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Acuerdos de la Villa: ¿pacto o rendición?

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La actualidad política de la ciudad de Madrid lleva unos días girando alrededor de los llamados Pactos de la Villa. En una política saturada de formas, relatos, marcos y discursos, se destaca como hecho político relevante que los cinco partidos con presencia en el Ayuntamiento (PP, Cs, Vox, PSOE y MM) han sido capaces de “superar sus diferencias” y alcanzar un gran pacto en “interés de los madrileños”, elevando a José Luis Martínez-Almeida a la categoría de “cara amable de la derecha”, perfectamente complementaria con la guerra permanente ideológica de Díaz Ayuso, en una reedición del tandem Gallardón-Aguirre. Del contenido de los acuerdos sabemos menos. Se habla menos.

Partidarios y detractores han señalado algunos elementos. Los primeros hablan de la tarjeta social (de incierta financiación a medio plazo con la estructura de ingresos del Ayuntamiento) o de las peatonalizaciones. Los segundos, de la absoluta ignorancia para con las organizaciones vecinales o la ausencia de cualquier política de género (peaje pagado por Martínez- Almeida, con alegría, a sus aliados de Vox). Sin embargo, más que las significadas ausencias, lo que más preocupa de una lectura sosegada del contenido de los pactos es algo que está expresamente en los mismos: la implementación del modelo de crecimiento económico del Partido Popular.

Sabemos cuál es. El Partido Popular es muy bueno buscando soluciones. El problema es que siempre encuentra la misma y es errónea: el ladrillo. ¿Que tenemos juzgados saturados? Construimos una Ciudad de la Justicia aunque en 20 años no se haya hecho un juicio. ¿Que tenemos listas de espera? Construimos 11 hospitales aunque como resultado tengamos menos camas ¿Problemas de movilidad? Radiales por las que nadie circula ¿Desequilibrio territorial? Aeropuertos sin aviones… La lista podría seguir

Se genera a corto plazo empleo (inestable), pero sobre todo negocio para las grandes constructoras. No sabemos si luego pasan por caja de alguna fundación amiga para financiar la campaña de alguien. Pero tenemos ciudades invivibles, ecocidas y con orientación de la inversión a la especulación urbanística. Hinchar una, dos, cien burbujas.

Quienes realizamos actividad política en la Comunidad de Madrid sabemos cuál era el plan del PP. Dos medidas urgentes: venta de parcelas de suelo público (probablemente contraviniendo la Ley del Suelo) y una reforma legislativa exprés que sustituya las licencias urbanísticas por declaraciones responsables (esto es, limitar los controles a la edificación, cambiándolos por un control ex-post sobre empresas, en muchos casos, constituidas ad hoc para el proyecto y de difícil seguimiento y responsabilidad).

Toda la inversión productiva que se retrae de otras actividades es orientada a la construcción o compra de lo construido en espera de revalorización. Ni rastro de iniciativas que busquen reorientar la inversión a sectores de alto valor añadido, donde el desarrollo económico sustituya al crecimiento inestable e inflacionario. La inexistencia del Impuesto del Patrimonio en la Comunidad de Madrid es una invitación a que, en tiempos de incertidumbre, los recursos económicos de la actividad productiva se metan al ladrillo (sí, incentivamos a acumular en vez de invertir). Eso infla los precios, genera suculentas ganancias hasta que la cosa no da más de sí y la burbuja estalla. ¿Qué hacemos cuando eso ocurre? Liberalizamos más suelo, construimos más y vuelta a empezar. Hasta que no dé más de sí. Cuando hayamos construido el último metro cuadrado nos daremos cuenta de que los ladrillos ni se comen ni generan riqueza.

Que esta sea la política del tripartito Pimpinela que gobierna la Comunidad de Madrid (hacen como que discuten, pero son hermanos) no nos debería sorprender. El modelo es tanto de Vox, como del PP como de Cs. Pero la voluntad de Martínez- Almeida de aparecer como conciliador y pactista nos hacía albergar alguna esperanza de que el Ayuntamiento no echara más carne en el asador. Bueno, algunos no la albergábamos, pero supongo que éramos los cenizos de siempre.

Porque, en los pactos de la Villa el modelo está negro sobre blanco. El suelo público de la Empresa Municipal Vivienda y Suelo que tenga destino dotacional podrá ser modificado para vivienda. Claro, los colegios y los centros de salud no son rentables cuando pasa el periodo de protección. La vivienda sí. Que tengamos barrios de protección sin dotaciones importa menos que los beneficios de las constructoras. Porque la vivienda protegida no la construirá la EMVS, sino también promotoras privadas.

