Rupert Murdoch, la peste que vino del sol
Pocas son las reseñas de Succession que omitieron la referencia al rey Lear de Shakespeare; en España podrían haber recurrido a Goya y traer a escena a Saturno devorando a sus hijos, pero quizás es ir muy lejos. Aunque no tanto: la serie está cerca del esperpento, como pensaría Max Estrella. Succession tiene poco de tragedi, pero sí alguna de las caras de ese poliedro que es Rupert Murdoch en el espejo del patriarca Logan Roy interpretado con genio por Brian Cox. Una de ellas es cuando sostiene que la ley son personas, las personas son política, y Logan, enfatiza: “yo sé manejar a las personas”. Ese es Rupert.
Aunque Murdoch es el gran narrador de este tiempo, omnipresente (como el sol: aunque no lo veamos él siempre está), el enigma de su perfil pide atención porque el puzle no se arma con facilidad. Hoy, que proyecta el mundo de Trump, nadie lo imagina setenta años atrás agitando Oxford donde era conocido como Rupe el Rojo (Rupe Red). Con veinte años fue un agitador marxista que exhibía un busto de Lenin en su cuarto del campus, identificación que no le eximía de ser tratado como un colono, trato despectivo que también sufrió en la Geelong Grammar School de su Australia natal por no ser un descendiente de la aristocracia local. Sin la necesidad de caer en un psicoanálisis de sobremesa, es evidente que son marcas que forman el carácter con la piel gruesa de alguien que levantará, años después, un imperio al que, como el de su majestad, bañan hoy todos los mares.
La juvenil revolución portátil se interrumpe por la imprevista muerte del padre y el joven Rupert vuelve a casa para hacerse cargo del negocio doméstico. No le costó demasiado esfuerzo convertir esa plataforma de medios familiar en un negocio de grandes dimensiones. Ese es el punto de partida para conquistar el Reino Unido donde vuelve a sentir que Oceanía es el patio trasero de Belgravia (un continente colonial no tiene más valor que una manzana al suroeste de Buckingham). Tampoco fue muy distinto al principio en Estados Unidos, donde en Georgetown lo recibían no con poca distancia. En ambos casos, conseguirá, con el tiempo, una inversión copernicana: todos comenzarán a girar en torno al rey Sol, como le llamó Andrew Neil, el editor del Sunday Times en los años ochenta. Murdoch o la sombra.
Su primer golpe en Londres lo da al ganar una puja de titanes, entre él y el magnate Robert Maxwell, por el tabloide News of the World. Con los años, este medio conseguiría no tumbarlo pero sí ponerlo contra las cuerdas. Al poco tiempo, adquiere la joya de la corona: The Sun con el que cambia no solo el modelo mediático del Reino Unido sino algo impensable entonces: crea la prensa populista de la posverdad cuya mayor cota es la cadena americana Fox, columna vertebral de comunicación del mensaje político de Trump.
The Sun, si bien siempre fue un tabloide, se inicia apoyando el laborismo, oponiéndose a la pena capital y pidiendo la integración con Europa. Poco a poco, Murdoch gira y se acerca a Margaret Thatcher, como haría después con Ronald Regan; The Sun también muta y bajo el eslogan «The Sun no tiene afiliación política», crea la famosa página tres con una mujer joven desnuda todos los días, se convierte en un medio racista, homófobo, lleno de noticias falsas y desprecio sin medias tintas por la familia real. The Sun y News of the World consiguen cambiar el Reino Unido: a peor. Christopher Hitchens calificó este proceso como «la sustitución del periodismo sensacionalista por el periodismo de alcantarilla». El escritor Richard Cooke afirma que, en lugar de rechazar este tipo de acusaciones, Murdoch se regodeaba en ellas. El goce del colono.
Elizabeth se ve obligada a seguir comprando el Earl Grey en Harrods a pesar de que la tienda pasa a ser propiedad de Mohamed Al-Fayed y a continuar con la lectura diaria del Times cuando esta cabecera y la del Sunday Times caen también en manos extrañas, las de Murdoch. Malos tiempos en palacio pero excelentes en Downing Street, donde Maggie Thatcher le ayudaba a destruir los sindicatos de la prensa y crecer al tiempo que Rupert cebaba el hambre de los mineros.
