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En primera persona Rocío Saiz, compositora, integrante de 'Las Chillers' y 'Monterrosa'

“No ser virgen”, “buena salud emocional” y otras condiciones que me hicieron no donar óvulos, aunque necesitaba el dinero

Un investigador analizar un óvulo.

Rocío Saiz

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Hace poco mis cuentas se quedaron a cero, bueno, más que a cero. Me bloquearon las tarjetas por impago. Soy una de esas personas que no han cobrado bien su ERTE en seis meses y a la que el personal del SEPE le respondía con un “es que estáis todos igual”. Cuando lo más cerca que estaba de cumplir un sueño era poder llegar a tiempo al descuento del cincuenta por ciento de los yogures caducados del DIA, después de haberme dejado una cantidad ingente de dinero en componer un disco, llegó una pandemia y fui de las seleccionadas para cruzar la pasarela y no cobrar bien el ERTE. Para más desgracias, mi ordenador había decidido no funcionar más y recordé cuando todas mis amigas habían decidido ir a donar óvulos para poder comprarse uno. Y digo amigas, porque no son una, ni dos, son muchas.

Así que me decidí a hacer lo que tenía que hacer. Pensé que somos la generación de tener que donar óvulos para poder comprarnos un ordenador para trabajar por cuenta ajena. Me armé de valor y me puse a ver cuáles eran las condiciones. Algunas de ellas os las detallo aquí:

Edad entre 18 y 30 años. Yo, que todavía pensaba que tenía una maleta llena de ilusiones por vivir, de viajes y experiencias que cumplir y, de repente, la sociedad ya me había expulsado por mi edad. Mi vida pasó por delante de mí en un minuto. ¿Había visitado todos los 'afters' que tenía que visitar antes de ser considerada ya vieja por el sistema?

Buena salud física y emocional. ¿Quién tiene una buena salud emocional en 2020? ¿Quién?

No ser virgen. Así, tal cual, sin más explicaciones. Esto atacó directamente a mi corazoncito de lesbiana. ¿Qué significa eso? ¿Este señor quiere saber si me ha penetrado el falo de un hombre? Porque, claro, la concepción de la virginidad es claramente una visión patriarcal de practicar sexo entre un hombre y una mujer. Ya directamente, ¿me quedaba fuera? ¿Si aceptaba estas condiciones me expulsarían por lesbiana? ¿Y si miento y digo que soy heterosexual? ¿Lo notaran? Mi cabeza no paraba de dar vueltas. ¿Cómo sabrían si era virgen? ¿Me harían la prueba del pañuelo? ¿Un test en Buzzfeed? (eso no falla nunca) Dejé de darle vueltas porque cada vez estaba más cerca del colapso gravitacional y el mercurio retrogrado no me ayudaría.

Después de mi interés en las condiciones adecuadas para vender partes de mi cuerpo, los anuncios no paraban de atacarme a todas horas. Hubo uno que me llamó la atención: “En (piiiiii) tenemos una misión muy importante que cumplir, y por eso, confiamos en ti. Chicas imparables, solidarias, generosas y responsables como tú son las únicas que pueden ayudar a muchas mujeres en España a cumplir el sueño de la maternidad. Tanto ellas como nosotras, contamos contigo”. Se me paralizó el corazón: CONTABAN CONMIGO. Esas palabras se taladraban en mi cabeza como un martillo imponente. Sentí una responsabilidad imperiosa de ayudar a todas esas mujeres, pero ¿y qué pasaba si no lo hacía?, ¿estaba siendo una mala persona?, ¿no estaba disponible cuando ellas me necesitaban?, ¿les estaba fallando?

Por otro lado, la mayoría de mis amigas lo habían hecho por dinero. Me preguntaba por qué recibía este mensaje con violencia, por qué sentía un ataque directo hacia mí y si no tenía ya una vida lo suficientemente triste como para sufrir este bombardeo. ¿Era necesario este chantaje emocional?, ¿había dejado de hacerlo por dinero y ahora lo hacía por una cuestión moral?

Estuve varios días analizando cada una de las palabras de este mensaje. Y, por fin, llegó lo que tanto esperaba. “Ayudamos a parejas de mujeres a cumplir el sueño de ser madres! Hasta el 31 de octubre pack de tres inseminaciones 990 euros”. Me sentí como si comprara un pack de esos de tres noches en Torrevieja o cuando ponían la oferta en pan Bimbo en tu Ahorramás más cercano. No sabía qué hacer, necesitaba el dinero, y, por otro lado, quería ayudar a mis compañeras, pero no veía claro que todo esto fuese un negocio limpio. No terminaba de fiarme y al final siempre he seguido mi intuición, como Shakira.

Elena me dejo todo bastante claro, la verdad: “Son quince días y atiborrarte a hormonas. Me dio rechazo ver el mercadeo y el nivel de pasta que mueve esa mierda”. “El discurso de mierda neoliberal que me dio la doctora que me atendió me resultó tan desagradable que abandoné la idea”, me dijo también mi amiga Mar. “Es un tratamiento súper agresivo. Nunca me volví a quedar igual, mi cuerpo nunca se recuperó. Me arrepiento mucho de haberlo hecho”, me contó mi compañera de trabajo.

Tenía que tomar una decisión, necesitaba mucho el dinero, pero me sentía, por un lado, como cuando buscas un vuelo a Londres y te saltan mil anuncios a la vez con más ofertas y, por otro, me preguntaba si estaba haciendo lo correcto. Si este era el mundo en el que quería que mis hijos viviesen, fuese o no la gestante de aquellos óvulos. A día de hoy no sé a ciencia cierta si hay algo oscuro o no, si me estaré equivocando o tengo demasiados prejuicios adquiridos, pero no he sido capaz de coger el sobre con dinero e irme.

Pero lo que sí tengo claro es que, haga lo que haga, seguiré siendo pobre, sin sueldos dignos, sin vivienda propia, sin ordenador propio y con un montón de anuncios machacándome para que traiga más personas a este mundo cuando no puedo ni mantenerme a mí misma.

Esta, la generación de las oportunidades y la liberación sexual.

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