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El poder de José Andrés

Un grupo de palestinos alrededor de un coche de World Central Kitchen alcanzado por un misil en Deir Al-Balah, Gaza.

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El chef José Andrés suele explicar bien por qué cocinar en los lugares que sufren las peores crisis es mucho más que una ayuda a la supervivencia. La idea de su ONG World Central Kitchen es que una comida recién preparada con ingredientes y gustos locales para alguien que sufre un huracán, un terremoto, una pandemia o la guerra también “sirve para recordar que esa persona no está sola, que alguien está pensando en ella y a que a alguien le importa”. 

En Gaza, World Central Kitchen estaba en proceso de transportar 400 toneladas de comida y utensilios de cocina cuando un ataque israelí mató a siete de trabajadores que llevaban ayuda. Ya habían montado cocinas donde preparaban platos de mujadara, una receta tradicional de Oriente Próximo que consiste en arroz especiado, lentejas y cebollas caramelizadas. La organización ya había servido millones de comidas, que se preparaban ahora en 68 cocinas comunitarias con cocineros palestinos ayudados por su personal. 

Ésta era su misión más peligrosa, pero tenía en común lo básico con las de Haití, Puerto Rico, La Palma, Pakistán, Texas o Ucrania: el apego a lo concreto como forma de ayuda inmediata, personal y tangible. Dar bien de comer a alguien, dentro de lo que permiten las circunstancias más atroces, es para José Andrés una forma de respeto. 

En un artículo de opinión en el New York Times, el chef y filántropo recuerda que la comida es un símbolo que une también en Oriente Próximo: “En este momento especial del año, los cristianos hacen huevos de Pascua, los musulmanes comen un huevo en el iftar y hay un huevo en el plato de la Pascua judía. Este símbolo de la vida y la esperanza renacidas en primavera se extiende alrededor de religiones y culturas”, escribe Andrés, que dice que “alimentar a los extraños” es una señal de fuerza. En este artículo, sus críticas a Netanyahu por matar de hambre a los gazatíes, arrasar sus casas y despreciar las muertes de civiles y voluntarios tienen más peso e influencia que las de muchos políticos. 

José Andrés, que ha construido un imperio culinario en Washington después de más de 30 años trabajando en Estados Unidos, es ahora probablemente el español más célebre e influyente del mundo. El periodista Michael Schaffer, de Politico, lo describe como “líder de pensamiento, icono humanitario y santo secular para la capital de la nación”. Nancy Pelosi, líder demócrata durante décadas, le propuso para el Nobel de la Paz. Sólo si has vivido en Estados Unidos sabes la potencia que tiene su nombre como punto de unión incluso en tiempos de división partidista sobre todas las cosas de la vida cotidiana.

El presidente Joe Biden, que lo describe como un “amigo”, le llamó el martes para darle apoyo y después hizo una declaración criticando al Gobierno de Netanyahu. Este jueves, Biden llamó al presidente israelí y le amenazó con retirarle el apoyo si no toma “acciones inmediatas”, “concretas” y “medibles” para proteger a civiles y trabajadores humanitarios en una llamada que la Casa Blanca describió como “tensa”. Varios altos cargos del Gobierno de Biden hablaron de que el ataque muestra una vez más el desdén de Netanyahu hacia los civiles y dijeron desconfiar de cualquier investigación de su Ejército: “Tres ataques a tres coches seguidos no es un accidente. No somos idiotas”, dijo un representante de EEUU.

Ya hay más de 30.000 civiles muertos en Gaza desde octubre, la mayoría mujeres y niños, según los datos del Gobierno de la Franja. Al menos 203 son trabajadores humanitarios, según un grupo estadounidense independiente que se dedica a recoger y confirmar información pública en zonas en conflicto. La mayoría son palestinos, aunque se estima que también han muerto dos decenas de trabajadores humanitarios estadounidenses. World Central Kitchen tampoco es la primera ONG estadounidense que ha sufrido el ataque israelí. A principios de marzo, un trabajador de la ONG Anera murió en circunstancias casi idénticas, bajo las bombas israelíes, en un ruta designada como segura para la ayuda humanitaria y después de haberse coordinado con las autoridades israelíes sobre sus desplazamientos, según explicó la organización.

Pero la voz de José Andrés tiene una fuerza como ninguna otra en Estados Unidos. Se lleva mejor con demócratas que con republicanos, pero siempre ha dicho que si se presentara a un cargo político lo haría como independiente. Su discusión más política y pública hasta ahora había sido con Donald Trump por su demonización de los inmigrantes, pero siempre ha intentado mantenerse como un símbolo de concordia apartidista. 

En su artículo, recuerda al Gobierno de Netanyahu que también ha alimentado a los israelíes desplazados y que allí estaba su equipo para ofrecer comidas a los familiares de rehenes y asesinados por Hamás cuando lo necesitaron. Siempre pidió el alto el fuego y suplicó que Israel permitiera la entrada de comida, pero ahora acusa a Israel de atacar “de manera sistemática” a trabajadores humanitarios, como dijo en una entrevista a Reuters.

Este ataque israelí ya está teniendo un efecto distinto a otros. Más allá de su utilización partidista, la empatía selectiva es una tendencia humana, que sucede por cercanía física o conexión personal. En elDiario.es hemos contado sin cesar el sufrimiento de trabajadores humanitarios, pero la historia del ataque contra los de la ONG de José Andrés la han leído ustedes más que las demás. 

Los detalles mueven conciencias, y esos son los que cuesta conseguir en la guerra de Gaza donde las autoridades de Israel y de Egipto no permiten la entrada de periodistas, que saben bien que entrarían a jugarse la vida. En esta ocasión hay muchos detalles, por las historias que cuenta World Central Kitchen de personas como Zomi, la australiana de 43 años que vemos en un vídeo repartiendo naranjas y bailando con niños en las calles de Dayton, Ohio, o Damian, el polaco de 35 años, que ya ayudó en la frontera ucraniana, al lado de su ciudad natal, Przemysl. También importa la reconstrucción del diario israelí Haarezt y del medio de investigación Bellingcat de cómo fueron perseguidos los trabajadores, en la ruta más segura y coordinada con las autoridades israelíes. 

Las historias concretas se entienden y se recuerdan mejor que el horror colectivo. También en Ucrania se sigue recordando más la matanza rusa de Bucha o el ataque contra el teatro de Mariupol pese a las bombas, torturas y secuestros del ejército ruso que vinieron antes y después. Y tal vez nos tocó más la muerte de Victoria Amelina, la escritora ucraniana, porque estaba el escritor colombiano Héctor Abad junto a ella en aquella pizzería de Kramatorsk para contar los detalles. 

La clave ahora es si esta nueva ola de empatía e indignación sirven para algo en Gaza. En Estados Unidos, Biden lleva meses harto de Netanyahu y crece la presión desde su propio gobierno y su propio partido para que, más allá de las palabras críticas de poco efecto, deje de mandar armas a Israel. Y lo mismo está pasando en el Reino Unido, de donde eran tres de los trabajadores muertos. Hasta diputados conservadores están pidiendo al Gobierno de Rishi Sunak que deje de armar a Israel mientras Netanyahu sigue desoyendo todas las condenas y quejas públicas y privadas, incluidas las del ministro de Exteriores británico, David Cameron, en términos muy parecidos a los que utiliza el presidente Pedro Sánchez.

Siempre hace falta una gota para colmar el vaso, aunque ya esté lleno de muchos horrores igualmente indignantes, inaceptables y penalmente punibles. Tal vez ésta sea la gota. 

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