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Escenario de peligro democrático

La candidata de Vox a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, interviene en un acto público de Vox, a 23 de abril de 2021, en Parla

Elisa Beni

24 de abril de 2021 22:43 h

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“La virtud es un término medio, pero con respecto a lo mejor y al bien es un extremo”

Aristóteles. Ética a Nicómaco 

Siempre hemos sabido que la democracia lleva intrínsecamente en su seno los principios que permitirían destruirla. Desde que se fijaron los principios de la sociedad abierta, Popper ya formuló esta paradoja con la que nos topamos hoy, con una gravedad que ya no esperábamos. La paradoja de la tolerancia. Muchos no saben cómo se llama ni cómo fue formulada, pero la notan en sus carnes en estos días. La paradoja se torna problema ético y social, político y privado. “La tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia (…) Si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes el resultado será la destrucción de los tolerantes y, por tanto, de la tolerancia”. 

La sociedad española se acaba de dar de bruces con la paradoja y algunos, partidos incluidos, siguen mirando para otro lado como si no fuera con ellos. 

La democracia no militante debe permitir el discurso de la intolerancia e incluso el de la intolerancia democrática. ¿Hasta qué punto? Popper responde que sólo “mientras podamos contrarrestarla mediante argumentos racionales y mantenerla en jaque en la opinión pública”. Hacerlo antes sería en su opinión poco prudente y contraproducente; hacerlo demasiado tarde, una catástrofe que acabaría con nuestro sistema democrático de vida. 

¿Hemos llegado ya a ese estado de excepcionalidad democrática que exija tomar posicionamientos que quiebren la paradoja? 

Yo les digo: sí. 

Ahí estriba la gravedad del momento que vivimos y que apela directamente a políticos demócratas, partidos, periodistas, corporaciones, empresas, sociedad civil y ciudadanos de la sociedad abierta y tolerante. 

Nos hemos dado de bruces con la paradoja de la tolerancia y ésta ha fracturado la campaña de unas elecciones, ha destrozado los debates previstos y afecta a todo el contexto de la política española. De la posición que los actores de la esfera pública y privada adopten dependerá nuestro futuro democrático. Lo sucedido en estos días ha supuesto un salto cualitativo que no admite banalización alguna. O si la admite, tendrá un precio que estoy segura que no queremos pagar. 

Rebobino. Olvídense de los nombres. Olvídense de nuestras controversias políticas. La gravedad de lo que nos acaece no puede parar mientes en tales minucias. Es una emergencia y nos compete a todos. 

El envío de cartas con amenazas de muerte a un miembro del Gobierno, al máximo representante de un cuerpo policial armado y a un candidato a unas elecciones no tiene comparación en nuestro país sino con lo que todos ustedes piensan. Amenazas condicionales por correo. Cumplen todo el tipo del 169 agravado y, evidentemente, se han realizado con la advertencia clara de que podrían cumplirse: la munición. De 3 a 5 años de prisión para el autor o autores. Nada comparable a un desorden público o a una contramanifestación. Amagar con eso es ya un craso error o una degeneración. 

Han amenazado a políticos demócratas por hacer política en democracia. La gravedad es aterradora. Da igual cómo se llamen o de qué partido sean. Nos han amenazado a todos. No es una anécdota. Todo ello se enmarca en un escenario más amplio. Disparos a fotografías del Gobierno. Un chat de militares que fusilan. Las “simpáticas” efemérides fascistas en las academias militares. Los actos autorizados de ensalzamiento nazi y odio antisemita.

Hay un escenario conjunto de peligro. Hemos topado con la paradoja de Popper. 

Y entonces llegó ella. Banalizando las amenazas. Llegó a reventar un debate con esa voz insoportable y que machaca: “Lárguese, lárguese, no le queremos aquí”. Ese soniquete que resuena desde hace tiempo por redes y debates: “fuera, fuera de España si no piensas como yo”, pero que esta vez se dirige a un adversario político en el mismo marco de un debate electoral, en el mismo marco del ejercicio democrático. Y sin gobernar. Imaginen. Ya no cabe callar para no darles protagonismo o para no darles lo que buscan. Ya no. 

Tarde llegó la salida de los otros candidatos, que debieron irse junto a Iglesias. Tarde llegó la reacción de la moderadora, que nunca debió consentir que una fascista le usurpara el lugar, que tomara el mando, que la insultara y provocara. Nada de eso se consiente habitualmente en un medio de comunicación. Un micrófono se cierra por cosas menos graves. ABC, CBS, y NBC y Univisión abandonaron un discurso de Trump cuando hizo acusaciones infundadas de que le estaban robando las elecciones. Le cerraron el micro.

Ha llegado también el tiempo de los periodistas. 

Con los intolerantes y los totalitarios no habrá periodismo. 

Todos los periodistas bien formados sabemos, a todos nos lo han enseñado, que nuestro papel nunca ha sido ninguna supuesta imparcialidad. Imparciales son los jueces en lo que atañe a las partes del proceso. Los periodistas somos parciales respecto a la verdad, a la tolerancia, a la democracia, al respeto a las reglas del juego. No estamos en medio respecto al bien y a lo mejor. Debemos ser plenamente aristotélicos. No estamos en medio cuando la disyuntiva es democracia o totalitarismo. Entre el bien y el mal no hay equidistancia. Entre el mantenimiento de la democracia y la destrucción de sus principios, tampoco. 

Compañeros, no os embosquéis en tal falacia. Habla mal de vuestra profesionalidad y también de vuestra ciudadanía y vuestra honradez. Valorar, ponderar, jerarquizar, diferenciar forma parte de nuestro más básico bagaje profesional. Está en nuestras manos mantener limpio el espacio de opinión pública y ya tenemos bastante que penar por aquellas tentaciones a las que sucumbimos y que han coadyuvado, sin duda, a que hayamos llegado a una pantalla que nadie deseaba. 

No, no hay ningún signo real de que Podemos atente contra los principios democráticos o contra los derechos fundamentales. Sí, hay muchas evidencias de que Vox es contraria a muchas de las ideas que sirven de argamasa a la convivencia entre los españoles.

También atañe a las empresas esta encrucijada histórica. A las periodísticas, desde luego. Desde su libertad para establecer su línea editorial, la zona roja empieza donde empieza la paradoja. Nada que se salga de las normas básicas de convivencia adoptadas mayoritariamente por la sociedad es de recibo. No jueguen a insuflar aire al fuego de la intolerancia, porque su negocio sería el primero en arder. 

Nadie se larga por sus ideas. 

Todos nos quedamos a coexistir en el juego democrático. 

No sé si vieron alguna vez una vieja pintada, pringada de mugre y de polvo ferroviario que se veía aún en los ochenta en un muro de ladrillo a la entrada de Atocha y que rezaba:

 “Vótanos para que no tengas que volver a votar. Fuerza Nueva”

Es en lo único que no engañan. 

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