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En primera persona

Mi hijo tiene 3 años y no le pongo ningún tipo de pantalla: no sabe quién es la Patrulla Canina ni Peppa Pig ni ha visto vídeos en el móvil

Niños viendo la tablet

Miguel Muñoz

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Autobús urbano en Madrid. Se sube una madre con su hija montada en un carrito. A ojo no debe tener más de un año y poco. Empieza a llorar. La madre saca el móvil y le pone unos dibujos animados. La niña deja de llorar y continúa viendo la pantalla hasta que bajan del autobús. Niños pequeños, móviles, 'tablets' y televisiones. Escenas que se repiten en otros lugares como bares, incluso en parques y, por supuesto, dentro de las casas. Para algunas personas, muchas, es lo normal. A otras, entre las que me incluyo como padre de un niño de casi 3 años, nos sorprende y preocupa. Mi hijo no ha visto todavía la televisión ni vídeos en el teléfono. Y tengo la sensación de que somos un caso extraño y minoritario.

Quiero que quede muy claro que con este artículo no pretendo juzgar a nadie. Soy de los que piensan que todas los padres y madres son personas que actúan para darle lo mejor a sus hijos e hijas. Conviene que quede claro esto desde el segundo párrafo porque la crianza es en muchas ocasiones dura y no necesita nadie que esté continuamente escrutando tus comportamientos.

Sobra decir que hay mucha gente, por diferentes motivos, que no accede a las informaciones relacionadas con los perjuicios que pueden tener el uso de pantallas. O no les dan importancia. Pero es que estas cosas también suceden en personas que sí saben de qué va el tema. En este punto siempre recuerdo una frase de un compañero de trabajo que me dejó un libro sobre crianza meses antes de que yo fuera a ser padre: “El único consejo que te doy es que la teoría está muy bien pero lo difícil es la práctica”. Esas palabras creo que reflejan muy bien las posibles contradicciones que llegamos a tener en muchos puntos de la etapa evolutiva de nuestros hijos. Es decir, hay mucha gente que se informa, que se interesa por leer cuestiones teóricas sobre crianza pero a la que la realidad práctica le arrastra a algo que saben que no dicen “los manuales”.

Volvemos a las pantallas. Dicho todo esto sí que me suelo hacer, especialmente, una pregunta ¿Por qué les ponemos una serie de dibujos animados en móviles, tvs y otros dispositivos a nuestros hijos de 1, 3 o 5 años? Me temo que una de las respuestas más frecuentes será: “para que yo pueda hacer otras cosas”. Cambiamos ese “cosas” por fregar los platos, hacer la comida, ducharse y, especialmente en tiempos pandémicos, teletrabajar. Insisto, no juzgo a nadie y cada cual tendrá sus circunstancias, pero sí me gustaría darle una vuelta a esto. ¿No hay ninguna otra actividad, absolutamente ninguna, que pueda suplir a una pantalla? ¿Lo hemos intentado u optamos por lo cómodo?

Los niños y las niñas, obviamente, como en otro tipo de situaciones, están descubriendo el mundo. Ellos no saben que en tu teléfono hay dibujos hasta que tú se los pones. O en todo caso hasta que ven a otros de sus iguales hacerlo. Igual que tampoco saben que existen los helados, el chocolate o las golosinas hasta que alguien se las descubre. No debo de sorprender a nadie si digo también que nuestros hijos nos imitan. Difícil que no terminen queriendo ver el móvil si estamos todo el día con él en la mano. Ídem si la televisión de casa está todo el día encendida.

El uso de pantallas es un fenómeno relativamente nuevo. Nadie podrá decir, como en otras cosas de la crianza, que “toda la vida se ha hecho así y no ha pasado nada”. Porque es sencillamente mentira. Aquí, esa experiencia de nuestras madres, al menos de las de mi generación, no sirve de nada. Los móviles son de antes de ayer y hasta el año 90 sólo había dos o tres canales de televisión y con franjas muy determinadas para programación infantil.

