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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera
Sobre este blog

eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.

La bici de Bea

La bici de Bea

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

Al terminar la reunión en el colegio mayor, repetimos el protocolo de seguridad de la vez anterior: salir por separado, dejando cinco minutos de intervalo para preservar la identidad de cada uno. Y otra vez lo incumplí: salí la primera alegando prisa, y me quedé detrás de la esquina más próxima para esperar al siguiente del grupo.

Vi salir a Bea, se quitó la careta nada más cruzar la puerta. Me pareció que era algo mayor que el resto, más de treinta años. Avanzó unos pasos hasta una farola, donde había una bicicleta encadenada, que soltó, así como una gran mochila verde que había dejado enganchada a la rueda trasera y que se colgó a la espalda. Consultó algo en su teléfono, montó y se alejó pedaleando.

Corrí hasta una estación de bicicletas de alquiler y saqué una. El motor de la bici me permitió coger velocidad y no perder de vista a Bea, que iba en dirección a Moncloa con su mochila de reparto a la espalda. La seguí varios minutos hasta que se detuvo en unos soportales junto a dos franquicias de comida rápida. La vi hablar con los riders que estaban allí esperando sus pedidos. Después echó a rodar de nuevo, y yo detrás. Repitió la operación en otros dos sitios donde también se concentraban riders por la proximidad de establecimientos, y en todos conversó con los demás ciclistas, que parecían conocerla, la saludaban con afecto y complicidad. Por el camino la vi entrar y salir de varios restaurantes y viviendas, repartiendo comida ella también.

En una de las pausas me llamó Elvira, la inspectora de policía, que había vuelto a hacerse cargo del caso:

-He oído que la pandilla se ha juntado otra vez.

-¿Sí? No sé cómo te enteraste, no he visto a vuestra soplona en la reunión.

-No, por lo visto la han apartado, dejó de ser de confianza. Sospechan que estaba pasando información al grupo para que tomasen precauciones. Incluso información interna del cuerpo, algo que le habrían filtrado desde un sindicato policial.

-Agentes dobles, esto se pone interesante –dije, pero vi que Bea cogía otra vez la bici, así que despedí la llamada y eché a pedalear detrás de Bea.

Pero la perdí de vista. Giré por varias calles, me acerqué a restaurantes de comida rápida, y no la encontré. Así que solté la bicicleta en una estación, abrí en el móvil la app de la plataforma, e hice un pedido rápido a una pizzería cercana, dando como dirección de entrega un portal de la calle donde estaba. Confiaba en que Bea siguiese por la zona y el algoritmo la eligiese a ella. Aproveché que salía un vecino y me metí en el portal.

Veinte minutos después la vi llegar y mirar el telefonillo, salí a su encuentro. Se quedó boquiabierta cuando abrí la puerta.

-Hola, Piraña –sonrió para disimular la sorpresa. Me quité la careta y le señalé un banco en la acera, donde podíamos sentarnos.

Mientras nos comíamos la pizza, María, que era su verdadero nombre, me contó su historia. Ella no era activista de nada, ni siquiera era una rider, todo aquello era una máscara que usaba para su verdadera actividad. O sea, que también ella era una infiltrada, me dije.

-En realidad soy inspectora.

-¿Otra policía en el grupo?

-No –rió-. Soy inspectora de trabajo.

Me contó que llevaba meses investigando a las plataformas de reparto de comida, entrevistándose con decenas de riders para demostrar lo que parecía obvio pero que no era tan sencillo de probar y que tuviese consecuencias legales: que son falsos autónomos, que tienen una relación laboral, que son trabajadores y no “colaboradores”, que la empresa les impone condiciones de servicio y tarifas, y que están a su total disposición, los penaliza con menos y peores repartos si no están siempre disponibles, rechazan algún pedido o entregan tarde. Su último paso en la investigación había sido convertirse ella misma en rider, para reunir en su propia experiencia las pruebas.

-Estoy preparando un expediente sancionador que va a hacerles mucha pupa.

Mientras, había declarado como testigo en un juicio después de que más de quinientos riders denunciasen a la empresa para la que trabajaban, y su testimonio había sido fundamental para ganar una sentencia favorable. Si la condena acababa siendo firme, la empresa tendría que pagar varios millones de euros en cotizaciones a la Seguridad Social. Y sentaría un precedente decisivo para otras denuncias.

-No soy la única infiltrada en plataformas. Sé de un par de sindicalistas que mientras pedalean están ayudando a que los repartidores se organicen. No era fácil, están en situación muy precaria, no son estudiantes sacándose un dinerillo para sus gastos, como intentan vendernos. Conozco gente mayor que yo, que se pasan el día y la noche pedaleando para sostener a sus familias. O inmigrantes que no tienen papeles y alquilan las cuentas de otros repartidores. Están todos tan apretados que se ven obligados a competir entre ellos, a hacer más repartos y más rápidos, para ser mejor puntuados en la aplicación y recibir mejores pedidos. Muchos van al límite, hay accidentes a diario. El nivel de explotación es muy bestia.

-¿Y también estás preparando una “acción”? –pregunté.

-Yo estaba ya ahí dentro, como inspectora y trabajando mano a mano con los sindicatos. Y entonces aparece el tal Chanquete, que quiere montar algo gordo contra la economía “colaborativa”. Me lo encargaron a mí, pero yo no puedo hacerlo, no debo implicarme tanto siendo funcionaria pública. Lo que sí puedo es aconsejar a otros trabajadores para que preparen ellos su “acción”. Y es lo que están haciendo algunos, aunque los sindicatos no lo ven claro. Desconfían de justicieros enmascarados que además son tan fáciles de infiltrar. Ellos van a lo clásico, que siempre funciona: están preparando la primera huelga estatal, y presentando demandas en los juzgados. Ya te digo yo que esta batalla la vamos a ganar. Y no es cosa de unos cuantos repartidores en bicicleta. Nos jugamos el modelo laboral del futuro. O lo frenamos ahora, o dentro de unos años la mayoría de trabajadores seréis “colaboradores”. ¿Me estás escuchando? ¿Carmela? ¡Carmela!

No, no la estaba escuchando porque acababa de recibir un SMS, el que acabaría siendo el SMS definitivo:

“Va siendo hora de que nos conozcamos, ¿no te parece? Te espero mañana en mi casa. Chanquete.”

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