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La ludopatía, la adicción que se extiende a la adolescencia: “Empecé a jugar al póker online con 14 años y a los 16 con la ruleta”

Los adolescentes entienden las apuestas como una actividad rentable para ganar dinero. / Pixabay

Rocío Niebla

13 de marzo de 2021 21:44 h

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El programador del teatro Alcázar de Plasencia, Juan Ramón Santos, cuenta que hará un año tuvieron una función para escolares llamada 'Ausencia' que versaba sobre la ludopatía. La asociación que lo organizaba, la Asociación para la Rehabilitación del Juego, le explicó que cada vez tenían más casos de jóvenes que acudían a pedir ayuda desesperada. Aquello se le quedó merodeando en la cabeza y poniendo atención al dato empezó a ver cada vez más publicidad de apuestas, cómo se multiplicaban las casas de juegos, y cómo hervían las polémicas sobre prohibirlas cerca de los centros escolares.

Juan Ramón Santos acaba de ganar el Premio Edebé a la novela infantil con El Club de las Cuatro Emes, en el que sus cuatro protagonistas deciden investigar qué le ocurre al dueño de la tienda de chuches y dan, después de pesquisas y extra de observación, con que el vendedor apuesta jugando y está arruinando a su familia. “La literatura entretiene, y las Cuatro Emes no deja de ser una novela detectivesca, pero también sirve para explicar a los niños y a las niñas los problemas sociales, el juego patológico cada vez es mayor y los adictos de menor edad”, explica el escritor y programador.

Las apuestas deportivas y, como dicen coloquialmente, “la rule(ta)” son juegos que tienen a miles de adolescentes enganchados. Bayta Díaz es psicóloga de Apal (Asociación para la prevención y ayuda al ludópata) y lleva diecisiete años dedicándose a la terapia y señala preocupada que cada vez los menores apuestan más, con apuestas más arriesgadas, se dejan más dinero del que tienen, creen tener el control que pierden, e incluso, aunque muchos se inician con amigos, acaban aislándose y abandonando las relaciones sociales: “El daño generado por la laxitud en las normas de acceso y la falta de vigilancia en los dispositivos, sobretodo electrónicos, ha generado que cantidad de menores accedan sin problemas al juego. Llegan a la asociación adolescentes de 18 que llevan muchos años apostando y jugando, y ya tienen la patología grave y serios problemas de deudas, legales e incluso por robo”.

La ansiedad y la angustia aparecen cuando no juegan, o cuando han perdido dinero y no tienen más para seguir jugando. Mayores de 18 años incluso llegan a entramparse con el banco pidiendo créditos para seguir apostando. Los menores piden dinero a los suyos. “Una conducta adictiva conlleva que va aumentando progresivamente hasta que ocupa la mayor parte del tiempo, tanto mental como temporal. Cada vez se necesita más hasta que ocupa todo. El juego acaba interfiriendo en otro tipo de actividades, conforme más juega menos rinde en el colegio o instituto, menos puede concentrarse, y peor hace el trabajo si es que tiene. El trastorno desplaza las necesidades, los intereses o responsabilidades. Con el juego online encontramos jóvenes que no duermen en toda la noche jugando”, asegura Bayta Díaz.

Terapia grupal

Santiago Caamaño pone cara y nombre propio a la ludopatía en la juventud: “El juego te lleva a los extremos. Yo estoy vivo de milagro porque intenté suicidarme tirándome con el coche por un acantilado. Tuve una recaída después de meses de rehabilitación, mi familia me estaba apoyando y esperanzada con mi rehabilitación, pero cuando recaí no veía salida”. Aunque lleva un par de años sin jugar, Santi sigue asistiendo a terapia grupal (ahora online) y tiene la guardia firme porque “mis recaídas han sido por un exceso de confianza. Lo controlo, es una vez y nada más. Estoy ayudando a otros ludópatas y confío en mí mismo. Eso hace que bajes la guardia y la cagues”. Santi es un activista de la cuestión, dice que ahora mismo tiene más de doscientos mensajes por contestar de jóvenes pidiéndole ayuda o explicándole sus experiencias. “Empecé a jugar con 14 años con el póker online y a los 16 empecé con la ruleta, a los 18 con las apuestas deportivas. Con 22 años tuve que pedir ayuda a mi familia porque tenía una deuda abismal que me comía. Empecé a rehabilitarme más para que me pagaran la deuda que por curarme”.

