro, un gato) dando algo que tú no has tenido, porque la ausencia de ejemplos significa crear desde cero y, en las emociones, no hay nada más complejo.

Puedo decir con tranquilidad que le di una vida llena de amor, abrazos y atención. De cuidado emocional, que para mí es más importante que ir peinado o con la ropa planchada.

Me alegro de haber brindado un amor tan desmesurado a ese ser tan insignificante. Insignificante como yo me veía. Me alegro de escribirlo y sentirme ridícula.

Ojalá todas las personas pudieran recibir mucho, aún creyendo que merecen poco. Ojalá todas las personas pudieran dar amor sin sentir que se van a romper por hacerlo.

Me alegro de haber sentido que él merecía todo, y de llegar a comprender que yo merezco tanto o igual al final de sus días. Es como un regalo que me invita a confiar en la vida.

Aunque no exista una relación directa entre sus vivencias y las mías, ese animal ha marcado mi vida de forma amable. Me ha otorgado sabiduría, experiencias sublimes, agrado y fortaleza. Mucho más que decenas de personas con habla y cualidades más ensalzadas en esta sociedad

No sé si los perros van al cielo, soy atea y me cuesta la reflexión, pero sí sé que Capitán me lo trajo un ratito a la tierra.

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