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'Murcianos con Historia' tiene como objetivo recordar y conocer mejor a los personajes históricos que han dejado su huella en la Región y más allá. Intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el sureste de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte.

¡Viva Zapata!

Diego Mateo Zapata por Rubén Bastida, estudiante de Ilustración de la Escuela de Arte de Murcia

José Perelló

A los pies del altar mayor de la iglesia de san Nicolás de Bari, una tumba contiene los restos de uno de los hombres más famosos en la España de la Ilustración: el doctor Diego Mateo Zapata. Se trata del extraño y curioso caso de un condenado por la Inquisición por judaizante cuya tumba hallamos en lugar de privilegio en un templo católico. Esta singularidad tan chocante excita nuestra curiosidad.

Nunca un científico murciano había sido alabado y admirado en vida del modo en que lo fue Zapata, calificado en su tiempo como “el médico de la época” , “el médico de moda”, “raro ingenio del siglo XVIII”, “el último escalón de la perfección médica”, etc.

¿Por qué la ciudad que fue su cuna y en la que reposan sus restos apenas lo recuerda?

Su biografía, bien documentada gracias en gran medida al registro inquisitorial y al interés que despertó esta figura entre los historiadores de la ciencia, nos ayuda a encontrar alguna luz en este espeso laberinto.

Zapata nace en Murcia en 1664 el seno de una familia de judíos conversos bastante acomodada. Sus padres Francisco Zapata y Clara de Mercado lo bautizan en la parroquia de san Nicolás. El padre, natural de Alcalá la Real, ejerce como escribano en Murcia.

Apenas hay datos sobre sus primeros años. Un suceso , la peste de 1678, nos sitúa ante el primer drama familiar. Tras la terrible epidemia que dejó miles de muertos, el Consejo busca fondos para paliar las pérdidas humanas y atender a los requerimientos hospitalarios. El rey mismo dona una fuerte suma.

La Inquisición de Murcia se muestra muy activa y detiene a muchos judíos.

Zapata tiene catorce años cuando ve cómo se llevan a sus padres y a su tía materna Isabel de Mercado- liberada posteriormente-, acusados de judaizantes con confiscación de bienes, junto con otros delatados por lo mismo, entre los que hay boticarios, médicos y en general judíos de posición económica holgada. La orden contra doña Clara incluía el empleo de tormento ad arbitrium. Cuando niño, ya tuvo que ver como el Santo Oficio apresaba a su abuelo materno.

Durante aquel tiempo horrible, vive en Murcia con otro tío suyo. La familia está fuertemente arraigada en la ciudad.

No sabemos a ciencia cierta cuál fue la causa del repentino celo que alentó y llevó a cabo esta auténtica redada del Santo Oficio entre los profesionales judíos de la ciudad. Sí sabemos que la detención bajo la acusación de herejía o judaísmo implicaba el interesante aspecto de la confiscación de todos los bienes.

Tampoco sabemos, pero podemos suponer qué impresión pudo causar en el alma del joven Zapata ver a su madre salir en auto de fe público, descalza, con sambenito y torturada por la Inquisición, hasta el punto de que hubo una severa advertencia del Santo Tribunal a los ejecutores del tormento “por excesivo”. Fue condenada además a cárcel perpetua irremisible, que no llegó a cumplir.

El proceso dura tres años. A los diecisiete, Zapata tiene grabada para siempre en su espíritu esa terrible experiencia. A pesar de ello no será un hombre blando que se deje amedrentar por el Santo Oficio. Su determinación de no ser derrotado por la superchería es firme.

En cuanto tiene edad marcha a Valencia para estudiar Filosofía; es tan pobre que acude a los conventos a pedir limosna. Decidido a estudiar Medicina se traslada a Alcalá de Henares, según declararía años más tarde en uno de sus procesos por haber oído “…que para los estudiantes pobres había más socorros en aquella ciudad”.

En 1685, a los veintiún años, es médico por Alcalá de Henares y Filósofo por Valencia.

Ejerce, con éxito y sin la aprobación del Protomedicato, porque El Santo Oficio de Murcia veta su reválida de parte del máximo tribunal médico. La licencia que otorgaba este organismo (que sería hoy similar a la Organización Médica Colegial) tras examinar y encontrar apto al candidato, era imprescindible para el ejercicio de la medicina. Sin ella, el simple título universitario servía de poco. Pero el Protomedicato está cerrado a los judaizantes.

Aún así en 1690, a la edad de 36 años publica su Verdadera apología en defensa de la Medicina en la que, a pesar de todo, defiende al Tribunal del Protomedicato.

El año siguiente se produce su primer reencuentro con la Inquisición.

