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Universidades que reman al unísono

La Universidad Autónoma de Barcelona
14 de agosto de 2021 22:35 h

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El verano no está hecho para pensar, parece que nos digan algunos. En cambio a mí sí me parece que las vacaciones de verano son un tiempo especialmente propicio para –entre muchas otras cosas agradables– vivir el placer de pensar: para el gozo que a menudo nos trae el pensar sin prisas. Algunos poderes mediáticos nos intentan persuadir de cuáles son los temas adecuados –a los que debemos prestar atención– en cada estación del año. Y para ellos pensar en el valor de la universidad no es un tema veraniego, no es adecuado para las vacaciones. Mas luego llega octubre y, aunque ya pasó a ser un tema aceptable para el otoño, la vorágine del curso tampoco deja tiempo de calidad para pensar en él. El valor de la universidad. Pues eso, yo creo que la calma que uno pueda tener algunos ratos en verano es muy buena para meditar con llaneza sobre temas como ese. Relevante en sí mismo para todos, no solo para los profesores, como inmediatamente veremos. Uno de los temas en los que además se dirime de verdad la calidad de nuestra democracia y la eficacia que las distintas Políticas tienen para transformar o no estructuras fundamentales de nuestras sociedades, como las educativas.

Cosas que van bien y tienen efectos positivos

Entonces, empecemos por aquí: cuando veo ciertas cosas que ocurren en la universidad sé que lo están haciendo bien. Ellas, las universidades. Algunas. Y que hacen bien: tienen efectos benéficos, positivos. Materiales y morales. Cosas como institutos y postgrados (másters y doctorados) que van bien y hacen bien.

Disculpa que no me disculpe, pues el hecho es que, como bastantes otras y otros, llevo cuarenta años trabajando en la universidad, casi siempre en la UAB; a menudo y a la vez, en otras. Hoy en España ya es menos difícil evitar la rancia falsa modestia y decir esto: las siglas y nombres coloquiales de estas otras universidades en las que he trabajado son UNC, NYU, CUNY, Harvard, Imperial, McGill, Cuernavaca, Ottawa, Bergen, Salvador de Bahía, Karolinska, etcétera. Aunque somos bastantes con estas trayectorias, todavía es incómodo decirlo porque también son bastantes los profesores que apenas han salido. Y a esta situación se debe una parte de las estériles conspiraciones de corral: el provincianismo es uno de los factores culturales que dificultan la colaboración entre universidades. Sin embargo, y aunque con una lentitud penosa, avanzamos hacia culturas académicas menos inseguras y sumisas, más productivas, generosas, críticas y libres. Más útiles para prevenir el empobrecimiento de la ciudadanía.

Nadie que sepa de lo que estamos hablando –el valor social de la colaboración entre universidades– niega que estos factores culturales son relevantes.

Pues relevante es, por ejemplo, que muchos hemos vivido como estudiantes y como profesores postgrados de calidad, exigentes y socialmente eficientes: con un alto valor para los estudiantes y sus familias, con un retorno enorme para la sociedad, dan mucho más de lo que nos cuestan monetariamente. Investigan. Dialogan con las organizaciones ciudadanas, las empresas y las instituciones. Forman profesionales cualificados, que piensan y ven más allá de sus ombligos y no exageran sus capacidades técnicas, pues tienen formación cultural, valores, experiencia autocrítica. Esos profesionales compaginan así sus ambiciones personales (disfrutar trabajando con compañeros interesantes en organizaciones que les tratan bien, ganar dinero, vivir el mundo global) y su servicio a la sociedad. Es imprescindible y es factible que más ciudadanos lo apreciemos. Envuelto en diferentes celofanes ideológicos todavía hay demasiado miedo a pedirle más valor a la universidad. No es un tema de segunda categoría y tiene fuertes componentes políticas.

Ejemplos de Cataluña (algunos implican a universidades de otras Comunidades Autónomas): el IBEI, ISGlobal, la BGSE, o este o este o este o este o este o este y este. En confianza: su valor me impresiona. ¿Puedo sugerirte que te pasees por alguna de esas webs? Solo en Cataluña, hay más de 100 másters interuniversitarios. Es verdad que mi impresión sobre su valor necesita evaluarse. En eso están Agencias competentes, como la AQU o la ANECA. Sería bueno que los ciudadanos conociésemos mejor cómo han evolucionado estas experiencias en algunas partes de España los últimos 25 años.

Bastantes de los mejores postgrados los organizan conjuntamente las mejores universidades del país

De modo que una característica común de bastantes de los postgrados más beneficiosos para los estudiantes y la sociedad es esta: los organizan conjuntamente varias de las mejores universidades del país, remando al unísono; alguna vez, con centros del extranjero. Un hecho sencillo y potente, poco reconocido mayoritariamente, pero sí apreciado por las amplias minorías más atentas a la jugada («¿qué postgrado elijo?»). En concreto, 182 (21%) de los 882 másters y doctorados del sistema universitario de Cataluña son interuniversitarios y 40 (5%) son internacionales. Ojalá estos números crezcan pronto con mayor celeridad.

No se trata solo de colaborar porque la competencia mundial es fuerte, aunque esa es una buena razón. Se trata también de colaborar porque el saber científico, técnico y humanístico es complejo y su aprendizaje avanzado –en el postgrado especialmente– casi nunca es posible en una sola universidad. Y menos en España, donde hay tantas universidades pequeñas. Pero incluso planetas gigantes como Harvard y el MIT colaboran en grados y postgrados, al igual que tantos otros de los mejores centros del mundo. Pobre Sepharad, si no reacciona. Menos mal que algunas universidades españolas sí actúan: para tener valor aquí y allende empiezan desmontando los muros – reitero: muchos, culturales y psicológicos– que impiden la colaboración con sus hermanas más cercanas en la Piel de Toro. Para los estudiantes más motivados es útil e ilusionante.

La voluntad de ofrecer el mejor postgrado posible pocas veces ha sido el motivo de que una universidad lo organice en solitario, aunque hay casos, claro. En otras, demasiadas ocasiones las causas que han impedido que un postgrado sea interuniversitario han sido endógenas, particulares. Inercias. También, la indefinición de algunos rectores o las ataduras políticas. Sobre todo, la ausencia de análisis sobre los beneficios académicos y sociales adicionales que se consiguen con la colaboración. Si la pide con más claridad, la ciudadanía ayudará a conseguir más colaboración transuniversitaria.

De hecho, el apoyo que a las universidades ya dan numerosas instituciones no universitarias, organizaciones ciudadanas y empresas está siendo esencial y sí, fructífero. Esa colaboración es laboriosa: exige culturas, actitudes, políticas, recursos y gestión que solo logran los grupos e instituciones más coherentes. Apoyémosles mejor. Tras el verano.

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