No se vende suelo público, esto es cierto (demasiado expreso sería) pero se prevé la cesión de derecho de superficie por 75 años, de nuevo para la construcción de vivienda en régimen de alquiler. Estas ya no protegidas. Aquí sí que más madera para el impacto del suelo que la Comunidad de Madrid va a poner en el mercado. Las constructoras superficiarias gestionarán las viviendas. Y aquí el pacto dice “alquileres baratos”, que no sabemos lo que es porque no es un término legal.

Expresamente aparece el paradigma de la sustitución de las licencias por declaraciones responsables, que estamos combatiendo en la Comunidad. Y vemos cómo se plantea un incremento de la edificabilidad para “hacer atractiva la rehabilitación para promotores privados” (aquí sin esconder nada, total para qué).

La música de fondo haría pensar que nos encontramos ante un problema serio de vivienda en la Comunidad de Madrid. Pero ese problema no se soluciona con la “magia del ladrillo”. Más del 10% de las viviendas de Madrid están vacías. Rentistas que no tienen que abonar Impuesto del Patrimonio tienen más incentivos a esperar la hinchazón de la burbuja frente a poner las viviendas en el mercado. Su movilización tendría un impacto, al menos, tan decisivo en el precio de las viviendas como la construcción desaforada. Eso sí, sin el beneficio para las constructoras y sin atraer inversiones a las burbujas que compensan el incremento de oferta.

El propio pacto reconoce la existencia de este problema, entiendo que por presiones de la oposición municipal, pero las medidas de movilización de la vivienda vacía son inconcretas y sin recursos ni modificaciones del modelo tributario (¿IBI viviendas vacias? Jamás se supo). Mientras tanto, construcción, ladrillo, promociones, especulación y quién sabe si mordidas. Esto ocurre, además, cuando la crisis turística va a traer de vuelta al mercado del alquiler muchos pisos turísticos, incrementando la oferta y aligerando la presión al alza sobre los alquileres. Y cuando, además, tenemos el monstruoso proyecto de Chamartín dispuesto a meter una gran ciudad dentro de Madrid con todo lo que ello supone.

No se le escapa a nadie que la oposición es minoritaria en el Ayuntamiento de Madrid después de la decisión de Manuela Carmena de prescindir de los movimientos políticos y sociales que la auparon a la alcaldía en 2015. Y que, por tanto, las renuncias para llegar a un pacto eran inevitables. Pero una cosa es renunciar a elementos programáticos y otra cosa es asumir el núcleo esencial de la tesis del PP y validarlo como política de consenso: la solución a la crisis es la inflación inmobiliaria. Probablemente PP, Vox y Cs hubieran tirado por este camino como lo van a hacer en la Comunidad, pero lo adecuado era sacarlo del pacto, denunciarlo en las instituciones y combatirlo socialmente. Nunca, nunca, nunca, validarlo como correcto. Las mejoras que se han incorporado al pacto y que, sin duda, son buenas noticias para alegrarse, palidecen ante esta circunstancia. En los pactos puede y debe haber cesiones. Pero una cosa es un pacto y otra una rendición.

El resultante de este consenso artificioso es que en la Ciudad de Madrid no habrá oposición. Al menos no en el núcleo del modelo, puesto que todas las medidas que se tomen en este camino lo harán con la aquiescencia y la firma de la oposición institucional. No se me ocurre mejor manera de convertir a Martínez-Almeida en alcalde perpetuo, reforzando la posición de Isabel Díaz Ayuso y condenándonos a un futuro de baluarte ultraneoliberal y antisocial en nuestra ciudad y en nuestra región, revirtiendo todo avance que se haya conseguido.

Pero, pese a esto, es que otro modelo no es sólo posible, es imprescindible. Este camino nos lleva, directamente al abismo. Hace no tanto pusimos sobre la mesa la existencia de una mayoría social alternativa en Madrid. Y lo hicimos cuando esa mayoría fue realmente ALTERNATIVA, cuando defendía otro modelo de sociedad, de crecimiento y de desarrollo económico. Hemos cometido muchos errores y es obligatorio que aprendamos de ellos. Pero mejor hoy que mañana hay que poner sobre la mesa, entre todos los que deseamos revertir este destino oscuro al que parece estar condenado Madrid, una propuesta colectiva que se atreva a cambiar todo.

Nos va la vida en ello. Nos va Madrid en ello.

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