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Sobre este blog

eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.

La chica de ayer

Capítulo 7

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

Un día cualquiera no sabes qué hora es

Te acuestas a mi lado sin saber por qué…

-Vale, ya la conozco. Es de Enrique Iglesias, ¿verdad?

Lo digo para provocar, sé de sobra que es de Antonio Vega y Nacha Pop, he oído mil veces la gloriosa historia de la Movida madrileña. Pero mi padre se rebota:

-Poca broma, que es el himno de mi generación. La música de un tiempo y un país.

Cada vez que suena, recuerdo la primera vez que la escuché, en el mítico “Concierto de Primavera” de la Complutense. Fue nuestro Woodstock: Alaska y los Pegamoides, los Secretos, Mamá, Nacha Pop…

Hago una rápida búsqueda en Google en mi móvil, que ya me conozco la memoria de mi padre:

-Venga ya, papá. El concierto ese fue en 1981. Tenías diez años…

-¿Seguro que fue en 1981? Pues yo juraría que estuve… No sé, igual fui con el abuelo.

-Sí, seguro. Y también le acompañaste a París en el 68, que me acuerdo cuando el abuelo juraba que había estado allí y en realidad estaba en la mili.

Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer

Jugando con las flores, en mi jardín.

-Cada generación tiene su mitología –se defiende mi padre–. A saber cuáles quedarán como vuestros hitos fundacionales. ¿Youtubers? ¿Instagramers?

-Vale, papá, pero la Movida esa vuestra está un poco… sobrevalorada, ¿no?

-¿La Movida? Qué dices. Fue una explosión de libertad y creatividad después de cuarenta años de dictadura. Ahora está de moda disparar contra ella, porque la vinculan con la Transición, que es el pim-pam-pún contra el que todos tiran. Yo el primero, eh, que hay mucho que criticar. Pero la Movida es otra cosa, no simplifiquemos. Es verdad que hubo mucho petardeo inofensivo, y algunos de entonces mira dónde han acabado. Pero también había gente muy valiosa, que marcó a las siguientes generaciones.

Mejor no le digo lo que me contó un día antes Alberto, el fotógrafo, mientras revelábamos las últimas fotos: según él, la Movida fue la marca de modernidad de la Transición, y más aún del PSOE y sus primeros ayuntamientos, sobre todo el madrileño, con Tierno Galván. Para Alberto, la Movida sirvió para neutralizar la muy activa contracultura de esos años –que además crecía fuera de Madrid–, favoreciendo con dinero público las propuestas más frívolas y despolitizadas, que ofrecían transgresión pero sin romper nada, y que darían brillo y color a la llegada a España del neoliberalismo. Años locos, años felices, años de metérnosla doblada, así dijo Alberto, cuyo discurso me sonó resentido, y algo conspiranoico.

No le digo nada a mi padre, mejor seguimos escuchando la canción, a ver si entre los dos encontramos alguna clave para continuar mi investigación.

La luz de la mañana entra en la habitación

Tus cabellos dorados parecen el sol

Luego por la noche al Penta a escuchar

Canciones que consiguen que te pueda a amar

-¿Qué ha dicho? –pregunto, detengo la canción.

-Canciones que consiguen que…

-No, no, antes de eso –vuelvo unos segundos atrás:

…parecen el sol

Luego por la noche al Penta a escuchar…

-Ahí, justo ahí, ¿qué dice? ¿“por la noche aprenda a escuchar”?

-No, “al Penta a escuchar”. El Penta es el bar mítico de aquellos años, en Malasaña.

Ahí estaba lo que buscaba, lo que me faltaba para completar la cita: en el último paquete me habían enviado una careta de Piraña, y una cita, para esa misma tarde, pero no el lugar, solo una referencia a “la chica de ayer”. ¿Me estaban citando en El Penta? Parecía encajar bien con todo ese jueguecito de referentes nostálgicos.

Allí me planté, y en su fiesta me colé. Porque justo esa tarde había una fiesta en El Penta. ¿Adivinan de qué era la fiesta? Bingo: una “fiesta de los ochenta”, a la que además había que ir disfrazado de “iconos de la mejor década de nuestra historia”.

Allí me planté, vestida yo también de icono ochentero. El bar estaba lleno de alaskas, brujas averías, almodóvares, y mucha cresta, maquillaje y hombreras. Ah, y uno de futbolista de la selección con las medias bajadas hasta los tobillos, con el que todos se hacían fotos.

¿Mi disfraz? Bueno, no tenía elección: iba de Piraña, con un pantalón corto, camiseta a rayas, un bocadillo en la mano, y la careta que me habían enviado. Y no, no había avisado antes a la inspectora Velasco, prefería averiguar yo por mi cuenta y evitar en lo posible el trato con la policía.

En el bar sonaban los grandes éxitos de los ochenta, por supuesto. Todos tarareaban estribillos. Una de los Secretos, cuando yo entré. Y los que con más intensidad la cantaban eran los más jóvenes, algunos de mi edad, embriagados de una nostalgia que no era suya.

Recorrí el bar sin saber qué buscaba, ni a quién. Pensaba que en cualquier momento empezaría otro show como el de Espinete, alguna acción de protesta por el estilo. ¿Aparecerían disfrazados de maderos antidisturbios y obreros metalúrgicos?

Hasta que alguien me tocó en el hombro. Me giré, y ¿a quién creéis que me encontré? A Javi y Pancho.

Dos tipos vestidos con pantalones cortos y camisetas apretadas, cada uno con una careta de cartulina. Uno la llevaba de Javi, el otro de Pancho.

-Ven con nosotros, Piraña –me dijo Pancho, hablándome muy fuerte al oído, que con la música no se oía nada.

Los seguí hacia los baños, y me hicieron pasar por una puerta a lo que parecía un almacén.

-¿Adónde vamos? –pregunté, pero no me respondieron.

Abrieron otra puerta que nos sacó bajo la escalera del portal de al lado, y de allí a la calle. En ese momento se detuvo un coche. Javi abrió la puerta y, cogiéndome del brazo, me hizo entrar. Se sentaron cada uno a un lado, yo en medio de los dos, como hacen los policías en las películas. La conductora nos miró por el retrovisor, llevaba también careta, en su caso de Julia. Arrancó con un acelerón.

-Perdonad que insista, ¿adónde vamos? –pregunté, de pronto asustada. Me había metido en un coche con tres desconocidos que iban disfrazados de Verano Azul, y no sabía a dónde me llevaban. Como no respondieron, protesté:

-Mirad, no sé de qué va todo esto, pero ya no me hace gracia, quiero bajarme…

Fui a quitarme la careta, pero Javi me sujetó la mano. Me giré hacia él, su sonrisa de cartón, esa cara de niñato rubio que no sé cómo pudo enamorar a la generación de mi madre.

Toda la respuesta que conseguí fue que los tres se pusiesen a silbar. No hace falta que os cuente qué famosa sintonía de serie televisiva fueron silbando durante todo el camino.

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