A todo esto, llega Tony Blair y The Sun le apoya. ¿Es el regreso de Rupe el Rojo? Lejos de volver al pasado, Rupert se escapa hacia el futuro y cuando Blair hace mutis por el foro y las armas de destrucción masiva seguían siendo una amenaza en los medios de Murdoch, Margaret Thatcher decía a quien la quisiera oír que la joya de su legado era, precisamente, Anthony Blair. Es entonces cuando muchos se dan cuenta de que Murdoch estaba tan a la derecha que le perdían de vista. Lógico. Estaba ya montando el imperio en Estados Unidos.
El escándalo más grave al que se enfrentó Murdoch fue el de la caída del tabloide News of the World, medio que había montado una red de escuchas que incluía a la familia real británica, ministros, políticos, actores, famosos e incluso una niña secuestrada. Todo el Reino Unido al aparato. Murdoch tuvo que declarar en el Parlamento donde le recibieron arrojándole una tarta en la cara y, obvio, tuvo que cerrar el periódico. Pero, mientras tanto, en Ciudad Gótica se hacía con The Wall Street Jornal y sentaba las bases de su gran plataforma del populismo del siglo XXI: la cadena Fox, una propaladora audiovisual que, llena de falsedad y agravios, convierte en naif la televisión de Berlusconi y una auténtica arma de distracción masiva para desmontar el sistema democrático.
Hasta The Economist, uno de los pocos medios de referencia que quedan en el Reino Unido, fue alcanzado por la infección de Murdoch cuando no reprimió la posibilidad de dar cuenta del affaire sentimental de Blair con Wendi Meng, la mujer de Murdoch, quien, claro está, dejó de serlo y Blair perdió su puesto de asesor con el marido. Por cierto, el mismo que ocupa Aznar desde hace veinte años. Cuando Aznar toca temas geopolíticos hay que pensar que habla por boca de Rupert al igual que tantos otros que están en nómina. Steve Bannon, en una larga entrevista con el Financial Times, arremetió contra Murdoch por alentar desde Fox la guerra de Estados Unidos con Irán “repitiendo el guion de Irak (...) independientemente de lo que Murdoch y Bibi [Netanyahu] quieran que pienses, Trump ha acabado con el programa nuclear iraní». Aznar se preguntaba, en un foro organizado por FAES: ”¿Oriente medio sería mejor con un Irán nuclear?“.
A pesar de que la madre de Murdoch murió con 103 años y él apenas tiene poco más de noventa, se ha asegurado que el imperio sea presidido por su hijo Lachlan. Esto le ha costado cederle miles de millones a cada uno de los demás descendientes en una negociación eterna que al final cerró. Esta sucesión demuestra que cuando jugar duro no resuelve sus problemas, tirar el dinero los hace desaparecer. Lo consiguió y disolvió su principal temor: que existiera una mínima posibilidad de que todo cayera bajo el control de James, su hijo progresista. Lachlan sale al padre. ¿Conseguirá mantener el imperio? Tendría que tener la misma pulsión que Rupert. Siempre se ha creído que era un político frustrado. No parece ser eso. Murdoch piensa que los políticos son como los actores para Hitchcock: ganado. Como dijo su alter ego, Logan Roy: “sé manejar a las personas” y ellas le dan lo único que de verdad lo sacia: poder.
Murdoch siempre deja todo atado. A nosotros también. Porque a pesar de que esta historia solo se puede contar desde el esperpento, Lear vuelve una y otra vez. Quienes lo mencionaban a propósito de Succession no reparaban en el hecho de que en la serie hay un personaje ausente: Cordelia, la única hija leal de Lear que mal acaba, como es natural. ¿Dónde está Cordelia en la historia de Murdoch? Aquí. Somos nosotros: estamos del otro lado de la pantalla. En la sombra.
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