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En busca de voz propia, la UE leva anclas… hacia China

China cree que el acuerdo bancario de la UE "estabilizará los mercados"

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Este miércoles 30 de diciembre, y de manera algo inesperada para cualquiera excepto para los muy atentos a las minucias y los tecnicismos de la política internacional, la Unión Europea y China han alcanzado un acuerdo bilateral de inversiones. Bien es cierto que es un acuerdo político al que debe dársele forma legal y aprobación parlamentaria y que continuarán las críticas y el ruido mediático alrededor de las cuestiones más polémicas (el choque de diferentes tipos de capitalismo, la preocupación sobre la guerra tecnológica, diferentes visiones sobre el dilema derechos humanos vs. principio de no injerencia en asuntos internos). Pero en medio de la creciente rivalidad entre EEUU y China y la búsqueda de voz propia que la Unión Europea realiza alrededor del concepto de “autonomía estratégica”, uno no puede más que interpretar este movimiento como un codazo geopolítico de primer orden hacia Washington y un deseo de reafirmación de los propios intereses de Bruselas ante EEUU.

¿No afirmaba nuestro discurso público que las discrepancias en el vínculo transatlántico entre Bruselas y Washington sólo eran nubarrones pasajeros, que la presidencia Trump se recordaría en los libros de historia como una mácula a olvidar y que con la nueva administración Biden la calma y la concordia volverían entre ambas comunidades? ¿Por qué entonces toma Bruselas apenas 20 días antes de la investidura de Joe Biden como 45º Presidente de EE.UU. una decisión que tan flagrantemente apoya al rival sistémico de Washington? Parecería no ya un regalo envenenado sino una torpeza máxima por parte de la UE tal desplante a quien afirmamos que es nuestro socio más vital, imprescindible, único, insustituible.

A no ser, claro, que EEUU ya no sea ese socio insustituible, único para la Unión Europea. Que no sea, por ejemplo, el socio comercial más importante de Bruselas y que haya sido reemplazado por China por primera vez en la historia. O que ya no nos ofrezca Washington la protección y la defensa que acostumbraba cuando se inició nuestra singladura conjunta.

Y es que históricamente, y casi desde la formación de la Unión Europea, nuestro vínculo con EEUU era tan sagrado porque se sustentaba en la provisión de seguridad y defensa ante la Unión Soviética. Sobre esa máxima que rezaba “Washington nos defiende, nosotros obedecemos” se abrió un fluidísimo intercambio de bienes, servicios y capitales entre ambas orillas que, paulatinamente, se convirtió en intercambio cultural y sentido de destino compartido. De ahí que, con matices, compartamos a ambos lados del Atlántico un espacio mediático (música, cine, cultura pop, literatura y academia) predominantemente estadounidense. Y siempre Europa en una posición de inferioridad jerárquica más o menos explícita ante EE.UU.: no osamos gravar a multinacionales estadounidenses; no desafiamos a Washington creando un sistema de seguridad europeo propio independiente de la OTAN; no llevamos la contraria, al menos no expresamente, a EEUU en asuntos globales. 

Tras 70 años de este acuerdo internacional  “protección a cambio de supeditación” más o menos tácito en el atlantismo, predomina en el imaginario colectivo europeo (y español) una visión de destino compartido entre la UE y EEUU a prueba de cualquier acontecimiento político, sea la errática presidencia Trump, sea el ascenso de China y el hecho de que el resto del mundo debe aprender a convivir con Beijing. 

Y, sin embargo, observamos en los últimos años coincidentes con la administración Trump y parcialmente con la de su predecesor que los intereses de EEUU ya no están tan alineados con los nuestros: a Washington le preocupa contener el ascenso de su rival sistémico chino, a nosotros, el asegurar mercados de exportación de nuestros productos y servicios; EE.UU. considera que las instituciones multilaterales ya no sirven a sus intereses y nosotros pensamos lo opuesto. No es que ellos sean de Marte y nosotros de Venus, como se afirmó en los felices 2000s, sino que por primera vez en los últimos 70 años nos hemos dado cuenta de que lo que nos importa y lo que queremos es radicalmente distinto. 

De ser cierta esta hipótesis de que nuestra relación transatlántica está deteriorada hasta el punto de no retorno, ¿qué acontecimientos políticos debiéramos observar que confirmaran esta tendencia? Pues que Bruselas comienza a afirmar sus propios intereses en asuntos globales aunque eso implique llevarle la contraria a Washington. Por ejemplo, que no aceptemos el veto a Huawei en nuestro territorio que desea Estados Unidos. Que profundicemos enormemente en nuestra relación comercial con China vía, por ejemplo, un acuerdo bilateral de inversiones justo firmado este miércoles. Que discrepemos con Washington sobre las reglas del comercio internacional y estemos mucho más de acuerdo con Beijing sobre la reforma a realizar. Que no apoyemos las posiciones más beligerantes de EE.UU. sobre Irán y su programa nuclear. Que decidamos gravar a multinacionales y grandes empresas digitales, mayoritariamente estadounidenses, sin caer en la diletante trampa de esperar a un acuerdo global que no acaba de llegar. O que Washington nos represalie favoreciendo a nuestros rivales geopolíticos, como hizo recientemente al apoyar a Marruecos en sus reivindicaciones territoriales sobre el Sáhara Occidental, zona en la que España tiene intereses económicos directos, sirviendo esto como acicate de las reivindicaciones alauitas sobre Ceuta y Melilla. 

El atlantismo acrítico observa con asombro que en cada una de esas cuestiones de política internacional estamos, tan contra intuitivamente como pueda parecer, más cerca de las posiciones de Beijing que de las de Washington. Y la firma de este acuerdo bilateral de inversiones entre la Unión Europea y China tiene tal calado e importancia geopolítica que resulta difícil de soslayar.

En búsqueda de su voz propia y su “autonomía estratégica”, la Unión Europea leva anclas hacia China y se aleja de EEUU. No se entienda mal: nuestra relación con EEUU sigue siendo muy intensa, tanto en materia de comercio e inversiones como, sobre todo, en Seguridad y Defensa (no olvidemos las bases militares estadounidenses de Rota y Morón de la Frontera). Y de ahí que sea tan noticioso esta afirmación de intereses por parte de Bruselas en forma de acuerdo con China y que vaya a ser tan conflictiva nuestra relación con Washington en los próximos años: las disputas alrededor de Boeing y Airbus, de los aranceles a los productos europeos, en materia de Defensa, etc. no harán más que crecer. Pero alcanzar la mayoría de edad geopolítica, verse forzada a buscar el máximo grado de independencia y aprender durante la pandemia lo doloroso que puede llegar a ser depender de otros en momentos de crisis lleva a Europa, por primera vez, a enfrentarse a dilemas que antes soslayaba, tomar estas difíciles decisiones y navegar las aguas de la independencia y de la re-afirmación.

No es sólo que nos acerquemos a China y nos alejemos de EEUU, que también, sino que iniciamos nuestro propio camino, atravesamos nuestra noche oscura del alma y buscamos ahora qué lugar nos espera bajo el sol. Pese a quien le pese.

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