Este proceso se inició en julio de 1691, denunciado ante los inquisidores de Logroño por un estudiante de veinte años, durante los interrogatorios a que éste fue sometido mientras era procesado también por judaizante junto a otros miembros de su familia.

El 6 de diciembre de 1691 Zapata es apresado, y trasladado a Cuenca para ser allí procesado. El juicio fue suspendido y pudo volver a sus actividades (1).

Regresa a Madrid donde participa activamente en las “tertulias” científicas que durante aquellos últimos años del siglo XVII proliferan en la Corte gracias al mecenazgo de diversos nobles. Se habla de teoría atómica y química, la vanguardia de la ciencia.

Lejos de amilanarse ante la infranqueable barrera que se le impuso, incrementa su cultura y erudición. Es pobre y busca recursos como puede. El doctor Francisco de la Cruz, converso y más tarde procesado con él, consigue que sea contratado en el Hospital General, en el que obtiene plaza como practicante de medicina. Para complementar sus ingresos imparte clases de filosofía a los cirujanos del Hospital.

Piensa en un matrimonio ventajoso, y corteja a la hija de un familiar del Santo Oficio, Juana Luisa de Escobar. Pero el matrimonio no puede consumarse debido a una terrible causa: sus propios colegas cirujanos del Hospital han de intervenirle radicalmente y de urgencia para salvarle de una severa infección por la que pierde el escroto. Todavía enfermo, convence al capellán del Hospital para que lo despose con doña Juana, y así lo consigue. Pero de nuevo al pobre Zapata le falta otra licencia que no obtiene: la del párroco. El matrimonio es inválido. El murciano pleitea, porque asegura no haber perdido su potencia viril. Y pierde.

Nuevo fracaso, ante el que redobla y fortalece la fe en sí mismo para seguir la vía de los “novatores” de la medicina: aquellos que creen en la química, heredera de la antigua alquimia, y que abren nuevos horizontes a la medicina.

Zapata, atento a la corriente científica europea, introduce en España y prologa el Curso de Química de Nicolás Lemery, obra clave que marca el inicio de la química moderna.

Y ejerce la medicina en la corte con un gran éxito. Médico personal del duque de Medinaceli, de los cardenales Portocarrero y Borja , atiende con éxito a nobles y cortesanos adquiriendo un gran prestigio. El conde de Lemos le llama “el príncipe Eugenio de la medicina”. Zapata se queja del poco tiempo que puede dedicar a escribir. Su obra, aunque escasa, es interesante. (2)

Avalado por ese prestigio y apostando abiertamente por la iatroquímica, en 1700 funda en Sevilla la Regia Sociedad Médico-Química sobre la cual, y ante todo hacia su impulsor, se deshace en elogios Gregorio Marañón por tratarse de la primera Real Academia española creada “gracias a la intervención de un recto y verídico varón, don Diego Mateo Zapata para que el rey Carlos II se decidiese a autorizarla”.

Es difícil ponderar este hecho tan importante para nuestra historia científica a la luz del pensamiento moderno, más familiarizado con los avances de la técnica y la medicina. La rareza, novedad y significado de esta gran iniciativa del médico murciano es glosada profusamente en la literatura científica de su época y aún de la actual.

Según Folch Andreu, la fundación de la Regia Sociedad de Sevilla “es hecho que constituye un fausto en la Historia de la Ciencia española, éxito que se logró por la intervención de un verdadero entusiasta de la Química, uno de los médicos más eminentes que floreció en las postrimerías del siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII , don Diego Mateo Zapata”. Merck Luengo escribe: “Gracias a Zapata, la Regia Sociedad Médico-Química abre el entendimiento achacoso de la época y crea un clima psicológico y científico de efusión esperanzada”.

El Protomedicato no puede examinar a Zapata, pero reconoce su valía, lo admira y quizás lo envidia. El murciano es médico personal de cardenales y Consejeros de Estado. La aristocracia se rinde a sus pies y hasta Carlos II y Felipe V tienen noticia y valoran sus exitosas experiencias.

A sus casi sesenta años se encuentra en los momentos álgidos de su carrera y la Regia Sociedad lo elige Presidente.

Su vida transcurre principalmente en la corte. Es rico y culto. Poco o nada sabemos de su aspecto físico, porque no hay ningún retrato conocido. Su longevidad y espíritu decidido nos hablan de una personalidad y biología fuertes y atractivas.

Pero el éxito de un heterodoxo, un judío converso vetado por el Protomedicato, no debía ser perfecto. Los galenistas, corriente liderada por Feijoo, se oponían abiertamente a la renovación química de la medicina. Y muy probablemente maniobraron contra sus adalides aprovechándose de su origen judío. José G. Merck Luenco: “Lo cierto es que Feijoo y el escéptico Martín Martínez desviaron la atención pública de los estudios químicos en España, y sería interesante ver cómo fueron borrando la huella de Zapata”. (3)

En efecto, una nueva conspiración, esta vez de más envergadura, amenaza a nuestro paisano. La inquisición vuelve a llamar a su puerta.