Por tanto, vayamos al grano. ¿Qué dicen los estudios? Las asociaciones pediátricas desaconsejan frontalmente el uso de pantallas en menores de dos años. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala lo mismo y en todo caso que para niños de dos años el uso sea muy limitado en tiempo (máximo 1 una hora al día) y siempre junto a un adulto, no dejándolos solos. Otros profesionales como el neuropsicólogo Álvaro Bilbao van más allá y desaconsejan el uso de estas tecnologías hasta los 6 años. Igual lo recomienda el neurocientífico Michel Desmurget, director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia. Ambos alertan de cómo pueda afectar al desarrollo neuronal de niños y niñas un uso de pantallas habitual. Son solo unos pocos ejemplos. Al ser un fenómeno relativamente nuevo, vendrán más estudios, seguro.

Muchos de estos mensajes, además, yo los he visto colgados en carteles de la escuela infantil de mi hijo desde que tenía 6 meses. También en las puertas de la consulta pediátrica del centro de salud de mi barrio. Es decir, tampoco es algo que haya que ir buscando por los rincones de internet o de las librerías.

Paso a contar nuestra experiencia personal. Lo primero que me ha llamado la atención es que durante los últimos meses ha habido varios tipos de reacciones cuando yo he comentado aquello de “no, mi hijo es que no ve dibujos en la tele”. Hay gente que se queda muy sorprendida. “¿Ah, no?”, dicen. Otros que te dicen, volvemos al principio, “¿y cómo haces si tienes que… (lo que sea)”. Algunos, los más amigos, te dicen, medio en broma medio en serio que somos muy estrictos o que si es que queremos tener al niño en una cueva aislada del mundo. Por otro lado, recuerdo como una pedagoga a la que se lo contamos nos dijo: “enhorabuena, no es fácil”. Y sinceramente, no veo motivos para que nos felicitara.

Diré que durante los meses sin escuela del pasado año fuimos de los privilegiados que pudieron, no sin esfuerzo, compatibilizar sus horarios para siempre poder estar o su madre o yo con el niño. Y para ser honestos diré también que mi hijo, durante el confinamiento, vio algunos ratos, muy cortos, la televisión. Pero en este caso fue para poder ver los cuentos que le mandaban, contados por ellas mismas, sus educadoras de la escuela infantil. Es decir, las propias pedagogas en una situación excepcional lo vieron útil en ese caso. Y luego, claro, el tema de las videollamadas familiares en un año difícil para ver a sus abuelos.

Pero ya está. No sabe qué es La Patrulla Canina excepto porque tiene un balón con sus dibujos. No sabe quién es Peppa Pig salvo porque tiene unos puzzles de la serie. Lo mismo pasa con Mickey Mouse, Spiderman, Dora La Exploradora o quienes estén de moda ahora.

Nuestras alternativas a las pantallas son audiocuentos, que se pueden encontrar a decenas en internet, ponerle música, muchos cuentos y en definitiva, acompañarlo lo máximo posible jugando con él. Claro que requiere algunos sacrificios, como pasa en general con la crianza. Por ejemplo, renunciar a poner la televisión nosotros salvo cuando está durmiendo. No dudo de los elementos educativos que puedan tener algunos contenidos tecnológicos pero creo que queda claro que no me refiero en este texto a ninguno de ellos.

No hemos determinado aún cuándo, cómo y por qué comenzará nuestro hijo a usar este tipo de pantallas. Supongo que será algo que vendrá influenciado por los entornos y cuando él empiece a ser más consciente de lo que hay detrás de esos mundos tecnológicos. Pero de momento, así estamos. Sin sacar pecho de ello, sin creernos súper padres o súper madres pero creyendo que es lo mejor para él y no dejándonos de hacernos preguntas. ¿Se está perdiendo cosas importantes por no usar pantallas? Se queda para el debate.

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