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¿Cómo diferenciar la tristeza 'normal' de una depresión en los adolescentes?

Archivo - Dos adolescentes observan el patio cerrado de un colegio, en Vitoria

Lucía M. Quiroga

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La salud mental ha pasado a ocupar un lugar importante en nuestras vidas. Cada vez son más las personas que se atreven a hablar de ello, especialmente después de una pandemia que ha agudizado los casos de depresión, ansiedad y otros problemas psicológicos. Pero en el caso de los adolescentes, algunas veces cuesta diferenciar entre un estado de ánimo propio de su edad –apatía, cansancio, crispación, tristeza o irritabilidad–, derivado en ocasiones de la revolución hormonal y los cambios que están viviendo, de un estado psicológico más preocupante ante el que conviene actuar.

Uno de cada siete adolescentes de entre 10 y 19 años de todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado, según un informe reciente de UNICEF. Cada año casi 46.000 adolescentes se suicidan. Es una de las cinco principales causas de muerte para este grupo de edad. Y en España, este mismo informe indica que el 11% de los jóvenes de 15 a 24 años dicen sentirse a menudo deprimidos o tener poco interés en realizar alguna actividad.

También en nuestro país, la Asociación Española Pediatría advirtió hace meses de una “pandemia de salud mental infantojuvenil” cuando detectó que en junio de 2021 se habían duplicado los casos de urgencias psiquiátricas infantiles, los trastornos de conducta alimentaria, los casos de ansiedad, depresión y las autolesiones e intentos de suicidio adolescente.

Señales de alarma

Con unos datos así, cabe preguntarse cuáles son las señales de alerta para detectar que un adolescente está atravesando por problemas psicológicos serios. Dónde está la línea para diferenciar entre las conductas típicas de su edad, que se les pasarán con el tiempo, y un problema mayor que haya que abordar a nivel profesional. Las expertas consultadas coinciden en que la clave es estar pendientes de los cambios en el estado de ánimo, especialmente cuando son muy bruscos y sostenidos en el tiempo, y cuando estos cambios se dan en diferentes ámbitos de su vida, por ejemplo en la familia, en la escuela y dentro de su círculo de amistades.

Amalia Gordóvil, psicóloga familiar y profesora de Psicología en la UOC, lo explica así: “Es muy habitual que los adolescentes estén apáticos, tirados en la cama mirando el móvil o viendo series. Hay un cierto grado de normalidad en esta apatía. Pero hay que empezar a preocuparse cuando vemos un cambio en el estado de ánimo”, advierte. Y pone ejemplos: “Un adolescente que antes estaba tranquilo y ahora está más irritable y más triste, o un cambio en las notas escolares. Tiene que ser un cambio que no solo vean los padres, sino que también sea detectado por los profesores o por otros amigos. Y no solo un cambio puntual, sino sostenido en el tiempo”, explica Gordóvil.

Eso fue lo que le pasó a Paula –nombre figurado–, que tiene 13 años. Le costó darse cuenta, pero ahora está en tratamiento psicológico, y, aunque todavía no tiene diagnóstico confirmado, todo apunta a un cuadro de ansiedad: “Yo empecé a notar que estaba un poco mal a finales de curso del año pasado. Me sentía más cansada, estaba muy agobiada y tristona. Empezaba a tener ataques en los que me agobiaba muchísimo y me costaba respirar. Al principio pensaba que era normal, que me ponían nerviosa los exámenes, pero me di cuenta de que no. Los profes lo notaron, fui a la orientadora, hablaron con mis padres y me llevaron a la psicóloga”, asegura. Con la primera psicóloga no encajó, pero cambió de profesional y ahora está “muy cómoda”, empezando a pensar que “todo se pasa”.

Su madre, Rocío –también es un nombre figurado– está mucho más tranquila desde que Paula va a la psicóloga: “Empezó a hacer cosas raras y a estar menos comunicativa. Por las noches le daban bajones y lloraba, en época de exámenes se ponía muy nerviosa. Eso se incrementó y después cambió sus hábitos alimenticios, tenía menos apetito, bajó de peso.... Yo ya estaba con la mosca detrás de la oreja pero no sabía si estaba siendo una exagerada y eso era la adolescencia y ya está”, explica. Pero el cambio lo detectaron también en el instituto y tomaron la decisión de que empezara un tratamiento: “Estamos mucho más tranquilos al saber que está en manos de un profesional”. Rocío reconoce haberlo pasado muy mal ya que, en el entorno de su hija, hay varios casos graves de salud mental en adolescentes, incluidos varios intentos de suicidio.

