Haití, una constante vuelta a empezar
Esta misma semana, el 12 de enero, se cumplieron cinco años del terremoto de Haití. Su magnitud fue de 7,3 grados en la escala de Richter, y su epicentro se situó a poca distancia de Puerto Príncipe, la capital del país, entonces reconocido como el más pobre de América. En la tragedia murieron unas 222.750 personas, según el balance recientemente anunciado por la Unión Europea, otras 300.000 resultaron heridas y alrededor de 1,5 millones de ciudadanos se quedaron sin hogar. Todavía hoy, los efectos del seísmo son más que evidentes. Unas 85.000 personas viven en campos de desplazados internos, la situación política del país sigue generando dudas, y su posición geográfica le hace vulnerable a nuevas catástrofes. De ahí que, a menudo, en Haití haya “mucho trabajo por hacer”.
Quien habla es Esperanza Ursua, bióloga de 38 años del municipio navarro de Milagro, que ha trabajado como voluntaria de Cruz Roja en Haití en tres periodos distintos. Primero, nada más producirse la emergencia; después, durante un año entre 2012 y 2013; y, finalmente, durante los últimos meses del pasado 2014.
Ursua colabora con Cruz Roja Navarra desde 1995, pero no fue hasta el año del terremoto cuando colaboró con proyectos de cooperación en emergencias y desarrollo. Después ha pasado por zonas como Níger o Filipinas, pero el terremoto fue su primer destino. Para ello, antes se formó durante una semana de forma intensiva para conocer cómo prepararse técnicamente o cómo adaptarse a cada contexto cultural. Sobre el terreno, durante los primeros cuatro meses formó parte de una unidad centrada en el abastecimiento de agua. Cruz Roja recordó recientemente, a través de un comunicado, que en aquel momento el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, junto a la Cruz Roja Haitiana, afrontaron el mayor despliegue de su historia en un solo país: en 72 horas, movilizaron a veinte unidades de respuesta ante emergencias.
Estos equipos pueden centrarse en cuestiones como las telecomunicaciones, la salud o el alojamiento. En el caso de Ursua, por su formación, se encargó de analizar en un laboratorio los distintos puntos de agua disponibles para garantizar su seguridad. Asegurar el agua y el saneamiento es un paso clave (de lo contrario, una fuente en mal estado puede provocar enfermedades diarréicas o extender el cólera), antes de pasar a otras labores de rehabilitación. En la actualidad, la población sigue principalmente comprando agua tratada, algo que resulta más complicado en entornos rurales.
13 cooperantes de Navarra
En regiones como Léogâne, por ejemplo, Cruz Roja también desarrolló diversos proyectos como la construcción de 4.400 alojamientos progresivos en 14 comunidades. En total, la Cruz Roja Española movilizó a 170 cooperantes y, durante los últimos cinco años, 13 de ellos han sido navarros. Ursua ha sido la última en volver. Preguntada sobre si su experiencia, repartida en esas tres visitas, le ha permitido notar avances, esta voluntaria insiste en que sí (“en Puerto Príncipe o Léogâne se ha recuperado el pulso, hay más infraestructuras, pero quedan muchas necesidades”), pero también matiza que Haití es un país permanentemente vulnerable a huracanes, fuertes inundaciones y sequías. A ello se sumó una tragedia “puntual”, la del terremoto, con un efecto “muy grande”, agravado por la situación de partida del país. Pese a las mejoras, a menudo hay una vuelta a empezar.
Y el resto del mundo, ¿se ha olvidado de Haití? Ursua reconoce que es difícil mantener el foco en un país ante las constantes emergencias repartidas por todo el mundo. Pese a ello, se queda con la respuesta de la sociedad nada más producirse la tragedia: Cruz Roja Española recibió 53 millones de euros en ayudas, y en Navarra se recaudaron 525.000 euros. Un terremoto horrible, con una respuesta “tremenda”, aunque “el trabajo y los fondos siempre serán necesarios. Siempre te quedas con la sensación de que ojalá hubieras podido hacer más. Supongo que el esfuerzo conjunto de todos ayuda”.