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Las heridas de la izquierda

Unidas Podemos.

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“Por haber proporcionado un privilegio de los mortales me veo unido al yugo de esta necesidad, desdichado”.

Prometo encadenado, de Esquilo.

Vuelve de nuevo a Izquierda Unida la antigua disonancia entre las grandes expectativas y la magra realidad de los votos. Vuelve después del fulgurante ascenso y el precipitado desgaste de Unidas Podemos que corre el riesgo del desplome.

Vuelve ahora con el resultado electoral en dos comunidades históricas con puntos de partida distintos: como Euskadi y Galicia y vuelve también de forma diferenciada. Y sin embargo, en ambas, desde la súbita conquista del liderazgo de una izquierda transversal: capaz de unir la indignación a la nación, pero que al cabo ha sido incapaz de consolidar un proyecto propio y como consecuencia ha vivido un tiempo agitado y convulso, entre la crisis permanente, la sangría de dirigentes, las intervenciones externas.. y ahora finalmente entre el desplome y el descalabro electoral. Un apretado resumen del ascenso y la caída de Podemos, todo si finalmente no hay un lugar para la reflexión autocrítica y sobre todo para la rectificación y los cambios.

Ahora, Izquierda Unida formando parte también, en el seno de la coalición electoral de Unidas Podemos y compartiendo carteras del primer gobierno de coalición de las izquierdas en la España reciente, una excepción en Europa. Ahora, con un balance positivo de la salida social a la pandemia y con un perfil propio, sobre todo en el ministerio de trabajo, una cartera esencial en estos tiempos duros en que urgen medidas como los ERTEs y el ingreso mínimo vital.

Pero, a falta de mochila, de identidad y proyecto político propio, de nuevo el sucedáneo táctico del culto a las personalidades y la íntima expectativa de liderar el proyecto. Una suerte de entrismo a la espera del resurgir como ave fénix. La impotencia sustituida por el relato de los restos del PCE, que sin ser de masas como el PCI ni tampoco de cuadros, aspira a la hegemonía como vanguardia del proyecto. En el trasfondo, la neurosis ante una realidad que nunca se acerca a las expectativas.

Y otra vez equivocados en el eterno recurso de hacer de las divisiones y la debilidad organizativa las causas de la derrota electoral, cuando muy al contrario forman, ante todo, parte de sus efectos. Y con la única salida de seguir amarrados a la continuidad de la hoja de ruta de la reciente Asamblea telemática de Podemos, ya sin minorías críticas y pilotada por Pablo Iglesias.

Otra vez en que no muy a lo lejos se oyen los tambores de guerra y la exclusión, ya no frente a una contestación interna, tan solo residual, pero sobre todo para conjurar a los disidentes confesos, casi todos heridos y excluidos. Nada une tanto como el enemigo exterior. Unos, nostálgicos de un populismo traicionado y otros de una IU que ya casi no existe, salvo en la memoria y el imaginario de sus militantes.

Unos, los populistas traicionados que achacan los malos resultados electorales a la renuncia a construir un pueblo, como si éste ya no estuviese constituido, y a la resignación de asimilarse ácido y el proyecto de izquierda unida, a la que frívolamente se acusa de haber sido un proyecto históricamente fracasado y poco menos que inútil. Haciendo con ello tabla rasa de la contribución indiscutible de IU a la democracia, a la política de progreso y a la defensa de los derechos sociales.

Otros, los ex de Izquierda Unida, entre los que me encuentro, agrandando su sombra en la distancia y viendo en el resultado electoral del Bloque Nacionalista Gallego la resiliencia y la recuperación que hoy sabemos que hubieran sido posibles, después de la solitaria travesía en el desierto, en contraposición al ataque de pánico que entonces nos doblegó. Entonces caímos rendidos y acomplejados.

Nada de analizar las causas que nos han llevado a la izquierda a no soportarnos entre nosotros dentro de casa, mientras hablamos y restringimos la unidad con los de fuera. Nada con respecto a la negación del proyecto de la izquierda de diálogo, pacto y transformación en democracia. Nada de la renuncia a la mochila de la tradición y la ejecutoria propia. Nada de la tan mencionada memoria.

Al final, ha sido la sustitución de la ideología por el dogma y del proyecto por el relato, la dinámica de exclusión de la pluralidad, la pretensión de la gestión del conflicto frente a los reformistas sindicatos de clase, el centralismo y de la cada vez mayor debilidad territorial en paralelo a la confederalización con los nacionalistas y la militancia acrítica y sin pulso sustituida por el voto telemático.

Es verdad que estos problemas no son nuevos y vienen de lejos, antes incluso de culminar el abandono del proyecto de IU para volver a la fábula un mítico PCE desde el que coaligarse con Podemos. Entre las causas, la frustración de un sorpasso, primero del PCE al PSOE y más adelante de IU que no fueron ni pudieron ser. Luego vino la neurosis y la crisis permanente ante la insatisfacción de cada resultado y la vigilancia revolucionaria de los guardianes de la ortodoxia. Más tarde el abandono del proyecto de convergencia de una izquierda plural y federal para sustituirlo por la nostalgia de una refundación comunista y centralizadora desde la cual controlar con mano firme la ficción de un movimiento político y social siempre inalcanzable como Santo Grial.

Pero en esto llegó el 15M y el movimiento de indignación que también ¡oh ilusos! pensamos hacer nuestro, en el que bastaría solo con el mimetismo y el cambio generacional para representarlo.

Y nos equivocamos de nuevo, primero cuando tratamos con displicencia a Podemos en sus inicios y también luego cuando sin solución de continuidad pasamos al mimetismo y al final a la sumisión.

Primero con el sacrificio ritual de Madrid y finalmente optamos por disolvernos en Podemos, ante el vértigo de una travesía solitaria en el desierto. Pero sobre todo cuando entramos en pánico, y después de vivir tanto tiempo en la neurosis nos sumamos a la alucinación del cambio de régimen y de la construcción de un nuevo país en marcha.

Pasamos de la izquierda de los pequeños pasos adelante y atrás, de la participación democrática y la lucha por los derechos sociales, de género y ambientales, para volver la mirada hacia atrás, al leninismo y la unidad popular para el gran salto adelante y el cambio de régimen. Abjurando con ello de nuestro papel en la Transición a la democracia, de la Constitución, de la relación con el movimiento obrero y las conquistas sociales y de libertades y en definitiva de nuestro proyecto plural y federal en democracia.

Porque el problema de Unidas Podemos es hoy tanto la ley de hierro de la oligarquía partidaria, también de los nuevos partidos antipartido, con su coronación como una monarquía, los brazos amputados de su diversidad, con la cintura quebradiza de las organizaciones territoriales alineadas y los pies de barro de una organización debilitada. Precisamente lo contrario del que ha resuelto su dirección.

Pero sobre todo son las dos almas incompatibles del populismo y de la izquierda, del antagonismo y la deliberación, de las dos orillas y la ambivalencia ante el PSOE, de la oposición y del gobierno, de la agitación y del realismo, de la ruptura y las reformas. Dos almas irreconciliables a la búsqueda de un proyecto.

Es urgente que al igual que se ha hecho de forma pragmática en el gobierno, se resuelva también en la estrategia, en la teoría y en los gestos. Todo por el bien de la izquierda y por el del cogobierno y de los españoles.

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