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Cuidado con el catedrático

Miquel Porta

Catedrático de Salud Pública del IMIM y Universidad Autónoma de Barcelona —

A menudo en la vida, cuando avanzamos en algo surgen otros desafíos. La vida es lo que tiene. La considerable mejora de los textos sobre ciencia y medicina que hoy publican medios y blogs es atractiva para quienes creemos –o queremos creer– que el nivel periodístico, científico y ético de esos textos es importante para la calidad de nuestra democracia y de nuestra calidad de vida.

Veo cuatro desafíos relacionados. Primero: debemos y podemos clarificar el papel de divulgador o de investigador científico que en cada noticia tiene el supuesto experto que la valora. Es infrecuente que un buen bloguero sea un investigador de primer nivel, y viceversa. Un buen divulgador poseerá conocimientos sobre el tema que trata, pero prácticamente nunca será autor de los estudios científicos que divulga. Me parece esencial que la divulgación no se confunda, como a veces ocurre, con el auténtico trabajo de investigación científica, tan distinto del periodístico por su creatividad en la formulación y puesta a prueba de las hipótesis, complejidad metodológica, largos tempos de ejecución, competitividad, o exigencia de las mejores revistas científicas. Cierto: un profesional honesto y con experiencia práctica, catedrático o no (faltaría), puede ser un espléndido comentador de un hallazgo científico. Por ejemplo, un buen médico internista puede tener independencia, ecuanimidad y perspectiva clínica.

Lo cual está relacionado con la segunda cuestión: la claridad con la que medios y blogs nos presentan las credenciales científicas del experto. No es digno de una sociedad con un buen nivel educativo y mediático que cualquier docente universitario se presente como una autoridad científica. El sistema científico internacional es sumamente exigente –con las limitaciones de toda actividad humana. Unos se han ganado un respeto con sus logros científicos y otros no. Rara vez el número de “seguidores” tiene que ver con la investigación científica propia. ¿Cómo se sabe quiénes tienen buen nivel científico? Contestando a preguntas como: ¿es el supuesto investigador autor de un número internacionalmente aceptado de publicaciones científicas en el tema que comenta? ¿se ha formado en instituciones académicas de prestigio? ¿trabaja habitualmente con grupos de primer nivel? ¿es invitado regularmente a impartir docencia y a presentar los hallazgos de sus trabajos en instituciones y reuniones científicas prestigiosas e independientes?

Estas condiciones son realistas, y habituales en las sociedades avanzadas. Si te parecen excesivas te sugiero consideres dos cosas. Primera, hay varios miles de investigadores españoles que las cumplen. ¿Por qué querríamos ser más laxos con un docente de poco nivel? ¿o con un buen divulgador que sin embargo se disfraza de investigador? Segunda, hay demasiadas cosas interesantes que leer –¡tantas!– para que demos pábulo a un pelagatos; aunque a ratos profese en su pueblo.

La tercera cuestión es: debemos y podemos exigir que medios y blogs nos informen con la máxima transparencia posible de los intereses del presunto investigador o divulgador. Hace tiempo que sabemos que esos intereses no siempre son económicos (del profesional o del medio): a menudo son ideológicos, psicológicos, cognitivos o de otra índole. También sabemos que a veces los expertos nos equivocamos al valorar la relevancia científica o social de unos hallazgos científicos. Un buen experto sabe tomar la distancia que el lector necesita para acercarse a la verdad; sobre, por ejemplo, la relevancia médica o ambiental de un supuesto descubrimiento.

Precisamente la última cuestión es: la mayor presencia mediática de la ciencia no debe generar falsas expectativas sobre la utilidad clínica de un producto, ni falsas alarmas o seguridades sobre los riesgos ambientales que ha observado una investigación. Falsas para los pacientes, familiares, profesionales clínicos, Administración, ciudadanos en general y, por si fuera poco, falsas para la propia ciencia: científicamente falsas. Sí, ocurre. Cometen esos errores “expertos” incompetentes en medicina o en salud pública, por ejemplo; y personas competentes en ellas pero con sesgos o conflictos de intereses. Incluso expertos con reconocimiento internacional. Vaya pues. Es que para mejorar no hay recetas unívocas. La democracia, es lo que tiene. Pero el objetivo es atractivo: que no se exagere ni empequeñezca la eficacia y la seguridad de un nuevo fármaco o vacuna, o las de una nueva técnica de exploración, o las de una dieta o terapia “natural”. Que no se inflen, banalicen o desprecien los hallazgos sobre las causas ambientales, socioculturales o tecnológicas de las enfermedades humanas. Sugiero pues que no valoren temas relacionados con la salud humana quienes no sean expertos en salud humana. Pensar en la fisiopatología y la clínica médicas, en la totalidad de la persona enferma o sana es hoy una tarea –antigua, sí– con nuevas dificultades.

Mejorar en estos temas mediáticos, científicos y culturales es necesario y posible, aunque no haya recetas sencillas. Ahí está parte de la gracia: el atractivo de creer –o querer creer– que la divulgación social de los hallazgos de la investigación científica es una parte importante de nuestra calidad democrática y de nuestra calidad de vida.

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