En 1721, los dos primeros Presidentes de la Regia Academia , es decir don Juan Muñoz Peralta (4) y Zapata son encarcelados, delatados como sospechosos de “judaizantes”. Con ellos va también don Francisco de la Cruz.

Curiosamente, de nuevo los testigos contra Zapata y Peralta - el madrileño Francisco Miranda y su mujer, Maria Gomar ( Guiomar en algunos textos)- cumplen condena en Cuenca por el mismo delito que delatan. Por ello obtienen como recompensa una renta de cuatro reales diarios, aunque Miranda, que no era más que un pícaro, llegó a pedir ¡trescientos ducados al año!

Ser inventariado por la Inquisición supone un regalo para los historiadores. En su casa de Madrid en la calle de Francos, los de la Cruz Verde hallan multitud de pinturas de tema religioso católico, una nutrida biblioteca de más de mil volúmenes, con obras de Demócrito, Arnau de Vilanova (prohibido entonces), Alberto Magno, Paracelso, y de todos los alquimistas, médicos y filósofos conocidos en la época. Es casa de persona muy adinerada y culta. El guardarropa del médico cortesano nos habla de gustos refinados y elegancia. Y en su despensa, tocino, jamón y chorizos demuestran prácticamente que no hay rastro de judaísmo ni en sus hábitos alimentarios. Los agentes inquisitoriales no encuentran nada que le relacione con la religión judía.

Pero esta vez el proceso va adelante. Las noticias en torno a esta segunda causa contra Zapata son confusas. Sabemos que dura unos cuatro años y que tras su detención en Madrid es de nuevo trasladado a Cuenca para ser allí encarcelado hasta el proceso, seguramente debido a la incomodidad que podría provocar en la corte el juicio a un médico tan famoso y admirado, con tantos amigos y pacientes principales. Y por tanto conocedor de vergonzosas intimidades.

Al parecer su fama y riqueza - aunque la mitad de todos sus bienes fueron confiscados por el Santo Tribunal-, hacen que su estancia en prisión sea llevadera. Puede conseguir ropa limpia y tabaco. Pero por mucho que se haya exagerado, y sus torturas no fuesen tan terribles como cabe imaginar, no puede decirse que cuatro años en las cárceles de la Inquisición pudieran ser tan livianos como para no hacer mella en cualquier temple.

Zapata resiste.

En el famoso aguafuerte de Goya quedó impreso el suplicio imaginado. No puede ser su retrato, por razones cronológicas; seguramente Goya apeló a su fama y al apellido “Zapata” para crear un dibujo alegórico contra la intolerancia. La otra hipótesis que se maneja, es decir que se tratara de una burla al inquisidor Francisco Zapata y Mendoza, parece menos probable. El médico murciano es también citado como ejemplo de represión religiosa en los escritos anticlericales de Voltaire, que había oído campanas y se hace un lío con espacio, tiempo e identidad. A pesar de esos despistes del filósofo, en Francia y en toda Europa se conoce y respeta a Zapata.

Concluido el cautiverio y la instrucción del caso, se dicta sentencia. El ilustre introductor de la Química en España y fundador de la primera Regia Sociedad española sale en auto de fe por las calles de Cuenca, descalzo, con vela y sambenito de una sola aspa para oír públicamente la sentencia, tras lo cual “abjuró de vehementi de los errores del judaísmo”. Es “absuelto ad cautelam, reprendido, advertido y conminado con perdimiento de la mitad de sus bienes, condenado a un año en la cárcel de Penitencia donde debería recibir adoctrinamiento por parte de persona docta y religiosa para ser fortificado en los misterios de la Santa Fe católica; y desterrado de la ciudad de Murcia y de la corte por tiempo de diez años”. Tuvo suerte. La condena máxima habría supuesto la hoguera.

No hace falta jugar a Sherlock Holmes para adivinar que había un interés muy especial contra los dos primeros presidentes de la Regia Sociedad Médico-Química, alimentado a buen seguro por los médicos oficialistas contrarios a los renovadores o “novatores”.

Neutralizados éstos, los tradicionalistas con Feijoo a la cabeza finalmente se hacen con el control de la Regia Sociedad y la reconducen hacia el galenismo.

El paso por el Tribunal de la Santa Inquisición no cambia el modo de vida del obstinado médico. La orden de destierro de la corte es burlada gracias a sus múltiples y poderosos protectores. Prosigue con su actividad profesional y publica en el año 1733 Disertación Médico-Teológica que dedica ni más ni menos que a la princesa del Brasil.

