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En la guerra no vale todo

El presidente de EEUU, Joe Biden (izquierda), y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se saludan este miércoles en Vilna. EFE/EPA/VALDA KALNINç

Jordi Calvo Rufanges

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El anuncio del presidente de EEUU Joe Biden de enviar a Ucrania bombas de racimo puede parecer un pequeño detalle sin importancia, una cuestión técnica, de precisión, de eficiencia militar, que en el contexto previsible de escalada bélica de una guerra olvidaremos en unas semanas. Sin embargo, una decisión que puede parecer menor esconde tras de sí la constatación de un cambio de gran calado en el orden internacional, con consecuencias en el corto plazo en Ucrania y con posibles repercusiones en la estructura de paz y seguridad internacional del futuro.

Las bombas que quiere enviar Estados Unidos a Ucrania están prohibidas desde la entrada en vigor en agosto de 2010 de la Convención sobre municiones en Racimo firmada en Oslo en 2008. Hoy en día son 123 los estados firmantes, de los que trece todavía no lo han ratificado. El tratado ha sido ratificado por prácticamente todos los países OTAN, de la UE y por muchos otros aliados de estos, excepto por Estados Unidos. Tampoco lo han firmado Rusia o China, ni tampoco Ucrania. 

Las bombas de racimo fueron prohibidas por tratarse de un arma que provoca un daño inaceptable desde un punto de vista humanitario. Se trata de bombas de área que contienen decenas o incluso cientos de submuniciones que, una vez lanzados se abren dejándolas caer en un área del tamaño de hasta cuatro campos de fútbol. Esta arma se considera que contraviene el Derecho Internacional Humanitario porque en primer lugar tiene la imposibilidad de distinguir entre combatiente y civil y porque muchas de estas submuniciones no explotan porque caen en terrenos no suficientemente duros para activar su detonador, al quedar colgadas de cables, árboles o entre la maleza. Es por ello que las municiones en racimo son encontradas tiempo después por civiles, en muchos casos niños, que por el tamaño y diseño de éstas perciben que es un juguete, explotando en sus pies y en sus manos, provocándoles la muerte o mutilaciones. Handicap Internacional calcula en 360 millones las bombas de racimo utilizadas antes de su prohibición y en decenas de miles sus víctimas mortales, el 98% civiles. Recientemente, las municiones en racimo han sido utilizadas en conflictos como el de Siria e Irak, por Rusia y Estados Unidos, respectivamente. En Libia Gadafi lanzó bombas de racimo españolas y en Ucrania están siendo utilizadas tanto por el ejército ruso como por el ucranio. 

Estados Unidos tiene millones de municiones en racimo en sus arsenales que fabricó en los años 70 y 80, entre ellas las que ha decidido enviar a la guerra de Ucrania, las M864, fabricadas por primera vez en 1987 y con un porcentaje de error del 6%. Estados Unidos aprobó su propia norma de limitación de las municiones en racimo, que considera como aceptable el 1% de porcentaje de error. Según varias informaciones de Washington Post y The New York Times, cuyo origen es el Pentágono afirman que las pruebas que han realizado desde 2020 dan como resultado un 2,35% de error en las municiones en racimo que van a ser enviadas a Ucrania. El problema es que estas pruebas son realizadas en campos de tiro con las condiciones óptimas para su explosión. La realidad del terreno donde se libra la guerra es muy diferente, hay edificios, jardines, árboles e infinidad de elementos que no existen en un campo de tiro, que elevan el porcentaje de error de las municiones en racimo al 20%. 

Joe Biden sabe que millones de bombas de racimo Made in USA convertirán todavía más el este de Ucrania en un campo minado, donde la población civil, que retorne a sus casas cuando todo esto pase, tendrá que enfrentarse a la amenaza de estas bombas que permanecerán en sus campos y bosques durante décadas. Incluso Jean Stoltenberg, secretario general de la OTAN entendió la gravedad del asunto cuando definió el uso de bombas de racimo por parte de Rusia como algo “brutal”, “inhumano” y que vulnera el derecho internacional. 

Las palabras del secretario general de la OTAN muestran que, si bien las bombas de racimo no están prohibidas en todos los países del mundo y, por supuesto no lo están en EEUU, Rusia o Ucrania, sí que están estigmatizadas. La Convención de Oslo consiguió que aceptáramos en todo el mundo que esta arma no debiera existir y que, a pesar de la resistencia de algunos por eliminarlas, su uso debe ser desalentado. 

La lógica militar tras la decisión de enviar bombas de racimo a Ucrania es sencilla. El ejército ucranio las reclama para poder avanzar en su contraofensiva, son armas destructivas y útiles para ganar batallas, como todas las armas. Pero Estados Unidos debe tomar las decisiones pensando en las implicaciones que ello pueda tener, no solo en Ucrania y en su población civil, que sin duda sufrirá sus consecuencias, sino también en la paz y seguridad mundiales del futuro. 

Aceptar el envío de estas bombas de racimo, prohibidas por buena parte de la Comunidad Internacional, tiene implícito un efecto indeseable. Abre la puerta al envío de otras armas también prohibidas, con la única justificación de que son buenas para ganar la guerra, poniendo en cuestión las numerosas iniciativas de desarme impulsadas en el marco de Naciones Unidas que tratan de generar las mejores condiciones para que la guerra y sus efectos en la población civil sean minimizados. 

Decidir el envío de bombas de racimo, con la consciencia de que su impacto en la población civil va a generar un daño inaceptable desde un punto de vista humanitario, puede ser considerado contrario a los Convenios de Ginebra y, en consecuencia, un crimen de guerra. Uno más de los muchos que se están produciendo en esta guerra y en tantas otras. 

Los mismos argumentos que defienden el uso de bombas de racimo sirven para alentar el uso de armas también prohibidas como las minas antipersonal, las armas incendiarias, las bombas trampa, las armas biológicas y químicas, los lanzallamas o las bombas nucleares. Las bombas americanas son tan brutales e inhumanas como las rusas. La guerra de Ucrania nos vuelve a mostrar las debilidades del sistema internacional de paz y seguridad, pero ello no es óbice para debilitarlo todavía más con decisiones como ésta.

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