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El fútbol, esa religión y la moral del Alcoyano

Periodista y escritor
Un jugador del Leed United calienta con una camiseta contra la Superliga.
3 de mayo de 2021 06:00 h

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Un amigo sabio y profesor me dijo un día que, sin tradiciones, los humanos no podrían vivir. Y, hace unos días, escuché, en una emisora de radio, a Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, alegar –para justificar la Superliga que un grupo de clubes poderosos acababan de crear– que “los equipos están arruinados” y que “los jóvenes han dejado de ir al futbol”.

Sin que la afición se hubiese percatado hasta ahora, Florentino y sus adláteres le estaban dando a la tradición futbolera la puntilla con su invento, atacando al dogma del fútbol que no es otro que la posibilidad de que los equipos “pequeños” compitan con los “grandes” y, a veces, les ganen.

En principio, nadie preveía que pudiera haber mayores problemas con la nueva competición, salvo, lógicamente, los que se tendrían con la UEFA, que ostenta el monopolio del negocio y no quiere perderlo. Mas dada “la entrega”, hasta ahora, de la afición al espectáculo Fútbol, los promotores de la Superliga confiaban en salirse con la suya. Aunque tenían sus dudas... Recientemente han descubierto en un encuesta “que a la juventud le interesa cada vez menos el fútbol” (Florentino, dixit) y eso significa que, en su empeño de exprimir la gallina de los huevos de oro, quizá muera de éxito. 

Algo que no me extrañaría, pues, con la que tienen montada los prebostes del negocio balompédico, ¿quién puede seguirlos? No haría uno otra cosa, ni tiene tiempo ni dinero, para ver tanto partido de fútbol como se ofrece a diario ni para comprar tanta camiseta de “mi equipo” como las que te invitan a adquirir cada temporada.

Lejos quedan aquellos tiempos en los que, de niño, uno lloraba porque perdía “su” equipo; el de tus colores: el rojiblanco, el blaugrana, el blanquiazul, el verdiblanco, el blanco, el celeste, el granota... Hoy, en cambio, equipos y estadios tienen nombres de consorcios industriales o pertenecen a magnates del petróleo, o a fondos buitre y a otras jerigonzas financieras que el aficionado ni entiende ni calibra porque se ceba con el magma futbolero, como las ocas francesas por los fabricantes de fuagrás. Apenas el forofo tiene tiempo de respirar mientras asiste a maratones radiofónicos que duran una docena de horas o consume fútbol en la TV con avaricia aditiva, empalmando un partido con otro. Mientras, compra insignias, bufandas, pósters y otros accesorios, todos recuerdos de “su club”, al tiempo que se viste y se desviste a toda prisa porque no le dan tregua con el estreno de uniformes –camiseta y pantalón, botas y medias– de tantos como tienen los equipos, en todas las tallas y gama de colores.

Y ahora la pregunta del millón: ¿si el aficionado es tan fiel y sigue tan embobado en esta orgía consumista, qué es lo que ha sucedido para que el proyecto Superliga descarrile? Pues muy sencillo: ¡que la Superliga va en contra del dogma! Sí, en la génesis del fútbol está –aunque no puede leerse porque no aparece escrito en ninguna parte– que cualquier equipo, por modesto que este sea, puede competir para intentar ganarle al más poderoso. ¿Por qué no? Sí, en esto se basa, aunque le pese a los gurús del merchandising, la religión llamada fútbol. Y suprimir esta posibilidad es practicar la herejía. Por eso sorprende que ni los magnates del dinero ni sus asesores hayan tenido en cuenta este principio intocable del universo del futbol al plantear la creación de una competición exclusiva para ricos. Y, por lo que ha sucedido, no todo es cuestión de pasta, parece.

Frases tan comunes y populares –aunque cada país tiene las suyas– como la de “Tiene más moral que el Alcoyano” o “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!” no son más que la expresión de esa creencia de que el futbol es un juego y, como tal, permite que cualquiera que compita en él puede alcanzar la gloria. Precisamente este año, el Alcoyano y el Cornellà, equipos, ambos, de 2ªB, eliminaron en la competición de la Copa del Rey, al Real Madrid y al Atlético, respectivamente. Esto ocurre porque los practicantes y seguidores de este juego tienen fe; fe futbolera.

Pues bien, frente a este argumento, unos cuantos magnates del balón, con Florentino a la cabeza, proponen y les cuentan a estos creyentes que ya no, que el Alcoyano, o el Celta de Vigo, por poner solo dos ejemplos, no pueden aspirar a ser campeones de Europa porque el episcopado y su sanedrín acaban de crear un club exclusivo (la Superliga) en el que el mérito principal es disponer de una cuenta corriente con muchos ceros.

Claro, el invento salta enseguida por los aires –amén de que hay, como es lógico, otras coordenadas e intereses que lo facilitan también, y que no toca analizar aquí–. El hecho es que los aficionados (ingleses, principalmente) toman conciencia de repente... Conciencia de que bien está que les vendan camisetas exotéricas, botas de colores, partidos a cualquier hora del día o de la noche, maratones radiofónicos con griterío incluido, pero no aceptarán jamás que les quiten la posibilidad de soñar con la gloria. ¡Esto sí que no! ¡No! Y esto es lo que hizo que la afición inglesa se echase a la calle. Aunque, paradójicamente, esta misma afición ha consentido que sus clubes estén más encharcados de petróleo y otros enjuagues financieros que los pozos que Irak hizo saltar por los aire en la guerra del Golfo.

En definitiva, no puede hurtársele a un creyente –de la religión llamada fútbol– la posibilidad de tener fe y poder soñar con lo imposible; no se le puede hurtar celebrar cada temporada los rituales de las competiciones deportivas de la liga, la copa del Rey, la Champions, etcétera, porque es como celebrar las tradiciones, el santoral o la onomástica de un cumpleaños. Celebraciones que alimentan los sueños, pues, como ya enunciara el filósofo griego Platón, en una cita que recoge el escritor Jorge Luis Borges, no se les puede quitar a los hombres “el mejor instrumento que les ha sido dado para renovar o innovar, la tradición; y no servilmente remedada sino ramificada y enriquecida”.

Así, pues, prebostes de la Superliga –que algún día, no lo dudo, conseguiréis saliros con la vuestra– deberéis, no obstante, tener en cuenta, si queréis obtener éxito, que cualquier club, llámese Recreativo de Huelva (club decano del fútbol español), Unionistas Club de Fútbol (fundado en Salamanca en 2013) o Villatempujo y no subes Fútbol Club (que aún no existe), tiene derecho a competir para alcanzar sus sueños.

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