Ahora toca luz
“Siempre hay luz. Si somos suficientemente valientes para verla. Si somos suficientemente valientes para serla”. Eso recitaba en la toma de posesión de Joe Biden la poeta Amanda Gorman, de 22 años, recién graduada de Harvard y premiada con los máximos honores literarios desde que tenía 16. Con energía, con una sonrisa, con sus propios sueños sobre tal vez ser presidenta un día.
Gorman pronunciaba sus palabras en la misma escalinata donde justo dos semanas antes una turba de seguidores del anterior presidente -la mayoría hombres blancos, la mayoría mucho mayores que ella- rompía ventanas, apaleaba a un policía con un mástil y ondeaba la bandera confederada, símbolo del sur que se rebeló para mantener la esclavitud.
El contraste no podía ser más llamativo y a la vez más coherente con Estados Unidos, el país de extremos impredecibles, capaz de la excelencia y la violencia, la luz y la oscuridad, casi al unísono. El cinismo inherente europeo nos impide a menudo entender sus símbolos y sus comportamientos y encajar en nuestros estereotipos su mezcla de libertad y fe religiosa, individualismo orgulloso y devoción por el espacio público, brutalidad egoísta y atención cuidadosa por el detalle.
Pase lo que pase en los próximos cuatro años, persistirán problemas profundos de desigualdad, frustración y pozos negros de desinformación sin fondo que también han llegado a España… No, chalado/a/bot de Twitter, Joe Biden no es un pedófilo por muchas fotos que me mandes abrazando a los hijos de los senadores durante la sesión inaugural del Congreso en la que estaba todos los años o algunas de las falsas que corren por algún foro de mentiras malintencionadas… Y no, Kamala Harris no le debe toda su carrera a un político local con el que estuvo emparejada unos meses hace casi 30 años cuando el tipo ni siquiera había llegado a alcalde.
Pero una de las fuerzas que arrastran a un país tan grande y complejo como Estados Unidos es un instinto que mezcla la supervivencia, la superación y el triunfalismo y que funciona a menudo para bien y para mal. Los americanos quieren estar en el lado de los ganadores.
De vez en cuando recuerdo a una mujer en Little Havana, en Miami, que me contaba años después de la primera victoria de Obama en las presidenciales cómo le había “fastidiado” no haberle votado porque había ganado. No pensaba en la utilidad de su voto sino en no haber tenido desde el principio ese honor personal de haber apostado por el ganador. También recuerdo cómo en la toma de posesión de 2017, había muchas mujeres jóvenes, estudiantes y poco interesadas en la política que no habían votado por el candidato republicano pero que estaban allí para ver la fiesta y apoyarle en su triunfo.
Los estadounidenses se dejan arrastrar por la ola de la victoria vaya adonde vaya. Y esta vez parece que toca luz.
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