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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Derecho a decidir? ¡Pero si ya lo disfrutamos!

Rufián no espera mucho del Gobierno pero aprueba a quienes hablan de dialogo

Javier Arteta

No sé yo si alguien recuerda que va a hacer cuarenta años que los vascos ejercieron su derecho a decidir. Y lo ejercieron al respaldar una Constitución en las urnas. Era una Constitución española, pero una abrumadora mayoría de vascos (el 70 por ciento de quienes utilizaron su derecho al voto) decidió que era también la suya, porque la realidad española no le era en absoluto ajena; y porque, además, quería una España diferente a la del franquismo.  

Tal vez esté contando una de tantas batallitas del abuelo pesado. Seguro que es así, pero no dejo de pensar que en un país que se precia de ser el más viejo de Europa (y tal vez del mundo) no está de más que se escuchen de vez en cuando las voces de los ancianos de la tribu. Aunque sólo sea para evitar que hoy se trabaje en balde, reclamando persistentemente un derecho a decidir del que hacemos uso con regularidad: el que nos trajo la democracia constitucional, y luego estatutaria, y permite a la ciudadanía elegir periódicamente a sus representantes.

Un derecho, pues, que hace muchos años que disfrutamos, aunque hubo que pelearlo con dureza, frente a una ETA que lo negó durante décadas por la vía del asesinato, de la amenaza, de la extorsión y de la persecución callejera a los que se oponían a su proyecto totalitario. Una persecución tan feroz, y tan consentida en amplios sectores sociales, que nadie se preocupaba entonces de organizar cadenetas en apoyo a que, por ejemplo, los socialistas de Rentería pudieran ejercer su derecho a decidir seguir siendo socialistas de Rentería y reunirse en una sede que no fuera quemada y destrozada cada dos por tres; o a que, por poner otro ejemplo, los libreros de Lagun, en San Sebastián, tuvieran asegurado su derecho a decidir seguir siendo libreros de Lagun, sin tener que marcharse de esa “zona nacional” que no les correspondía, y donde les quemaban periódicamente los libros, como antes lo hicieron los Guerrilleros de Cristo Rey.  

Conviene insistir en este pasado, ante la insistencia de quienes se empeñan en gestionar otro pasado imaginario: el que asegura, con un descaro digno de mejor causa, que los vascos rechazaron la Constitución; y el que confunde el derecho a decidir, básico en cualquier democracia, con el que los nacionalistas se arrogan para decidir por su cuenta qué es lo que la ciudadanía vasca tiene que decidir, que no es otra cosa que la autodeterminación y la independencia. Un imposible que muy poquitos se toman realmente en serio. Y, entre los que se lo toman de verdad, no creo que se encuentren los burukides del PNV. Aunque hay que reconocer que, en determinadas coyunturas, este reclamo le vale al partido de Ortuzar como banderín de enganche para tener movilizada a su afición. O para no perderla.

De ahí su apoyo unánime, aunque notoriamente blando, a las movilizaciones rituales que organiza Gure Esku Dago. Una vez más –y a la manera descuidada y rutinaria de los fieles en las misas de domingo-, los dirigentes del primer partido de Euskadi nos han recordado estos días que el derecho nacionalista a decidir es un clamor social que no puede ser desoído.  Un clamor atestiguado por esas multitudes que han ido abarrotando las urnas en las consultas de los fines de semana que la plataforma independentista suele convocar.

Tenemos, por ceñirnos a las más recientes, el caso de Llodio: con una abrumadora participación de casi un 15 % del censo electoral que se apiñó para votar un “sí a Euskadi” aprovechando el tirón del exlehendakari Juan José Ibarretxe. Datos como éste venían confirmando el ambientazo autodeterminista que se ha venido creando en el país para que nadie se llamara a engaño. ¿A quién podría extrañar entonces que el excursionismo nacionalista al completo copara las carreteras un domingo de junio, para reclamar con vigor renovado ese derecho a decidir que el Estado nos niega? ¡Y con el apoyo explícito, además, de sus representantes políticos e institucionales más destacados!

Aunque en el caso del PNV, lo justito, con el Lehendakari Urkullu y la parte nacionalista de su Gobierno fuera de tal exhibición de músculo popular, porque alguien tenía que hacer de “policía bueno” y conservar la moderación institucional que aconseja el deseo de conservar los sillones del poder hasta el fin de los tiempos. Que es, por otra parte, la aspiración nacional máxima del PNV.

Una aspiración que desmiente la veracidad de esos juegos florales autodeterministas con que nuestro partido-guía quiere adornar la eventual renovación del Estatuto hoy a debate. Es perfectamente consciente de que “su” derecho a decidir no va a colar. Tampoco se va a pelear por que llegue. Le basta con mantener el dogma.  Al fin y al cabo, es ese dogma y un pasado hecho a su medida lo que le permite al PNV seguir gobernando en el presente. Y, al menos de momento, le va de maravilla. ¿Por qué tendría que cambiar de estrategia?

 

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