Atentos al cuidado personal y las notas

En casa, las señales de que algo no marcha bien pueden estar relacionadas con conductas diferentes o con cambios en el cuidado personal. “Por ejemplo, no tener una buena higiene personal o conductas de riesgo, ya sean sexuales, de abuso de sustancias o delictivas”, señala la psicóloga Amalia Gordóvil.

Y en el ámbito escolar, la bajada del rendimiento puede ser solo el principio, un primer indicador que nos avisa de que algo no va bien. Luis Gil es profesor de secundaria en un instituto de Madrid, y aporta un listado de elementos a los que prestar atención desde el punto de vista educativo: “Efectivamente, el bajón académico, a veces de forma súbita e inesperada, puede ser uno de los indicadores, pero también otros como el absentismo escolar, el aislamiento con respecto al grupo, la irritabilidad y las llamadas continuas de atención mediante un comportamiento provocador”, explica Gil. Comparte su visión Elena –nombre figurado–, profesora en cuarto de la ESO, que reconoce que cada vez se están viendo más casos: solamente en su aula hay tres chicas con problemas psicológicos diagnosticados. “Yo las animo, les doy abrazos y trato de reconfortarlas, pero no puedo hacer mucho más. Quien lo lleva realmente es el departamento de orientación”, cuenta.

María –también prefiere no dar su nombre real ni más datos– es orientadora en un centro de Secundaria. Por su despacho han pasado muchos casos de niños y niñas con ansiedad; también algunos, aunque menos, con depresión. “Hay que tener mucho cuidado y saber diferenciarlo bien porque la adolescencia es una etapa de muchísima labilidad emocional. Esto quiere decir que tienen cambios continuos en sus estados de ánimo: pueden pasar de la euforia total a todo lo contrario en unos minutos”, explica.

Por eso coincide con Amalia Gordóvil en que es importante prestar atención a los cambios de tendencia: “Hay que conocer mucho al niño o adolescente para saber si lo que le está pasando es propio de su carácter o si hay que preocuparse. Por eso ayuda estar atenta a los cambios bruscos. Por ejemplo, yo tuve a un chico que tenía ansiedad y depresión y nos dimos cuenta porque hacía cosas rarísimas: no quería venir a clase, manifestaba querer morirse, decía cosas rarísimas, con una desinhibición total, y luego hacía justo lo contrario, se retraía. También hay chavales que tienen un buen rendimiento académico y de pronto empiezan a suspender todo”, explica la orientadora.

Es fundamental un clima de confianza y comunicación en casa sobre las emociones que se sienten, para que se puedan expresar sin miedos

Amalia Gordóvil, psicóloga

Un bajón en las notas fue una de las señales que pusieron a Iria y a su familia en alerta hace unos años. Ella tuvo ansiedad, por lo que estuvo en tratamiento psicológico. Ahora tiene 17 y ha superado sus problemas, pero hablar de ellos todavía la remueve. “La adolescencia es una etapa en la que es muy común pasar por momentos de agobio, de estrés, de mal humor… pero hay una serie de síntomas que puedes tener y de los que a veces no te das ni cuenta como pérdida de apetito o atracones de comida, pocas ganas de quedar con amigos y amigas, aislarte del mundo, pasar muchas horas en redes sociales o videojuegos y sensaciones de soledad, debilidad y cansancio”, explica sobre su caso y sobre otros que tiene a su alrededor.

Para ella, la salud mental en esta etapa es muy importante. “Cuando estás mal tienes que saber a quién pedir ayuda. Hablarlo con familiares, amigos o gente de confianza suele ayudar mucho pero el mejor paso es tomar la buena decisión de acudir a una cita de psicología”, cuenta.

Una vez que se ha detectado el problema, la familia debe acompañar el proceso y buscar ayuda profesional. Amalia Gordóvil cree que es fundamental “que haya un clima de confianza y comunicación en casa sobre las emociones que se sienten, para que se puedan expresar sin miedos”. Y que los casos se deriven convenientemente a profesionales capacitados para tratarlos. Tanto Iria como Paula, las dos adolescentes que han hablado para este reportaje, han pasado por atención psicológica y aseguran que les han ayudado a superar sus problemas. Pero, ¿qué ocurre si esta situación no se detecta o no se ponen los medios para abordarla?

En opinión de Gordóvil, la consecuencia más grave es que la persona no reciba las herramientas necesarias para gestionar sus emociones y que aparezcan pensamientos de suicidio, que pueden llevarse a la práctica. Pero, además, hay otras posibles secuelas, como el aumento de posibilidades de padecer depresión en la vida adulta o llegar a esta fase de la vida con una baja autoestima que pueda conducir a relaciones tóxicas dependientes, sentimientos profundos de incapacidad o el desarrollo de otras patologías mentales.

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