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Inteligencia artificial “al servicio del cuidado humano” para la prevención del suicidio en los adolescentes navarros

Grupo de investigadores encargados del proyecto PRISMA-J

Andrés Toro

Pamplona —
23 de julio de 2025 19:25 h

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La etapa de la adolescencia presenta una gran cantidad de cambios, además de una búsqueda de la identidad propia. Eso también la vuelve vulnerable a problemas de salud mental. Desde la Universidad pública de Navarra (UPNA), el Instituto de Investigación Sanitaria de la comunidad foral y la Universidad de Burgos, se está desarrollando un proyecto con un único objetivo: “salvar vidas y proteger el bienestar emocional” de los adolescentes “antes de que sea demasiado tarde”.

Así concibe el propósito el investigador principal, Alcibíades Segundo Díaz Vera. La investigación recibe el nombre Prevención del Riesgo de Ideación Suicida en Menores y Apoyo-Juvenil (PRISMA-J). En un primer momento, se implementará solo en Navarra, pero “está diseñado para ser evaluado científicamente y replicado en otras comunidades si demuestra eficacia”, explica Díaz Vera.

“Este proyecto surge como respuesta a una necesidad urgente, creciente y ampliamente reconocida”, dice. Desde hace tiempo, en Navarra ha surgido una preocupación por la falta de “herramientas estructuradas” para detectar el malestar y el sufrimiento emocional en los jóvenes. Según datos del Ministerio de Sanidad y del Instituto Nacional de Estadística (INE), el suicidio es la primera causa de muerte externa en personas de entre 12 y 19 años en España. La adolescencia es un periodo donde una persona es más vulnerable ante “factores de riesgo como el bullying, la presión académica, la violencia de género, el uso problemático de redes sociales o situaciones familiares adversas”.

Por otro lado, la falta de comunicación y de llamados de ayuda “por miedo, vergüenza o desconocimiento” son puntos que suman a la necesidad de detectar rápidamente señales de alerta en los adolescentes. Por lo cual, desarrollar herramientas en los entornos donde se desenvuelven, como el hogar, la escuela o el mundo digital, puede llegar a marcar la diferencia. “No se trata de etiquetar ni de medicalizar la adolescencia, sino de crear redes de protección y escucha que permitan intervenir antes de que el malestar se convierta en crisis”, señala.

Protocolos de actuación temprana

Como tal, el proyecto PRISMA-J busca prevenir el suicidio infantojuvenil a través de instrumentos digitales y presenciales, formación a docentes, familias y profesionales de la salud y la creación de protocolos de actuación temprana en escuelas y hospitales. Las formaciones se centrarán en “reconocer señales de alerta emocionales y conductuales”. Los protocolos indicarán qué hacer, a quién derivar y cómo acompañar adecuadamente. A su vez, también se crearán canales de coordinación directa entre los centros sanitarios y las escuelas para agilizar los procesos de casos más complejos.

Para cumplir con las metas de la investigación, se ha indagado sobre comportamientos y patrones emocionales en los entornos digitales para “dar señales tempranas de sufrimiento psicológico o riesgo suicida en menores”. El objetivo, se explica, va en la dirección de “identificar esas señales de forma ética y preventiva, nunca intrusiva”. “Algunos de los aspectos que se analizan incluyen el aislamiento social online, cambios bruscos en los hábitos digitales (como pasar muchas horas conectado de madrugada), búsqueda de contenidos relacionados con la autolesión, el suicidio o la desesperanza, o publicaciones con mensajes implícitos de tristeza profunda, vacío o deseo de desaparecer”, señala Díaz Vera sobre los focos de PRISMA-J. A esto se le suman la “hiperexposición” a modelos de belleza o éxito y el ciberacoso en el ámbito digital. La presión consecuente de este tipo de factores puede agravar la condición mental de los jóvenes.

Estos indicadores se recogen en los entornos cercanos de los menores, como su escuela o su familia, para “generar una visión más completa” de su estado de salud mental. Sin embargo, cabe la posibilidad de que haya quien se preocupe por la privacidad de jóvenes. Ante esto, Díaz Vera aclara que “no se trata de vigilar, sino de entender mejor el lenguaje emocional digital”. Los patrones y comportamientos se investigan a partir de modelos de “riesgo psicosocial validados en la literatura científica”, haciendo hincapié en la protección de datos de los implicados.

Una herramienta que no sustituye al acompañamiento humano

La inteligencia artificial es uno de los pilares de la investigación, pues ayuda a conseguir detectar con mayor antelación alertas que normalmente pasan desapercibidas. En concreto, “se utilizarán algoritmos diseñados para analizar patrones de riesgo psicosocial” a través de formularios y otros métodos de recolección de datos. El algoritmo ayuda a identificar varias combinaciones de factores que indican una posible vulnerabilidad en la persona. Asimismo, facilita la “priorización de casos que requieran atención temprana”, alertando a los educadores y a los familiares para prevenir un malestar mayor.

Sin embargo, Díaz Vera ha dejado claro que a inteligencia artificial ayuda, pero con su uso no se busca reemplazar el factor humano. “No buscamos que la inteligencia artificial reemplace a profesionales”. En el cuidado emocional de los adolescentes es imprescindible el vínculo humano en su tratamiento. Se cuenta con una supervisión constante de los profesionales de la salud durante todo el proceso, lo que garantiza la protección de datos y la transparencia de los procesos digitales. “La última palabra y la interpretación de los resultados siempre recaen en los equipos humanos que acompañan al menor”, asegura.

Se estima que con este plan se puede llegar a reducir entre un 10 y un 20% de los pensamientos y conductas suicidas. Este rango surge de “evidencia acumulada en programas similares de prevención universal y selectiva del suicidio en adolescentes, tanto a nivel nacional como internacional”. Se ha demostrado que el contacto y la detección temprana, junto a una educación emocional y apoyo psicosocial, pueden lograr esos porcentajes.

“Nos apoyamos en meta-análisis y revisiones sistémicas” publicados en revistas científicas que evidencian que este rango es realista. Además, PRISMA-J incluye una fase de evaluación que hará uso de indicadores cuantitativos y cualitativos para medir el verdadero impacto en la reducción de conductas suicidas en los jóvenes. “Es una proyección basada en la evidencia científica, no una promesa infundada”, defiende.

El proyecto recientemente recibió una ayuda de más de 130.000 euros por parte de la Fundación Mutua Madrileña en la XXII convocatoria de las Ayudas a la Investigación Médica. Con este tipo de ayudas y el trabajo de los investigadores, PRISMA-J busca convertirse en “una apuesta por la prevención real y la salud emocional de los menores”, que pueda ser replicable en otras comunidades. Una apuesta impulsada por la inteligencia artificial, al servicio del cuidado humano.

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