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Chile ante las urnas

Tenso cara a cara entre Piñera y Guillier confronta programas antitéticos

Cristina Narbona

Escribo este artículo mientras regreso de Chile, todavía con mis pupilas impactadas por la luminosidad del verano austral y por la majestuosa belleza de la cordillera andina  Allí he tenido ocasión de entender, algo mejor, las claves de la encrucijada histórica a la que se enfrenta el país latinoamericano que mejor conozco, en el que los amigos de la Fundación Salvador Allende habían pedido mi participación en los debates previos a las elecciones del próximo domingo. 

Unas elecciones en las que Chile se juega, ni más ni menos, si continuar con el candidato socialista Alejandro Guillier en la senda trazada en el segundo mandato de Michele Bachelet -hacia mayores cotas de igualdad, libertad y justicia social, así como de transición ecológica en su modelo productivo-; o si, por el contrario, retroceder de nuevo hacia el ensueño neoconservador representado por Sebastián Piñera, reacio a aceptar los cambios culturales más recientes en materia de derechos civiles, y cuya propuesta estrella es la de promover un rápido crecimiento de la inversión privada, a costa de frenar los avances, -todavía insuficientes-, hacia un reforzamiento del sector público mediante reformas, entre otras, del sistema tributario, garantes de mayores recursos para la educación, la sanidad y las pensiones públicas. 

La primera vuelta de estas elecciones generales puso de manifiesto tres cuestiones: la desafección de la mayoría de la ciudadanía hacia las instituciones democráticas -reflejada en más de un 50% de abstención-; la emergencia de una nueva fuerza política, el Frente Amplio -como respuesta a la obsolescencia de los partidos de centro izquierda agrupados hasta ahora en la denominada “Concertación”-; y el inesperado fracaso relativo de la opción de la derecha, “Chile vamos”, liderada por Piñera, que, en contra de todas las encuestas, solo obtuvo un 36% de apoyo del electorado, dejando así abierta la posibilidad de un triunfo de Alejandro Guillier en la segunda vuelta. 

Aunque algunos de los principales líderes del Frente Amplio han anunciado, a título personal, su voto a favor del candidato socialista, nada garantiza que la mayoría de ciudadanos que no votó por Piñera acudan el domingo a las urnas para apoyar dicha opción: ni siquiera está claro que en esta segunda vuelta no aumente, en cambio, la movilización de los votantes conservadores que no acudieron masivamente a votar a su candidato en la primera vuelta, convencidos de que obtendría, en todo caso, un magnífico resultado. 

Por otro lado, el Frente Amplio ha ratificado su intención de ejercer como partido de oposición, sea cual sea el veredicto de las urnas. No existe, por lo tanto, al menos de momento, ningún atisbo de coalición o de acuerdo para la gobernabilidad entre todos los partidos del arco progresista. 

Todo lo anterior podría conducir a una victoria de Sebastián Piñera, que asumiría así por segunda vez la presidencia de Chile; un país con un extraordinario potencial de progreso, lastrado hasta la fecha por la evidencia de una profunda desigualdad social, económica y territorial, que durante los últimos años se ha comenzado a corregir. 

El multimillonario Piñera demostró, ampliamente, durante su primer mandato, su apuesta en favor de los intereses privados frente al interés general, así como una absoluta falta de escrúpulos a la hora de camuflar las consecuencias sociales de sus políticas, modificando incluso indicadores básicos para evaluar la evolución del empleo, de las listas de espera o de las condiciones de la escuela pública. 

El crecimiento del PIB que caracterizó sus primeros años en La Moneda fue, sobre todo, el resultado de la reconstrucción del país tras los gravísimos terremotos y el tsunami acaecidos a pocos días del final del primer mandato de Bachelet, así como de la evolución del precio del cobre, principal recurso económico del país, sujeto a oscilaciones de la demanda internacional sobre las que los gobiernos chilenos apenas pueden incidir. 

Ha calado, sin embargo, en la opinión pública la idea de que con Piñera, Chile podría crecer y crear más empleo que con Guillier; sobre todo, porque los inversores privados confían en las promesas del primero en materia fiscal y regulatoria, y muestran explícitamente su preocupación por un eventual triunfo de Guillier . Y todo ello en un contexto social donde prevalecen el individualismo así como el creciente recurso al endeudamiento por parte de las clases medias y trabajadoras para satisfacer aspiraciones consumistas, absolutamente inasequibles con sus actuales niveles salariales. 

No obstante, el hecho de que Piñera no haya obtenido mejores resultados en la primera vuelta cabe ser interpretado como una demanda mayoritaria por parte de la sociedad chilena para que se consoliden y avancen ulteriormente las reformas emprendidas por Bachelet. La dificultad estriba en cómo articular, en el plano político, la respuesta a dicha demanda. 

Por eso resulta inevitable analizar las semejanzas entre Chile y España en cuanto al papel de los “nuevos” partidos políticos y su relación con los partidos socialdemócratas tradicionales. 

A favor del entendimiento, en Chile juega la inexistencia de un elemento que ha dificultado, y dificulta, las relaciones entre Podemos y el PSOE: me refiero a la defensa por parte de los primeros del denominado “derecho a la autodeterminación” que no tiene correlato en el Frente Amplio. 

Por el contrario, juega en su contra la absoluta falta de experiencia de gestión pública del recién nacido Frente Amplio, en comparación con la corta pero ya existente participación de Podemos en los gobiernos de ayuntamientos y de Comunidades Autónomas. 

En ambos países, no obstante, hay numerosas coincidencias en las propuestas de contenido social o ambiental, que permiten imaginar una agenda de iniciativas compartidas, como la que se ha ido configurando también en el parlamento y en otras instituciones españolas, en gran medida bloqueadas por el ejercicio abusivo por parte del gobierno del Partido Popular de sus prerrogativas frente al poder legislativo. 

Todo dependerá, pues, en primer lugar, de la decisión de los millones de chilenos que no acudieron a votar en la primera vuelta, así como de los que lo hicieron a favor del Frente Amplio. Cada uno de ellos tiene ahora la oportunidad de abrir un nuevo tiempo para la política chilena, en el que cabría ensayar la oportuna convergencia de las fuerzas progresistas, incluyendo un imprescindible proceso constituyente para superar la vigencia de una Carta Magna anterior a la democracia, verdadero obstáculo para la consolidación de un Estado social de derecho.

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