Santi cuenta que empezó a jugar “como quien empieza con el primer pitillo entre sus amigos, lo que se conoce como juego social. Lo hacíamos todos y yo acabé enganchado”. Desde los 16 años entraba sin problema en los salones: “Jugar era como un viaje. No te acuerdas de nada más, estaba como drogado. Pero cada vez necesitas más cantidad para mantener la misma sensación. Cada vez quieres más, más riesgo y más tiempo y más dinero. Mi cerebro sabe que es lo que más feliz me hace en el mundo, así que tengo que estar siempre alerta. Es una lucha constante, minuto a minuto, para no volver a jugar”. Cuando empezó su arduo camino por la rehabilitación, Santiago Caamaño no quería ir a terapias grupales, pero acabó yendo y asegura que es lo que le salva: “Te sientas con gente de tu edad con tu mismo problema, ayudas a otros, escuchas y no te sientes solo. Llevo seis años con las terapias conjuntas y me ayuda en este proceso tan duro”.

El hospital de Bellvitge (Barcelona) tiene una unidad potente de adicciones y juego patológico dentro del servicio de psiquiatría. Susana Jiménez es psicóloga clínica y la coordinadora de la unidad: “Atendemos a pacientes a partir de 14 años para tratamiento ambulatorio. Si necesitan ingreso hospitalario tienen que tener 18 años. Hay algunos ingresos por ludopatía porque en ocasiones el paciente puede tener ideas de suicidio o ha hecho algún intento. También pueden entrar en unas vorágines de juego que es imposible parar y pueden poner en riesgo su integridad, así que se ingresan”.

Jiménez afirma que los pacientes tienen síntomas muy reconocibles, como la mentira constante, o regular los estados emocionales negativos a través del juego, “escapan de la preocupación, del malestar, del estrés, de la depresión o de la ansiedad jugando y, además, tienen una real sensación de pérdida de control constante. Dependen de una conducta que, al principio, cuando empiezan, sí tiene gratificación y premio. Pero, a medida que avanza el trastorno, el componente placentero y positivo desaparece y deben jugar más y mayor para recuperar ese placer”.

Susana Jiménez nos habla del tratamiento, que trabaja el autocontrol: “El proceso de rehabilitación, si va todo bien, puede durar unos dos años y medio. Los primeros meses son terapias intensivas. Si el paciente está motivado por cambiar y tiene apoyo familiar, el tratamiento de primera elección es el grupal. El soporte del grupo, la cohesión y compartir el problema con los demás suele funcionar”. La psicóloga clínica considera que ante el problema lo transcendental es mucho diálogo familiar, comprensión y apoyo por parte de los miembros, y pedir ayuda profesional partiendo del médico de cabecera, que puede derivar a las unidades psiquiátricas de los hospitales.

El Ayuntamiento de Madrid está haciendo esfuerzos por concienciar y prevenir esta clase de conductas en adolescentes. Ana Álvarez es trabajadora social del Instituto de Adicciones de Madrid: “Desde agosto de 2020 hemos duplicado esfuerzos en cuatro distritos: Carabanchel, Latina, Tetuán y Usera. Los distritos con población más vulnerable y más casas de apuestas por metro cuadrado”. El programa Contrapartida trata de desenmascarar los juegos de azar y las apuestas de una manera desenfadada, clara y divulgativa. “Estamos en todas las redes sociales hablando el lenguaje de los adolescentes y haciendo trabajo de campo en institutos, asociaciones y polideportivos. Tenemos montado hasta un escape room con la problemática”. Ana Álvarez anima a ponerse en contacto con ellos (en la ciudad de Madrid hay siete Centros de Atención de Adicciones) a todos aquellos que, ya sea como familiar o como adictos, tengan dudas, necesiten psicólogos y terapeutas o información sobre cómo actuar.

“Cuando un ludópata ve una casa de apuestas ve la boca del lobo. La tentación con luces de colores. Por eso es tan importante que no se abran más, que no estén cerca de parques o institutos, que se acaben los anuncios, que pidan el DNI y cumplan los registros de acceso con las personas que piden que no se les dejen entrar. Hay pocas o ninguna opción de ocio y la adolescencia es una etapa muy complicada donde es tremendamente fácil entrar en la boca del lobo y quemarte”, concluye Santiago Caamaño.

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