Ya setentón, en 1738 compra su sepultura en la iglesia de san Nicolás.

¿Cómo es esto posible? ¿Un judío, nieto e hijo de condenados y condenado él mismo por la Santa Inquisición reposando a los pies del altar mayor de un templo católico?

Tradicionalmente, el que ha paseado un sambenito- prenda que era expuesta durante un tiempo en las iglesias para más escarnio-, si tiene la suerte de no achicharrarse en la hoguera, nunca o casi nunca es rehabilitado socialmente. Imaginamos que hubo de haber oposición a esa compra.

Pero Zapata tiene allí su partida de bautismo, es obstinado y posee recursos. El edificio, de origen medieval construido en la muralla oeste de la ciudad sobre una antigua mezquita ya citada por Jaime I, está muy deteriorado. Del antiguo esplendor mudéjar con posteriores añadidos manieristas, solo quedan ruinas.

Como hombre resuelto, hace a la Iglesia y al Consejo murcianos lo que hoy, acercándonos a la jerga cinematográfica podríamos llamar “una oferta que no podían rechazar”: mucho dinero. Zapata no tuvo hijos y probablemente como última voluntad quiso con este gesto de magnificencia rehabilitar su buen nombre y el de su familia, tan duramente atacada por la Inquisición.

De modo que inicia, dirige y financia la reconstrucción del templo en el que recibió las aguas del bautismo y donde ha dispuesto su eterno reposo. Para ello contrata a Joseph Pérez, uno de los mejores en su oficio, que a la última moda neoclásica logra hacer de san Nicolás un referente arquitectónico muy imitado en la región.

Las obras concluyen en 1743, dos años antes de su muerte.

La “Gaceta de Madrid”, órgano oficial del gobierno, publicaba el 3 de Agosto de 1745: “Los días pasados murió en esta villa a la edad de 81 años , el doctor don Diego Mateo Zapata, médico del Exmo. señor duque de Medinaceli, y de los más acreditados por sus escritos y aciertos en España y Europa”.

Al parecer, ni san Nicolás, ni sus méritos científicos, ni su inusual tenacidad, ni su fama en Europa, han sido elementos suficientes para que la ciudad de Murcia le dedique al doctor don Diego Mateo Zapata una plaza, una calle, o algún tipo de recuerdo.

Una simple nota municipal en la puerta del templo. Y nada más.

Amnesia injusta y pertinaz, rancia secuela de la inhumana política de la “limpieza de sangre”, del fanatismo y de la intolerancia.

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Notas

(1.) La primera audiencia tuvo lugar el 5 de enero de 1692. Zapata negó las acusaciones que se le imputaban y elaboró una meticulosa defensa basada en tres puntos:

1. Siempre había seguido fielmente la fe católica y había evitado relacionarse con parientes y conocidos portugueses. Esto último evidentemente no era cierto..

2. Sólo un testigo deponía en su contra, quien, además, le llamaba “Diego López Zapata”, demostrando con ello que lo conocía muy poco.

3. Por último, reconocía que su afán polemista le había llevado a labrarse muchas más enemistades que amistades, y decía:

“…generalmente no traté ni argüí con hombre alguno en la Corte con quien no lo desluciera y ajara de forma que no me malquistara con él y, en adelante, fuera mi enemigo que conmigo no trataba ni comunicaba, también me odiaba respecto que tenía por cosa cierta el que de mi boca no había hombre que supiese philosophía, medicina o theología (por saber yo algunas materias), y esto es público y notorio en la Corte”.

(2) Escritos y ensayos de Zapata:

Verdadera apología de la Medicina racional filosófica, y debida respuesta a los entusiasmos médicos que publicó en esta corte D. José Gazola Veronense, archisoplón de las estrellas (Madrid, 1690). En esta obra defiende al Protomedicato de los ataques de Gazola.

Crisis médica sobre el antimonio (1701).

“Censura” a Alejandro de Avendaño, Diálogos filosóficos en defensa del atomismo (1716).

“Prólogo” a la traducción de Félix Palacios de Nicolás Lemery, Curso de química (1721).

Disertación médico-teológica, que consagra a la serenísima señora princesa del Brasil (Madrid, 1733).

Ocaso de las formas aristotélicas (1745), su obra póstuma.

(3) José Guillermo Merck Luenco, La quimiatría en España, fuente principal de este trabajo.

(4) Juan Muñoz Peralta , primer presidente de la Regia Sociedad de Sevilla y judío converso, era médico de cámara de Felipe V desde 1700. Murió en las cárceles del Santo Oficio antes de que concluyera su proceso.

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'Murcianos con Historia' tiene como objetivo recordar y conocer mejor a los personajes históricos que han dejado su huella en la Región y más allá. Intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el sureste de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte.

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