Si, con la convención nacional celebrada la pasada semana, el PP buscaba “centrarse”, no lo ha conseguido. Es más, algunas de las declaraciones de sus invitados estrella han causado un seísmo en los cimientos de nuestra democracia, y han evidenciado la nefasta ascendencia que el extremismo de Vox tiene en la actualidad sobre su matriz ideológica. O el PP practica un eficaz cordón sanitario sobre el partido de la ultraderecha o, en breve, el solapamiento entre ambas formaciones acabará en una trágica cópula para los pilares de nuestro sistema de convivencia. Todavía persiste agarrado a nuestro sistema nervioso el escalofrío provocado por las palabras del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa: “Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”. De repente, con una sola frase, el “partido de la libertad” y toda la arquitectura de ese liberalismo del que dice beber Vargas Llosa saltaron por los aires ante el silencio atronador del auditorio. Nadie de los allí presentes introdujo una réplica, un matiz, un argumento de deslegitimación de una de las grandes barbaridades pronunciadas, en los últimos tiempos, por un supuesto intelectual. Un silencio de connivencia triunfó entre un público que -siendo benigno- no fue capaz de metabolizar una afirmación que abrasaba las raíces democráticas del partido en el que milita.
El autor de La ciudad y los perros pretendía explicar, con esta píldora digna de cualquier farmacopea totalitaria y fascista, la situación política de su Latinoamérica. Que un premio Nobel priorice el sentido del voto a la libertad de votar debería constituir un motivo más que suficiente para retirarle tal galardón. Si lo que se pretende es combatir los regímenes totalitarios, no queda otra que defender y exigir aquello que precisamente se encuentra ausente en aquellos: la libertad en todas sus ramificaciones -de expresión, de voto, de pensamiento… Precisamente, la base del totalitarismo es la idea de “votar bien” -o lo que es lo mismo, votar lo único existente, lo que la élite de turno ha decretado que es lo mejor para el pueblo, la alternativa “depurada” de cualquier elemento “bastardo”. La democracia finaliza cuando una oligarquía decide qué es lo mejor para la mayoría. Y esta decisión se toma de acuerdo con varios factores de exclusión: en primer lugar, los propios intereses -todo lo que no sea mi particular manera de entender el mundo es considerado como una opción ilegítima; en segundo lugar, un clasismo depredador que estima que el voto de un profesor de Princeton no debería valer lo mismo que el de un agricultor o un indígena; y, en tercero, que la libertad de voto es un lujo que el sistema neocapitalista no se puede permitir si es que quiere asegurar su pervivencia.
La lamentable y antidemocrática afirmación de Vargas Llosa fue reforzada -como si de una polifonía transatlántica se tratara- por Aznar y Díaz Ayuso. El primero acusó al Gobierno de Sánchez de querer “latinoamericanizar” España, y urgió a “restablecer el orden”. La segunda arremetió, desde Estados Unidos, contra el “indigenismo” y lo acusó de querer encabezar una revolución contra ese legado cultural sustanciado en el término “hispanidad”. Si López Obrador se ha hecho eco tardíamente del debate planteado por los Estudios Poscoloniales y los ha salpimentado con un populismo bastante deleznable, la respuesta de los cancerberos de la patria no solo no disuelve esta pátina populista, sino que, además, la engrosa con más opiniones insidiosas y la convierte en una dieta intelectualmente indigerible. El ménage à trois formado por Vargas Llosa, Aznar y Ayuso considera que la única manera de bloquear el ímpetu revolucionario del indigenismo es con menos libertad y más pensamiento único -lo que, traducido al lenguaje del nuevo PP, equivale a “votar bien”. Naturalmente, para estas luminarias de las esencias patrias, el pensamiento único no supone un menoscabo de la libertad, ya que lo que éste representa es la civilización, y, como brillantemente estudió Norbert Elias, el concepto de “civilización” es una invención de occidente -que es, para ellos, el único paradigma cultural legítimo. Vargas Llosa, Aznar y Ayuso han rescatado de los archivos del NODO el sentido trascendental y determinista que, para el régimen franquista, tenía la noción de “hispanidad”. ¿Es eso lo que el PP entiende por “giro al centro”?
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